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Columnista - 25 junio, 2021

Rolando Juan Aponte Martínez

Superando la barrera de los 80 son muchas las experiencias dolorosas que he tenido: la muerte de mis padres, la terrible desaparición de un hijo y ahora le tocó a mi hermano Rolando. Todos esos fallecimientos son crueles y destrozan el alma, pero este último tiene una característica que aumenta el dolor y es la […]

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Superando la barrera de los 80 son muchas las experiencias dolorosas que he tenido: la muerte de mis padres, la terrible desaparición de un hijo y ahora le tocó a mi hermano Rolando. Todos esos fallecimientos son crueles y destrozan el alma, pero este último tiene una característica que aumenta el dolor y es la impotencia de no poder despedir al familiar como siempre lo habíamos hecho: recibiendo cálidos y fuertes abrazos de familiares y amigos, llorando, requebrando sobre el ataúd y viendo pegar y cubrir el último ladrillo de la bóveda, seguir recibiendo pésames y eso es muy duro, duele mucho, pero el terrible covid-19 impone su ley y si la violamos estamos en peligro de que nos invada y mate; hasta ahora él es el rey que manda y hay que aceptarlo.

Rolando, mi hermano, era el cuarto, aparentemente lleno de vida, pero llegó el bicho maldito y se lo llevó, porque él fue un fumador insaciable y 30 años después de haberlo dejado, los daños causados en los pulmones lo acabaron, porque el cigarrillo también es un asesino cruel y silencioso. Por favor, jóvenes, no busquen la muerte, no fumen, porque es fatal para la salud.

Rolando era un hombre bueno, muy pocas veces se le veía de mal humor y siempre estaba acompañado de la sonrisa Martínez y explotaba en carcajadas que hacía su presencia agradable, pero detrás de esta sonrisa había un hombre de decisiones radicales que no admitía términos medios y las cosas eran como él decía o no eran.

Siempre entre los hermanos hay uno que tiene mayor protección paterna, entre nosotros era él, pues antes de morir nuestros padres nos dijeron: “Cuiden a Rola”, y eso hicimos y se convirtió en el pechichón, todos lo atendíamos con esmero y mucho amor.

Era un caballero a carta cabal, un gentleman, siempre elegante y bien vestido, jamás se le vio con unos zapatos sucios, con buena pinta y excelente trato. ¡Cómo lo vamos a extrañar!

Su deporte favorito fue el billar, era el mejor jugador de esta región y lo hacía por recreación, jamás se tomó un trago jugando y menos apostó plata. Ese deporte pierde su mejor exponente y está de luto.

Anécdota: hace más de 40 años le regalamos, todos sus hermanos, un carro Patrol cuando se encontraba administrando una pequeña pero bella finca que tenía mi papá en Los Encantos, y lo primero que hizo fue reunir a todos los vecinos, serranos muy pobres, y les dijo: “Bueno, tengo carro, tienen carro, es de ustedes, pueden llamarme a cualquier hora que aquí estoy para servirles”. Y así lo hizo, fueron muchas las parturientas que llevó a Media Luna, heridos, enfermos y jamás le cobró un peso a nadie, a pesar de que los necesitaba, porque era un hombre pobre. Así fue su vida en todos los aspectos, llena de servicios a todo el que lo requería y lo hacía con gozo y satisfacción.

Orlando, cuñado querido, y Dina, mi adorada hermana, nuevamente muchas gracias por haberlo acogido bajo su techo en los últimos años de su vida, tal como lo hicieron con mi papá. No tendremos Doris, Tico, Rafa y yo cómo  pagarles.

Adiós hermano de mi alma, nos dejas destrozados, cuánto nos duele tu partida.

Columnista
25 junio, 2021

Rolando Juan Aponte Martínez

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José M. Aponte Martínez

Superando la barrera de los 80 son muchas las experiencias dolorosas que he tenido: la muerte de mis padres, la terrible desaparición de un hijo y ahora le tocó a mi hermano Rolando. Todos esos fallecimientos son crueles y destrozan el alma, pero este último tiene una característica que aumenta el dolor y es la […]


Superando la barrera de los 80 son muchas las experiencias dolorosas que he tenido: la muerte de mis padres, la terrible desaparición de un hijo y ahora le tocó a mi hermano Rolando. Todos esos fallecimientos son crueles y destrozan el alma, pero este último tiene una característica que aumenta el dolor y es la impotencia de no poder despedir al familiar como siempre lo habíamos hecho: recibiendo cálidos y fuertes abrazos de familiares y amigos, llorando, requebrando sobre el ataúd y viendo pegar y cubrir el último ladrillo de la bóveda, seguir recibiendo pésames y eso es muy duro, duele mucho, pero el terrible covid-19 impone su ley y si la violamos estamos en peligro de que nos invada y mate; hasta ahora él es el rey que manda y hay que aceptarlo.

Rolando, mi hermano, era el cuarto, aparentemente lleno de vida, pero llegó el bicho maldito y se lo llevó, porque él fue un fumador insaciable y 30 años después de haberlo dejado, los daños causados en los pulmones lo acabaron, porque el cigarrillo también es un asesino cruel y silencioso. Por favor, jóvenes, no busquen la muerte, no fumen, porque es fatal para la salud.

Rolando era un hombre bueno, muy pocas veces se le veía de mal humor y siempre estaba acompañado de la sonrisa Martínez y explotaba en carcajadas que hacía su presencia agradable, pero detrás de esta sonrisa había un hombre de decisiones radicales que no admitía términos medios y las cosas eran como él decía o no eran.

Siempre entre los hermanos hay uno que tiene mayor protección paterna, entre nosotros era él, pues antes de morir nuestros padres nos dijeron: “Cuiden a Rola”, y eso hicimos y se convirtió en el pechichón, todos lo atendíamos con esmero y mucho amor.

Era un caballero a carta cabal, un gentleman, siempre elegante y bien vestido, jamás se le vio con unos zapatos sucios, con buena pinta y excelente trato. ¡Cómo lo vamos a extrañar!

Su deporte favorito fue el billar, era el mejor jugador de esta región y lo hacía por recreación, jamás se tomó un trago jugando y menos apostó plata. Ese deporte pierde su mejor exponente y está de luto.

Anécdota: hace más de 40 años le regalamos, todos sus hermanos, un carro Patrol cuando se encontraba administrando una pequeña pero bella finca que tenía mi papá en Los Encantos, y lo primero que hizo fue reunir a todos los vecinos, serranos muy pobres, y les dijo: “Bueno, tengo carro, tienen carro, es de ustedes, pueden llamarme a cualquier hora que aquí estoy para servirles”. Y así lo hizo, fueron muchas las parturientas que llevó a Media Luna, heridos, enfermos y jamás le cobró un peso a nadie, a pesar de que los necesitaba, porque era un hombre pobre. Así fue su vida en todos los aspectos, llena de servicios a todo el que lo requería y lo hacía con gozo y satisfacción.

Orlando, cuñado querido, y Dina, mi adorada hermana, nuevamente muchas gracias por haberlo acogido bajo su techo en los últimos años de su vida, tal como lo hicieron con mi papá. No tendremos Doris, Tico, Rafa y yo cómo  pagarles.

Adiós hermano de mi alma, nos dejas destrozados, cuánto nos duele tu partida.