El fin de semana pasado estuve de visita en Pueblo Bello, esa joya hermosa que tenemos en nuestro territorio, y fue llamativo ver la confianza con que sus habitantes han regresado a la cotidianidad. Lo del tapabocas y la distancia de seguridad allá no se muestra prioritario. Desafían a conciencia o por ignorancia, la contundencia […]
El fin de semana pasado estuve de visita en Pueblo Bello, esa joya hermosa que tenemos en nuestro territorio, y fue llamativo ver la confianza con que sus habitantes han regresado a la cotidianidad. Lo del tapabocas y la distancia de seguridad allá no se muestra prioritario. Desafían a conciencia o por ignorancia, la contundencia del mortal virus. Una imagen que resultará familiar en los otros municipios del Cesar.
Se entiende que nadie quiera pensar en el fin, menos cuando se tiene familia, desborda la energía y quedan muchos sueños por cumplir. Pero señores, esta realidad no la podemos obviar, la emboscada de la parca no deja de ser asfixiante.
Después de 100 años, cuando el planeta experimentó la peste de la gripe española en 1918, otra epidemia de similares características, la del coronavirus en el año 2019, llena de terror al mundo. Aquella pandemia del 18, según la Organización Mundial de la Salud causó la muerte de 40 millones de personas entre los 20 y los 40 años, haciendo un mayor énfasis en los hombres. Pues bien, la pandemia de este nuevo tiempo, que lleva más de 2.6 millones de víctimas mortales, no discrimina, y aunque en un principio el pico de fallecidos estaba en hombres entre los 80 y 89 años, lo cierto es que su ferocidad en la actualidad se padece sin distingo de género o edad.
Vivir una pandemia en un país tercermundista hace todo más difícil, la preocupación termina matando más que el propio virus. Caer en las garras de nuestro precario sistema de salud intimida tanto como como una sentencia anticipada de muerte. Aquí la salud de calidad es un negocio y un lujo que la mayoría no puede costear. Por lo tanto, un frágil, barato y al mismo tiempo poderoso tapabocas se constituye en nuestra apuesta más certera a la supervivencia.
La historia juzgará a los gobernantes de esta época, otorgará honores a quienes lo merezcan, pero también se hará la valoración de aquellos que, por su carencia de liderazgo, ineptitud o negligencia, coadyuvaron a la muerte de miles de conciudadanos. Todos somos iguales en nuestra esencia como seres humanos, por lo tanto, en la lucha por la vida, merecemos el mismo trato y respeto por parte de la institucionalidad.
Lo claro es que nadie está exento de experimentar la tragedia del coronavirus, de nada sirve hacer elucubraciones sobre la manera como ocurren los contagios, o buscar responsables. Lo importante es entender que el virus se mantiene en el territorio, en consecuencia hasta no estar inmunizados, nos corresponde seguir extremando medidas de cuidado y aislamiento social para lograr derrotarlo. El tapabocas fuera de casa no se quita nunca. Las campañas pedagógicas se deben mantener, sobre todo en aquellas poblaciones en donde el acceso a la información es precario.
El fin de semana pasado estuve de visita en Pueblo Bello, esa joya hermosa que tenemos en nuestro territorio, y fue llamativo ver la confianza con que sus habitantes han regresado a la cotidianidad. Lo del tapabocas y la distancia de seguridad allá no se muestra prioritario. Desafían a conciencia o por ignorancia, la contundencia […]
El fin de semana pasado estuve de visita en Pueblo Bello, esa joya hermosa que tenemos en nuestro territorio, y fue llamativo ver la confianza con que sus habitantes han regresado a la cotidianidad. Lo del tapabocas y la distancia de seguridad allá no se muestra prioritario. Desafían a conciencia o por ignorancia, la contundencia del mortal virus. Una imagen que resultará familiar en los otros municipios del Cesar.
Se entiende que nadie quiera pensar en el fin, menos cuando se tiene familia, desborda la energía y quedan muchos sueños por cumplir. Pero señores, esta realidad no la podemos obviar, la emboscada de la parca no deja de ser asfixiante.
Después de 100 años, cuando el planeta experimentó la peste de la gripe española en 1918, otra epidemia de similares características, la del coronavirus en el año 2019, llena de terror al mundo. Aquella pandemia del 18, según la Organización Mundial de la Salud causó la muerte de 40 millones de personas entre los 20 y los 40 años, haciendo un mayor énfasis en los hombres. Pues bien, la pandemia de este nuevo tiempo, que lleva más de 2.6 millones de víctimas mortales, no discrimina, y aunque en un principio el pico de fallecidos estaba en hombres entre los 80 y 89 años, lo cierto es que su ferocidad en la actualidad se padece sin distingo de género o edad.
Vivir una pandemia en un país tercermundista hace todo más difícil, la preocupación termina matando más que el propio virus. Caer en las garras de nuestro precario sistema de salud intimida tanto como como una sentencia anticipada de muerte. Aquí la salud de calidad es un negocio y un lujo que la mayoría no puede costear. Por lo tanto, un frágil, barato y al mismo tiempo poderoso tapabocas se constituye en nuestra apuesta más certera a la supervivencia.
La historia juzgará a los gobernantes de esta época, otorgará honores a quienes lo merezcan, pero también se hará la valoración de aquellos que, por su carencia de liderazgo, ineptitud o negligencia, coadyuvaron a la muerte de miles de conciudadanos. Todos somos iguales en nuestra esencia como seres humanos, por lo tanto, en la lucha por la vida, merecemos el mismo trato y respeto por parte de la institucionalidad.
Lo claro es que nadie está exento de experimentar la tragedia del coronavirus, de nada sirve hacer elucubraciones sobre la manera como ocurren los contagios, o buscar responsables. Lo importante es entender que el virus se mantiene en el territorio, en consecuencia hasta no estar inmunizados, nos corresponde seguir extremando medidas de cuidado y aislamiento social para lograr derrotarlo. El tapabocas fuera de casa no se quita nunca. Las campañas pedagógicas se deben mantener, sobre todo en aquellas poblaciones en donde el acceso a la información es precario.