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Columnista - 17 septiembre, 2021

Una nueva perspectiva

“¿De qué le servirá al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?”. San Mateo16,26. Frente a la realidad de la vida, la partida de tantos seres queridos y la lucha por la salud de conocidos y familiares, me pregunto si vale la pena tanto esfuerzo por sobresalir y subsistir en esta nuestra vida […]

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“¿De qué le servirá al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?”. San Mateo16,26.

Frente a la realidad de la vida, la partida de tantos seres queridos y la lucha por la salud de conocidos y familiares, me pregunto si vale la pena tanto esfuerzo por sobresalir y subsistir en esta nuestra vida terrenal.

De cara a la búsqueda de la felicidad verdadera, que todos añoramos, habría dos maneras de enfrentar el mundo: usando nuestros propios medios y valiéndonos de recursos propios, con una vida centrada en nuestros propios intereses o teniendo una nueva perspectiva desde la Cruz, aceptando la realidad de una nueva vida y extendiéndonos hacia lo que está adelante.

Pensando en esto, me surgen algunos pensamientos: primero, se hace necesario sacrificar la vida inferior, común, corriente; para ganar lo superior, lo extraordinario. Si queremos salvar nuestra vida natural, buscando encontrar nuestra propia identidad y posición en el mundo hallando el sentido de valor propio en posiciones, logros, fortunas y procurando solamente el bienestar egoísta, la perderemos. En el mejor de los casos podremos tener esos valores temporales únicamente mientras vivamos, pero no nos alcanzarán para la eternidad.

Tampoco podremos ganar todo lo que puedes ser nuestro en Cristo por medio de esfuerzos humanos; porque ya nos pertenecen por el precio pagado en la Cruz y los podemos disfrutar por la gracia mediante la fe.  El mundo, la carne y el diablo son enemigos poderosos y desagradecidos, por mucho esfuerzo que hagamos por agradarlos, siempre estarán insatisfechos y exigirán más, con el agravante que corremos el riesgo de perderlo todo en el momento menos oportuno.

También pienso que debemos sacrificar el placer de las cosas para ganar el placer de vivir. Frente al amor, el gozo, la paz, la paciencia, la alegría de existir, no hay nada que se le pueda comparar. No hay moneda con la que se pueda comprar. Triunfar sobre uno mismo y sobre las circunstancias es algo indescriptible que no puedes ser comparado ni comprado con nada. En la medida en que aprendemos a amar a las personas y usar las cosas en lugar de amar las cosas y usar a la gente, aprenderemos a triunfar y ser mejores personas cada día.

Caros amigos: un último pensamiento tiene que ver con lo eterno. Es necesario subordinar lo temporal a lo eterno. Esta vida nos ofrece recompensas y compensaciones temporales, los triunfos son cortos y efímeros, pero las promesas de Dios acerca de la eternidad son ciertas y verdaderas.

Es mucho mejor nuestra identidad con Cristo que nuestra amistad con el mundo. Sabernos hijos de Dios que ganar aquello que el mundo considera valioso. ¡Recordemos el premio! ¡Sí hay recompensa para aquellos que le aman! Seguir a Cristo vale la pena, aunque a veces resulte un tanto difícil. 

Que Dios nos ayude a disfrutar las cosas buenas de esta vida, sin perder de vista que nuestra verdadera realización está en la eternidad. Nuestra vida en la tierra es como la hierba y toda su gloria como la flor de la hierba; la hierba se seca y la flor se cae, pero la Palabra del Señor permanece para siempre.

¡Elijamos la vida superior en lugar de procurar los pequeños placeres de este mundo! Un fraterno abrazo en Cristo.

Columnista
17 septiembre, 2021

Una nueva perspectiva

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Valerio Mejía Araújo

“¿De qué le servirá al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?”. San Mateo16,26. Frente a la realidad de la vida, la partida de tantos seres queridos y la lucha por la salud de conocidos y familiares, me pregunto si vale la pena tanto esfuerzo por sobresalir y subsistir en esta nuestra vida […]


“¿De qué le servirá al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?”. San Mateo16,26.

Frente a la realidad de la vida, la partida de tantos seres queridos y la lucha por la salud de conocidos y familiares, me pregunto si vale la pena tanto esfuerzo por sobresalir y subsistir en esta nuestra vida terrenal.

De cara a la búsqueda de la felicidad verdadera, que todos añoramos, habría dos maneras de enfrentar el mundo: usando nuestros propios medios y valiéndonos de recursos propios, con una vida centrada en nuestros propios intereses o teniendo una nueva perspectiva desde la Cruz, aceptando la realidad de una nueva vida y extendiéndonos hacia lo que está adelante.

Pensando en esto, me surgen algunos pensamientos: primero, se hace necesario sacrificar la vida inferior, común, corriente; para ganar lo superior, lo extraordinario. Si queremos salvar nuestra vida natural, buscando encontrar nuestra propia identidad y posición en el mundo hallando el sentido de valor propio en posiciones, logros, fortunas y procurando solamente el bienestar egoísta, la perderemos. En el mejor de los casos podremos tener esos valores temporales únicamente mientras vivamos, pero no nos alcanzarán para la eternidad.

Tampoco podremos ganar todo lo que puedes ser nuestro en Cristo por medio de esfuerzos humanos; porque ya nos pertenecen por el precio pagado en la Cruz y los podemos disfrutar por la gracia mediante la fe.  El mundo, la carne y el diablo son enemigos poderosos y desagradecidos, por mucho esfuerzo que hagamos por agradarlos, siempre estarán insatisfechos y exigirán más, con el agravante que corremos el riesgo de perderlo todo en el momento menos oportuno.

También pienso que debemos sacrificar el placer de las cosas para ganar el placer de vivir. Frente al amor, el gozo, la paz, la paciencia, la alegría de existir, no hay nada que se le pueda comparar. No hay moneda con la que se pueda comprar. Triunfar sobre uno mismo y sobre las circunstancias es algo indescriptible que no puedes ser comparado ni comprado con nada. En la medida en que aprendemos a amar a las personas y usar las cosas en lugar de amar las cosas y usar a la gente, aprenderemos a triunfar y ser mejores personas cada día.

Caros amigos: un último pensamiento tiene que ver con lo eterno. Es necesario subordinar lo temporal a lo eterno. Esta vida nos ofrece recompensas y compensaciones temporales, los triunfos son cortos y efímeros, pero las promesas de Dios acerca de la eternidad son ciertas y verdaderas.

Es mucho mejor nuestra identidad con Cristo que nuestra amistad con el mundo. Sabernos hijos de Dios que ganar aquello que el mundo considera valioso. ¡Recordemos el premio! ¡Sí hay recompensa para aquellos que le aman! Seguir a Cristo vale la pena, aunque a veces resulte un tanto difícil. 

Que Dios nos ayude a disfrutar las cosas buenas de esta vida, sin perder de vista que nuestra verdadera realización está en la eternidad. Nuestra vida en la tierra es como la hierba y toda su gloria como la flor de la hierba; la hierba se seca y la flor se cae, pero la Palabra del Señor permanece para siempre.

¡Elijamos la vida superior en lugar de procurar los pequeños placeres de este mundo! Un fraterno abrazo en Cristo.