El análisis de tanto acontecimiento simultáneo lo deja a uno rezagado, estupefacto, y con más preguntas que respuestas. Es que se ha dado la denominada “tormenta perfecta”, en la cual la pandemia de la covid-19 ha llegado -increíblemente- a estar en un segundo plano desplazada por los graves sucesos del paro nacional, reforzado […]
El análisis de tanto acontecimiento simultáneo lo deja a uno rezagado, estupefacto, y con más preguntas que respuestas. Es que se ha dado la denominada “tormenta perfecta”, en la cual la pandemia de la covid-19 ha llegado -increíblemente- a estar en un segundo plano desplazada por los graves sucesos del paro nacional, reforzado este caos con la difícil situación fronteriza con Venezuela y otros problemas de gran magnitud, los que solo tratar de enumerar ya es una tarea fatigante y complicada.
Es que estamos necesitando un líder que mire fuera del círculo de sus propia conveniencia y la de su partido, que convoque y logre, sino la unidad nacional, cosa imposible, unir fuerzas que no hay por qué inventarlas y con ellos se trace una vía que nos convenza que se va a buscar la equidad social, pero no entregando mendrugos sino dinamizando y haciendo crecer la economía y la riqueza de la mano de principios sociales. La idea es que esa sombrilla del progreso nos cubra a todos y no resguarde y aproveche solo a unos pocos. La frase y la idea existen desde hace ratos: la función social de la riqueza.
No se puede seguir pensando que a punta del uso de unas mayorías leales o compradas le van a seguir dando al país brebajes tóxicos como el de una reforma tributaria atropelladora y empobrecedora, que lo que buscaba era dinero para financiar mendrugos, golpeando a la clase media, sin tocar los indebidos privilegios de quienes los aprovechan, no para generar y distribuir riquezas sino para llenar los bolsillos, haciendo el quite -y lo repito- al ejercicio de la función social de la riqueza.
La reforma tributaria antes que el “florero de Llorente” ha debido ser el punto de convergencia, la plataforma de lanzamiento de las nuevas propuestas, una especie de acto de apertura a la esperanza. Esa ley debió darnos el marco de lo que se quiere y necesita. Todavía se puede.
Es que los ricos y las grandes empresas, los cuales debían multiplicarse, bien pueden asumir una misión ajustadora que busque que todos participemos de lo bueno, que no de lo malo. Si un banco gana billones anualmente, parte de eso y sin necesidad de una ley debiera ser un insumo para contribuir al bienestar de quienes con su trabajo ayudaron a crearla. Eso ni siquiera huele a socialismo, es hasta, si se quiere, pura conveniencia.
Y ojo con el esperpento de la ley de la salud. Es otra muestra que nos indica que se piensa más en las EPS que en la salud. Esta debe ser un servicio nacional y si se quiere prestado por entes privados pero privilegiando el buen y completo servicio y no lo que es hoy, el camino sembrado de obstáculos que hay entre el enfermo y su cura. Esto cambia y se tranquiliza el día en que eso suceda. Y sí se puede.
Cierto es que si no aprovechamos esta crisis para encontrar el rumbo en el manejo no solo del Estado, sino del país, lo que venga, si es que no ha llegado, va a ser inmanejable, pues la presión política y social va a desbordar los diques de contención y ahí sí sálvese quien pueda. Ojalá todavía tengamos margen de maniobra y lo aprovechemos adecuadamente.
Hasta el momento de escribir esto, sábado en la mañana, lo que he visto son palos de ciego. Pura retórica. Cómo en el béisbol: esa bola pica y se extiende.
El análisis de tanto acontecimiento simultáneo lo deja a uno rezagado, estupefacto, y con más preguntas que respuestas. Es que se ha dado la denominada “tormenta perfecta”, en la cual la pandemia de la covid-19 ha llegado -increíblemente- a estar en un segundo plano desplazada por los graves sucesos del paro nacional, reforzado […]
El análisis de tanto acontecimiento simultáneo lo deja a uno rezagado, estupefacto, y con más preguntas que respuestas. Es que se ha dado la denominada “tormenta perfecta”, en la cual la pandemia de la covid-19 ha llegado -increíblemente- a estar en un segundo plano desplazada por los graves sucesos del paro nacional, reforzado este caos con la difícil situación fronteriza con Venezuela y otros problemas de gran magnitud, los que solo tratar de enumerar ya es una tarea fatigante y complicada.
Es que estamos necesitando un líder que mire fuera del círculo de sus propia conveniencia y la de su partido, que convoque y logre, sino la unidad nacional, cosa imposible, unir fuerzas que no hay por qué inventarlas y con ellos se trace una vía que nos convenza que se va a buscar la equidad social, pero no entregando mendrugos sino dinamizando y haciendo crecer la economía y la riqueza de la mano de principios sociales. La idea es que esa sombrilla del progreso nos cubra a todos y no resguarde y aproveche solo a unos pocos. La frase y la idea existen desde hace ratos: la función social de la riqueza.
No se puede seguir pensando que a punta del uso de unas mayorías leales o compradas le van a seguir dando al país brebajes tóxicos como el de una reforma tributaria atropelladora y empobrecedora, que lo que buscaba era dinero para financiar mendrugos, golpeando a la clase media, sin tocar los indebidos privilegios de quienes los aprovechan, no para generar y distribuir riquezas sino para llenar los bolsillos, haciendo el quite -y lo repito- al ejercicio de la función social de la riqueza.
La reforma tributaria antes que el “florero de Llorente” ha debido ser el punto de convergencia, la plataforma de lanzamiento de las nuevas propuestas, una especie de acto de apertura a la esperanza. Esa ley debió darnos el marco de lo que se quiere y necesita. Todavía se puede.
Es que los ricos y las grandes empresas, los cuales debían multiplicarse, bien pueden asumir una misión ajustadora que busque que todos participemos de lo bueno, que no de lo malo. Si un banco gana billones anualmente, parte de eso y sin necesidad de una ley debiera ser un insumo para contribuir al bienestar de quienes con su trabajo ayudaron a crearla. Eso ni siquiera huele a socialismo, es hasta, si se quiere, pura conveniencia.
Y ojo con el esperpento de la ley de la salud. Es otra muestra que nos indica que se piensa más en las EPS que en la salud. Esta debe ser un servicio nacional y si se quiere prestado por entes privados pero privilegiando el buen y completo servicio y no lo que es hoy, el camino sembrado de obstáculos que hay entre el enfermo y su cura. Esto cambia y se tranquiliza el día en que eso suceda. Y sí se puede.
Cierto es que si no aprovechamos esta crisis para encontrar el rumbo en el manejo no solo del Estado, sino del país, lo que venga, si es que no ha llegado, va a ser inmanejable, pues la presión política y social va a desbordar los diques de contención y ahí sí sálvese quien pueda. Ojalá todavía tengamos margen de maniobra y lo aprovechemos adecuadamente.
Hasta el momento de escribir esto, sábado en la mañana, lo que he visto son palos de ciego. Pura retórica. Cómo en el béisbol: esa bola pica y se extiende.