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Columnista - 5 agosto, 2021

Pese a todo…

Esta columna es un complemento de la publicada el pasado jueves con el título ‘La salud poco importa y la vida tampoco’. En la cual describo el vergonzoso comportamiento de la humanidad, especialmente la debacle impúdica que degrada a la sociedad colombiana; obviamente, no a toda, pero lo preocupante es que en nuestro país cada […]

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Esta columna es un complemento de la publicada el pasado jueves con el título ‘La salud poco importa y la vida tampoco’. En la cual describo el vergonzoso comportamiento de la humanidad, especialmente la debacle impúdica que degrada a la sociedad colombiana; obviamente, no a toda, pero lo preocupante es que en nuestro país cada día aumentan las acciones violentas y lo más grave es el incremento de los factores que empeoran tan tenebrosa situación, que pone en continuo riesgo la vida de quienes residen o visitan a Colombia, país que aparece, no en vano, en los primeros puestos del ranking de los países más inseguros del mundo terrenal.

Sin embargo, pese a todo lo escrito, mi percepción personal es que la mayoría de la gente colombiana es admirable; es decir, fenomenal o un fenómeno como suele calificarse lo sorprendente; esto lo traigo a colación debido a los resultados de los sondeos que a menudo hacen para determinar el nivel mundial de la gente más feliz del mundo y los colombianos ocupamos los primeros lugares. 

Tal resultado o privilegio obtenido en Colombia es altamente repudiado, por considerarse insólito, tanto afuera como adentro del país. A a mí me llena de satisfacción porque esto me indica que muchos de mis compatriotas tienen la virtud para superar las adversidades que siempre los azota y oprime, muchas veces sin ninguna consideración y mucho menos justificación.

Esta cualidad que he denominado virtud, en psicología es reconocida como resiliencia, hermosa palabra comparable a la entereza personal, que es la capacidad adquirida por las personas para adaptarse a las situaciones adversas con resultados beneficiosos que permiten vivir felices ignorando las malas vicisitudes.      

La resiliencia “en un principio se interpretó como una condición innata, luego se enfocó en los factores no solo individuales, sino también familiares y comunitarios y actualmente en los culturales. Los investigadores del siglo XXI entienden la resiliencia como un proceso de baño comunitario y cultural, que responde a tres modelos que la explican: un modelo «compensatorio», otro de «protección» y por último uno de «desafío».​ Asimismo, la resiliencia es la capacidad de tener éxito de modo aceptable para la sociedad a pesar de un estrés o de una adversidad que implica normalmente un grave riesgo de resultados negativos. También se define como un proceso de competitividad donde la persona debe adaptarse positivamente a las situaciones adversas”. 

Lamentablemente en nuestro país vemos con mucha frecuencia a sus dirigentes exhortando a la gente a ser resilientes, virtud que nunca han aprendido o practicado; es decir, exhortación de labios para afuera, ejemplos de esto lo leí ayer en el editorial de EL PILÓN ‘Alegrías y angustias del padre al graduar al hijo profesional’; en la pilocatura de Safady ‘Inseguridad en Valledupar…’; en la columna de Aquilino Cotes Zuleta, ‘Las impertinencias de Duque’, también en la columna de Miguel Aroca Yepes, titulada ‘Hilaridades de la política.

Todo lo anterior genera inconformismo, frustración, rencor, resentimiento, desesperación y otros adjetivos negativos que llevan a reacciones violentas como las de ayer protagonizadas en el estadio ‘El Campín’, además de los actos vandálicos realizados por los jóvenes de la primera línea en las protestas antigubernamentales durante la pandemia del covid-19. 

Columnista
5 agosto, 2021

Pese a todo…

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Romero Churio

Esta columna es un complemento de la publicada el pasado jueves con el título ‘La salud poco importa y la vida tampoco’. En la cual describo el vergonzoso comportamiento de la humanidad, especialmente la debacle impúdica que degrada a la sociedad colombiana; obviamente, no a toda, pero lo preocupante es que en nuestro país cada […]


Esta columna es un complemento de la publicada el pasado jueves con el título ‘La salud poco importa y la vida tampoco’. En la cual describo el vergonzoso comportamiento de la humanidad, especialmente la debacle impúdica que degrada a la sociedad colombiana; obviamente, no a toda, pero lo preocupante es que en nuestro país cada día aumentan las acciones violentas y lo más grave es el incremento de los factores que empeoran tan tenebrosa situación, que pone en continuo riesgo la vida de quienes residen o visitan a Colombia, país que aparece, no en vano, en los primeros puestos del ranking de los países más inseguros del mundo terrenal.

Sin embargo, pese a todo lo escrito, mi percepción personal es que la mayoría de la gente colombiana es admirable; es decir, fenomenal o un fenómeno como suele calificarse lo sorprendente; esto lo traigo a colación debido a los resultados de los sondeos que a menudo hacen para determinar el nivel mundial de la gente más feliz del mundo y los colombianos ocupamos los primeros lugares. 

Tal resultado o privilegio obtenido en Colombia es altamente repudiado, por considerarse insólito, tanto afuera como adentro del país. A a mí me llena de satisfacción porque esto me indica que muchos de mis compatriotas tienen la virtud para superar las adversidades que siempre los azota y oprime, muchas veces sin ninguna consideración y mucho menos justificación.

Esta cualidad que he denominado virtud, en psicología es reconocida como resiliencia, hermosa palabra comparable a la entereza personal, que es la capacidad adquirida por las personas para adaptarse a las situaciones adversas con resultados beneficiosos que permiten vivir felices ignorando las malas vicisitudes.      

La resiliencia “en un principio se interpretó como una condición innata, luego se enfocó en los factores no solo individuales, sino también familiares y comunitarios y actualmente en los culturales. Los investigadores del siglo XXI entienden la resiliencia como un proceso de baño comunitario y cultural, que responde a tres modelos que la explican: un modelo «compensatorio», otro de «protección» y por último uno de «desafío».​ Asimismo, la resiliencia es la capacidad de tener éxito de modo aceptable para la sociedad a pesar de un estrés o de una adversidad que implica normalmente un grave riesgo de resultados negativos. También se define como un proceso de competitividad donde la persona debe adaptarse positivamente a las situaciones adversas”. 

Lamentablemente en nuestro país vemos con mucha frecuencia a sus dirigentes exhortando a la gente a ser resilientes, virtud que nunca han aprendido o practicado; es decir, exhortación de labios para afuera, ejemplos de esto lo leí ayer en el editorial de EL PILÓN ‘Alegrías y angustias del padre al graduar al hijo profesional’; en la pilocatura de Safady ‘Inseguridad en Valledupar…’; en la columna de Aquilino Cotes Zuleta, ‘Las impertinencias de Duque’, también en la columna de Miguel Aroca Yepes, titulada ‘Hilaridades de la política.

Todo lo anterior genera inconformismo, frustración, rencor, resentimiento, desesperación y otros adjetivos negativos que llevan a reacciones violentas como las de ayer protagonizadas en el estadio ‘El Campín’, además de los actos vandálicos realizados por los jóvenes de la primera línea en las protestas antigubernamentales durante la pandemia del covid-19.