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Columnista - 27 mayo, 2021

Lobos y ovejas

En alguna información de las tantas surgidas  en todas partes, encontré la preocupación de un grupo de padres para que sus hijos no accedan a las tecnologías, ni siquiera estén interesados  en conocer y usar las actuales, sino la naturaleza viva, tranquila y real, como abuelos y padres encontraron el mundo.  No quieren, y pagan […]

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En alguna información de las tantas surgidas  en todas partes, encontré la preocupación de un grupo de padres para que sus hijos no accedan a las tecnologías, ni siquiera estén interesados  en conocer y usar las actuales, sino la naturaleza viva, tranquila y real, como abuelos y padres encontraron el mundo. 

No quieren, y pagan para que así ocurra, ver a sus pupilos  pegados al aparato, llámese computador,  teléfono móvil, Tablet, etc., todo el día,  procuran en cambio, regresar a  los juegos elementales de siempre,  caminar descalzos por lugares tranquilos, ver y oír las aves,  mojarse en el río, pescar con elementos milenarios para que la imaginación y creatividad regrese a sus cerebros y olviden las conexiones ante las pantallas de la actualidad.

Jugar con amigos reales, mirar todo desde el principio, saber que la leche viene de las vacas y no las bolsas y  que del trigo nace  el pan y no de los supermercados.

En pocas palabras volver a criar humanos, y no humanoides de grandes ojos, hábiles dedos y cerebros llenos de luces artificiales, y lo peor, pensamientos interestelares, que pasean por Martes y Júpiter porque ya la luna  es una simple playa conocida.

La vaina parece   simple ficción, pero es tan real, que nosotros estamos quedándonos acompañados por miles, pero solitarios en todo. Hoy los alumnos no conocen a sus maestros, los fieles ven a sus guías espirituales por la pantalla, las reuniones dizque integradoras son por igual mecanismo, y las fiestas son frente al aparato, en una soledad abrumadora, pero con una compañía desconocida. Nadie ríe, nadie llora, nadie se queja ante nadie, porque  somos nosotros mismos convertidos en nadie.

Hace algunos años jugaban a mostrarnos como  representamos  una cifra, un simple número, hoy una vaina  llamada Internet de las cosas nos ordena qué consumimos, a qué horas, qué nos falta, donde y a qué precio las encontramos, incluso sabe si tenemos para adquirirla o no, y también quién podría hacerlo por nosotros en un acto de sentimentalismo virtual; la cosa está así de fea, así  de acompañada y así de sola.

No nos encontramos, no salimos, no vemos a mucha gente, y eso nos lleva a pensar lo peor, o resignarnos a una soledad adulta, solo somos un paquete de sustos rodeados por asustadores en todas partes. Huimos perseguidos por nosotros mismos. Hablamos solos, seguimos un camino sin fin, casi como aquellos zombis de las viejas series de antigua y lejana televisión.  Pero aun así,  y es nuestra verdadera capacidad de aguante y contrastes,  seguimos aferrados a una esperanza y la dibujamos verde como la primavera. Sería bueno consultar a África, que ayer celebró su día, posiblemente tenga respuestas que nosotros no sabemos, de allá venimos…

La gente sale a la calle, grita, se desahoga, no sabe si regresará. Tiene ganas, busca espacios, quiere futuros, sueña despierto, duerme de pie. Falta el gran líder mostrando el camino posible, o tal vez el menos violento que nos recuerde que somos una raza inteligente, beligerante, pasiva, y destructora al mismo tiempo. Lobos y ovejas al otro lado del río. Aprendamos a nadar entonces…

Columnista
27 mayo, 2021

Lobos y ovejas

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Edgardo Mendoza Guerra

En alguna información de las tantas surgidas  en todas partes, encontré la preocupación de un grupo de padres para que sus hijos no accedan a las tecnologías, ni siquiera estén interesados  en conocer y usar las actuales, sino la naturaleza viva, tranquila y real, como abuelos y padres encontraron el mundo.  No quieren, y pagan […]


En alguna información de las tantas surgidas  en todas partes, encontré la preocupación de un grupo de padres para que sus hijos no accedan a las tecnologías, ni siquiera estén interesados  en conocer y usar las actuales, sino la naturaleza viva, tranquila y real, como abuelos y padres encontraron el mundo. 

No quieren, y pagan para que así ocurra, ver a sus pupilos  pegados al aparato, llámese computador,  teléfono móvil, Tablet, etc., todo el día,  procuran en cambio, regresar a  los juegos elementales de siempre,  caminar descalzos por lugares tranquilos, ver y oír las aves,  mojarse en el río, pescar con elementos milenarios para que la imaginación y creatividad regrese a sus cerebros y olviden las conexiones ante las pantallas de la actualidad.

Jugar con amigos reales, mirar todo desde el principio, saber que la leche viene de las vacas y no las bolsas y  que del trigo nace  el pan y no de los supermercados.

En pocas palabras volver a criar humanos, y no humanoides de grandes ojos, hábiles dedos y cerebros llenos de luces artificiales, y lo peor, pensamientos interestelares, que pasean por Martes y Júpiter porque ya la luna  es una simple playa conocida.

La vaina parece   simple ficción, pero es tan real, que nosotros estamos quedándonos acompañados por miles, pero solitarios en todo. Hoy los alumnos no conocen a sus maestros, los fieles ven a sus guías espirituales por la pantalla, las reuniones dizque integradoras son por igual mecanismo, y las fiestas son frente al aparato, en una soledad abrumadora, pero con una compañía desconocida. Nadie ríe, nadie llora, nadie se queja ante nadie, porque  somos nosotros mismos convertidos en nadie.

Hace algunos años jugaban a mostrarnos como  representamos  una cifra, un simple número, hoy una vaina  llamada Internet de las cosas nos ordena qué consumimos, a qué horas, qué nos falta, donde y a qué precio las encontramos, incluso sabe si tenemos para adquirirla o no, y también quién podría hacerlo por nosotros en un acto de sentimentalismo virtual; la cosa está así de fea, así  de acompañada y así de sola.

No nos encontramos, no salimos, no vemos a mucha gente, y eso nos lleva a pensar lo peor, o resignarnos a una soledad adulta, solo somos un paquete de sustos rodeados por asustadores en todas partes. Huimos perseguidos por nosotros mismos. Hablamos solos, seguimos un camino sin fin, casi como aquellos zombis de las viejas series de antigua y lejana televisión.  Pero aun así,  y es nuestra verdadera capacidad de aguante y contrastes,  seguimos aferrados a una esperanza y la dibujamos verde como la primavera. Sería bueno consultar a África, que ayer celebró su día, posiblemente tenga respuestas que nosotros no sabemos, de allá venimos…

La gente sale a la calle, grita, se desahoga, no sabe si regresará. Tiene ganas, busca espacios, quiere futuros, sueña despierto, duerme de pie. Falta el gran líder mostrando el camino posible, o tal vez el menos violento que nos recuerde que somos una raza inteligente, beligerante, pasiva, y destructora al mismo tiempo. Lobos y ovejas al otro lado del río. Aprendamos a nadar entonces…