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Columnista - 23 septiembre, 2021

Rozando a Rosendo

En pocos días Valledupar celebrará su 54 Festival de la Leyenda Vallenata. Será  igual que el anterior, un evento distinto por las circunstancias distintas conocidas. Siempre es un homenaje a los grandes juglares de esta provincia, pues sus canciones y versos son repetidos por los concursantes en cada una de las categorías, el acordeón seguirá […]

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En pocos días Valledupar celebrará su 54 Festival de la Leyenda Vallenata. Será  igual que el anterior, un evento distinto por las circunstancias distintas conocidas. Siempre es un homenaje a los grandes juglares de esta provincia, pues sus canciones y versos son repetidos por los concursantes en cada una de las categorías, el acordeón seguirá siendo el protagonista, con sus aires entre los fuelles que ‘nostalgiza’ lo que nos queda de alma.

Octubre siempre ha sido algo lluvioso, como abril,  entonces trataremos que los días se parezcan. Los dirigentes de todo tipo y calaña mostrarán sus cifras de reactivación económica como un trofeo, pocos entenderemos y seguramente con esas presentaciones estadísticas y comparativas que los economistas comparten, nadie entiende, o mejor no quieren entender, pues todo seguirá igual la semana siguiente.

Ya me imagino a los eternos críticos del evento en  las redes, disparando dardos a tutiplén, qué faltaron las piloneras  y nunca salen siquiera a mirarlas, que no traen artistas internacionales y nunca compran una boleta para verlos, si vinieran, igual dijeran que el dinero se lo llevan ellos y no los nuestros; si tocan los nuestros, como está previsto, la excusa es que ya se presentaron en anteriores oportunidades.

Estoy casi seguro que si los presentan en el Parque de la Leyenda hablarán de las malas condiciones actuales del escenario, como casi todo lo público; si fuera como en otros tiempos, dirán que cada año sigue igual y  la lluvia cae sobre los asistentes;  entre otras cosas, los críticos, como les dije, no van, ni invierten en ninguna cosa, menos dinero. Pero no crean, los críticos son necesarios, forman parte del paisaje, y   de los corrillos de tiendas barriales, donde llegan en busca de alguna cerveza sin gastar un centavo.

Parece estarlos escuchando diciendo que no hay como aquellos festivales de antes, en la Plaza Alfonso López, con kioscos y sombreros volteaos por todos los lados, pero se iban tranquilos a almorzar a sus casas, sin gastar ni un solo raspao’ para la sed.

Un homenaje a un poeta elemental como Rosendo Romero es justo, incluso necesario. Después de Gustavo Gutiérrez, de quien siguió sus pasos, y ambos bebieron de los versos de Escalona y Tobías Enrique Pumarejo, ellos que son algo sentimentales, pero no forman parte del vallenato lastimero que llegó después. Rosendo es de una dinastía de músicos villanueveros, su obra sigue viva y aplaudida, su teoría de los acordeones que junto a los cafetales alegraron la Sierra de Perijá sigue en proceso, es hombre tranquilo, silencioso, pasivo, pero como todo humano también tiene sus reservas que a veces bota chispa, pero luego se calma como los fogones de su infantil barrio El Cafetal.

Como provincianos nos toca seguir esas viejas tradiciones de hospitalidad, cuentería, bohemia, parrandas y conversaciones sobre temas y recuerdos. Lástima que por las mismas circunstancia el Festival a Jorge Oñate quedó más en el sentimiento interno que en la realidad merecida, dolores que nunca se recuperan, pero se van aceptando con el tiempo. Si usted no es de los que contribuyen de alguna manera a la vallenatía, arrímese a cualquier tiendecita del barrio, aplauda el festival, y deje a los críticos tranquilos, ellos tendrán todo el año para hablar de lo mismo, sin solucionar nada. Los conozco mosco.

Columnista
23 septiembre, 2021

Rozando a Rosendo

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Edgardo Mendoza Guerra

En pocos días Valledupar celebrará su 54 Festival de la Leyenda Vallenata. Será  igual que el anterior, un evento distinto por las circunstancias distintas conocidas. Siempre es un homenaje a los grandes juglares de esta provincia, pues sus canciones y versos son repetidos por los concursantes en cada una de las categorías, el acordeón seguirá […]


En pocos días Valledupar celebrará su 54 Festival de la Leyenda Vallenata. Será  igual que el anterior, un evento distinto por las circunstancias distintas conocidas. Siempre es un homenaje a los grandes juglares de esta provincia, pues sus canciones y versos son repetidos por los concursantes en cada una de las categorías, el acordeón seguirá siendo el protagonista, con sus aires entre los fuelles que ‘nostalgiza’ lo que nos queda de alma.

Octubre siempre ha sido algo lluvioso, como abril,  entonces trataremos que los días se parezcan. Los dirigentes de todo tipo y calaña mostrarán sus cifras de reactivación económica como un trofeo, pocos entenderemos y seguramente con esas presentaciones estadísticas y comparativas que los economistas comparten, nadie entiende, o mejor no quieren entender, pues todo seguirá igual la semana siguiente.

Ya me imagino a los eternos críticos del evento en  las redes, disparando dardos a tutiplén, qué faltaron las piloneras  y nunca salen siquiera a mirarlas, que no traen artistas internacionales y nunca compran una boleta para verlos, si vinieran, igual dijeran que el dinero se lo llevan ellos y no los nuestros; si tocan los nuestros, como está previsto, la excusa es que ya se presentaron en anteriores oportunidades.

Estoy casi seguro que si los presentan en el Parque de la Leyenda hablarán de las malas condiciones actuales del escenario, como casi todo lo público; si fuera como en otros tiempos, dirán que cada año sigue igual y  la lluvia cae sobre los asistentes;  entre otras cosas, los críticos, como les dije, no van, ni invierten en ninguna cosa, menos dinero. Pero no crean, los críticos son necesarios, forman parte del paisaje, y   de los corrillos de tiendas barriales, donde llegan en busca de alguna cerveza sin gastar un centavo.

Parece estarlos escuchando diciendo que no hay como aquellos festivales de antes, en la Plaza Alfonso López, con kioscos y sombreros volteaos por todos los lados, pero se iban tranquilos a almorzar a sus casas, sin gastar ni un solo raspao’ para la sed.

Un homenaje a un poeta elemental como Rosendo Romero es justo, incluso necesario. Después de Gustavo Gutiérrez, de quien siguió sus pasos, y ambos bebieron de los versos de Escalona y Tobías Enrique Pumarejo, ellos que son algo sentimentales, pero no forman parte del vallenato lastimero que llegó después. Rosendo es de una dinastía de músicos villanueveros, su obra sigue viva y aplaudida, su teoría de los acordeones que junto a los cafetales alegraron la Sierra de Perijá sigue en proceso, es hombre tranquilo, silencioso, pasivo, pero como todo humano también tiene sus reservas que a veces bota chispa, pero luego se calma como los fogones de su infantil barrio El Cafetal.

Como provincianos nos toca seguir esas viejas tradiciones de hospitalidad, cuentería, bohemia, parrandas y conversaciones sobre temas y recuerdos. Lástima que por las mismas circunstancia el Festival a Jorge Oñate quedó más en el sentimiento interno que en la realidad merecida, dolores que nunca se recuperan, pero se van aceptando con el tiempo. Si usted no es de los que contribuyen de alguna manera a la vallenatía, arrímese a cualquier tiendecita del barrio, aplauda el festival, y deje a los críticos tranquilos, ellos tendrán todo el año para hablar de lo mismo, sin solucionar nada. Los conozco mosco.