José Manuel Aponte Martínez Marzal Cuadrado, que soy yo, nació el 19 de mayo de 1940 en la bonita población de Villanueva, en el popular barrio San Luis; mis padres José Aponte Marzal y Lucinda Martínez de Aponte; me recibió la comadrona del pueblo, en esa época mi bisabuela, ‘La Ñiña’, Petrica Quintero de Cuadrado, […]
José Manuel Aponte Martínez Marzal Cuadrado, que soy yo, nació el 19 de mayo de 1940 en la bonita población de Villanueva, en el popular barrio San Luis; mis padres José Aponte Marzal y Lucinda Martínez de Aponte; me recibió la comadrona del pueblo, en esa época mi bisabuela, ‘La Ñiña’, Petrica Quintero de Cuadrado, a quien nunca se le murió un niño y jamás hizo una cesárea como ahora. Sí, nací en mayo del 40, lo que indica que voy a cumplir ya 81, que es bastante para los demás y poco para mí y aspiro vivir lo que Dios quiera y ojalá quiera que sea bastante.
Lo anterior para hacerles claridad a muchas personas que han creído que me vacuné de forma fraudulenta, porque ni por el carajo, me han dicho, yo tenga 80 años, y además descaradamente decirlo por la prensa y no quedarme calladito. Lo ratifico: me vacuné y tengo ya casi 81, felizmente estoy bien, no he tenido ninguna reacción, ni el más leve dolorcito de cabeza; 36 grados de temperatura, trago hasta aldabas, lo que se me atraviese, duermo bien como todos los viejos, por ratos, leo periódicos y veo televisión sin gafas, manejo con juicio y fácilmente voy a Barranquilla o Aguachica conduciendo, aunque algunas veces en rever le doy un totazo al carro al mejor estilo de mi gran amigo y hermano Marcelo Calderón. Hago todas mis diligencias, peleo con la mujer como todo mundo, pero sin odio, son peleas amigables; juego billar como ejercicio físico e intelectual, y dominó para agilizar la mente; no camino ni troto; atiendo a mis hijos y nietos, y en fin, llevo una vida normal que con la vacuna no se ha alterado en nada.
Por lo anterior, y sin lugar a equivocarme, les aconsejo a todos los que lean esta columna que se vacunen, esa es la única forma de evitar que en cualquier momento el bicho ese te invada y acabe con tu vida. La vida, como sea, es muy sabrosa y nadie la quiere perder.
No hay suficiente ilustración, por no decir que ninguna, de la OMS y de los laboratorios que producen la vacuna, que es una vaina que se inyecta al cuerpo para que los virus y microbios no entren a él y nos maten, es decir, que la vacuna nos inmuniza y los jode.
No sabemos cuánto tiempo dura esa protección, si arranca enseguida con la primera dosis o hay que esperar la segunda. En fin, sería muy bueno que el señor presidente Iván Duque, el señor ministro de Salud o la Superintendencia de Salud, con las secretarías respectivas, nos lo dijeran en el programa televisivo de todos los días.
¿Hasta cuándo, señor gobernador o señor alcalde, los dueños de vehículos que todos los días llevan sus hijos al Colegio La Sierra tendrán el martirio de traficar por una carretera construida en un 90 % por ese colegio, faltándole apenas un 10 %, equivalente a unos 200 metros, para que sus carros no se destruyan? Ellos pagan impuestos y es justo que se oiga su clamor. Por Dios, arreglen y terminen esos pedacitos para recordarlo con gratitud. No sean indiferentes.
José Manuel Aponte Martínez Marzal Cuadrado, que soy yo, nació el 19 de mayo de 1940 en la bonita población de Villanueva, en el popular barrio San Luis; mis padres José Aponte Marzal y Lucinda Martínez de Aponte; me recibió la comadrona del pueblo, en esa época mi bisabuela, ‘La Ñiña’, Petrica Quintero de Cuadrado, […]
José Manuel Aponte Martínez Marzal Cuadrado, que soy yo, nació el 19 de mayo de 1940 en la bonita población de Villanueva, en el popular barrio San Luis; mis padres José Aponte Marzal y Lucinda Martínez de Aponte; me recibió la comadrona del pueblo, en esa época mi bisabuela, ‘La Ñiña’, Petrica Quintero de Cuadrado, a quien nunca se le murió un niño y jamás hizo una cesárea como ahora. Sí, nací en mayo del 40, lo que indica que voy a cumplir ya 81, que es bastante para los demás y poco para mí y aspiro vivir lo que Dios quiera y ojalá quiera que sea bastante.
Lo anterior para hacerles claridad a muchas personas que han creído que me vacuné de forma fraudulenta, porque ni por el carajo, me han dicho, yo tenga 80 años, y además descaradamente decirlo por la prensa y no quedarme calladito. Lo ratifico: me vacuné y tengo ya casi 81, felizmente estoy bien, no he tenido ninguna reacción, ni el más leve dolorcito de cabeza; 36 grados de temperatura, trago hasta aldabas, lo que se me atraviese, duermo bien como todos los viejos, por ratos, leo periódicos y veo televisión sin gafas, manejo con juicio y fácilmente voy a Barranquilla o Aguachica conduciendo, aunque algunas veces en rever le doy un totazo al carro al mejor estilo de mi gran amigo y hermano Marcelo Calderón. Hago todas mis diligencias, peleo con la mujer como todo mundo, pero sin odio, son peleas amigables; juego billar como ejercicio físico e intelectual, y dominó para agilizar la mente; no camino ni troto; atiendo a mis hijos y nietos, y en fin, llevo una vida normal que con la vacuna no se ha alterado en nada.
Por lo anterior, y sin lugar a equivocarme, les aconsejo a todos los que lean esta columna que se vacunen, esa es la única forma de evitar que en cualquier momento el bicho ese te invada y acabe con tu vida. La vida, como sea, es muy sabrosa y nadie la quiere perder.
No hay suficiente ilustración, por no decir que ninguna, de la OMS y de los laboratorios que producen la vacuna, que es una vaina que se inyecta al cuerpo para que los virus y microbios no entren a él y nos maten, es decir, que la vacuna nos inmuniza y los jode.
No sabemos cuánto tiempo dura esa protección, si arranca enseguida con la primera dosis o hay que esperar la segunda. En fin, sería muy bueno que el señor presidente Iván Duque, el señor ministro de Salud o la Superintendencia de Salud, con las secretarías respectivas, nos lo dijeran en el programa televisivo de todos los días.
¿Hasta cuándo, señor gobernador o señor alcalde, los dueños de vehículos que todos los días llevan sus hijos al Colegio La Sierra tendrán el martirio de traficar por una carretera construida en un 90 % por ese colegio, faltándole apenas un 10 %, equivalente a unos 200 metros, para que sus carros no se destruyan? Ellos pagan impuestos y es justo que se oiga su clamor. Por Dios, arreglen y terminen esos pedacitos para recordarlo con gratitud. No sean indiferentes.