Esta es una tarea esencial para que no nos ganen las emociones, causantes de tantos malestares personales, familiares y sociales. La fe ideológica, que es emotiva, problematiza. La razón soluciona. Y la nobleza mejora la solución. El filósofo Descartes nos aconsejaba pensar una hora al día; una hora cada día, pues sostenía que el hombre […]
Esta es una tarea esencial para que no nos ganen las emociones, causantes de tantos malestares personales, familiares y sociales. La fe ideológica, que es emotiva, problematiza. La razón soluciona.
Y la nobleza mejora la solución.
El filósofo Descartes nos aconsejaba pensar una hora al día; una hora cada día, pues sostenía que el hombre no es capaz de pensar más tiempo. A manera de broma decía que solo él era capaz de pensar. Evidentemente, la historia de la filosofía lo reconoce como el primer pensador moderno.
Pensar es un ejercicio del intelecto, que se sujeta a unas reglas: las del sistema lógico de los silogismos y los llamados primeros principios.
Para los efectos de este escrito me contraigo al principio que prohíbe el abuso del Derecho. Apliquémoslo a las manifestaciones que algunos grupos humanos han estado realizando en el país con el objeto de lograr determinados resultados económicos y sociales que consideran necesarios para la comunidad; aunque no podemos ser ingenuos, pues lo que se proponen es una finalidad política distinta: cambiar el orden democrático del país y sustituirlo por otro que les place más, por ejemplo: el de una “democracia” absolutista.
Por lo demás, esas manifestaciones no solamente han tenido lugar en Colombia, sino también en otras naciones latinoamericanas, con el mismo propósito antes dicho. Sirvan de ejemplo los regímenes totalitarios de América Latina.
Y aquí es donde quiero traer a colación el principio que prohíbe el abuso del Derecho. Es indudable que los marchantes tienen el derecho a sus manifestaciones con el fin de lograr sus objetivos, siempre y cuando sean lícitos, pero es evidente que no lo pueden ejercer violentamente, con menoscabo de los derechos privados y públicos de los que no participan, porque no están de acuerdo con su ideología o por cualquier otro motivo. Por tanto, el derecho a las manifestaciones pierde su legitimidad filosófica-jurídica al ser ejecutada mediante el ejercicio de la violencia. Por tanto, también está la comisión de delitos punibles.
Es verdad que en nuestro país hay que cambiar muchas costumbres políticas detestables, lo mismo que a la mayoría de los dirigentes, que no en poco son responsables por abandonos de sus deberes y por sus ambiciones personales de mucho de lo que ocurre, y reconocer y practicar la justicia económica y social de todos y cada uno de los habitantes, pero no lo podemos hacer violentamente porque los tiempos de la fuerza bruta ya fueron superados y porque podríamos estar empollando a un tirano; como es sabido ni los treinta tiranos de Atenas pudieron solucionar los problemas que por entonces aquejaban a esa ciudad-Estado, sino que los multiplicaron, y Atenas hubo de regresar definitivamente a la democracia. ¿Y qué decir de las naciones desgraciadas que en el siglo XX y lo que llevamos del XXl han padecido cruelmente los gobiernos de los tiranos?
Desde los montes de Pueblo Bello.
Esta es una tarea esencial para que no nos ganen las emociones, causantes de tantos malestares personales, familiares y sociales. La fe ideológica, que es emotiva, problematiza. La razón soluciona. Y la nobleza mejora la solución. El filósofo Descartes nos aconsejaba pensar una hora al día; una hora cada día, pues sostenía que el hombre […]
Esta es una tarea esencial para que no nos ganen las emociones, causantes de tantos malestares personales, familiares y sociales. La fe ideológica, que es emotiva, problematiza. La razón soluciona.
Y la nobleza mejora la solución.
El filósofo Descartes nos aconsejaba pensar una hora al día; una hora cada día, pues sostenía que el hombre no es capaz de pensar más tiempo. A manera de broma decía que solo él era capaz de pensar. Evidentemente, la historia de la filosofía lo reconoce como el primer pensador moderno.
Pensar es un ejercicio del intelecto, que se sujeta a unas reglas: las del sistema lógico de los silogismos y los llamados primeros principios.
Para los efectos de este escrito me contraigo al principio que prohíbe el abuso del Derecho. Apliquémoslo a las manifestaciones que algunos grupos humanos han estado realizando en el país con el objeto de lograr determinados resultados económicos y sociales que consideran necesarios para la comunidad; aunque no podemos ser ingenuos, pues lo que se proponen es una finalidad política distinta: cambiar el orden democrático del país y sustituirlo por otro que les place más, por ejemplo: el de una “democracia” absolutista.
Por lo demás, esas manifestaciones no solamente han tenido lugar en Colombia, sino también en otras naciones latinoamericanas, con el mismo propósito antes dicho. Sirvan de ejemplo los regímenes totalitarios de América Latina.
Y aquí es donde quiero traer a colación el principio que prohíbe el abuso del Derecho. Es indudable que los marchantes tienen el derecho a sus manifestaciones con el fin de lograr sus objetivos, siempre y cuando sean lícitos, pero es evidente que no lo pueden ejercer violentamente, con menoscabo de los derechos privados y públicos de los que no participan, porque no están de acuerdo con su ideología o por cualquier otro motivo. Por tanto, el derecho a las manifestaciones pierde su legitimidad filosófica-jurídica al ser ejecutada mediante el ejercicio de la violencia. Por tanto, también está la comisión de delitos punibles.
Es verdad que en nuestro país hay que cambiar muchas costumbres políticas detestables, lo mismo que a la mayoría de los dirigentes, que no en poco son responsables por abandonos de sus deberes y por sus ambiciones personales de mucho de lo que ocurre, y reconocer y practicar la justicia económica y social de todos y cada uno de los habitantes, pero no lo podemos hacer violentamente porque los tiempos de la fuerza bruta ya fueron superados y porque podríamos estar empollando a un tirano; como es sabido ni los treinta tiranos de Atenas pudieron solucionar los problemas que por entonces aquejaban a esa ciudad-Estado, sino que los multiplicaron, y Atenas hubo de regresar definitivamente a la democracia. ¿Y qué decir de las naciones desgraciadas que en el siglo XX y lo que llevamos del XXl han padecido cruelmente los gobiernos de los tiranos?
Desde los montes de Pueblo Bello.