Todavía en el Festival Vallenato se sigue exaltando al acordeonero. Es eso lo adecuado, se pregunta la audiencia. Digamos que la competencia principal es entre quienes interpretan el acordeón. Y que eso hace del Festival un compromiso con las raíces, el legado fundacional y el folclor. Este parecer se acentúa más cuando se interpretan y […]
Todavía en el Festival Vallenato se sigue exaltando al acordeonero. Es eso lo adecuado, se pregunta la audiencia. Digamos que la competencia principal es entre quienes interpretan el acordeón. Y que eso hace del Festival un compromiso con las raíces, el legado fundacional y el folclor.
Este parecer se acentúa más cuando se interpretan y juzgan los 4 ‘aires’ tradicionales, son, paseo, merengue y puya. Y no se ha dado paso a otros ritmos con acordeón que atraen al público.
El público se desmadra, se enloquece por aquel protagonista que no lo es del concurso del Festival: el cantante. El fenómeno de la imagen, los símbolos, la sociedad del espectáculo, como la llama el nobel Vargas Llosa en un libro sobre el tema, han puesto, y ya hace tiempo, al cantante como el gran protagonista del ‘estrellato’.
Independientemente de aquellos aires había otras expresiones, a las que buenos ejecutores del acordeón le identificaban la vena de dulce para el ansioso público de las ciudades. Desde entonces estaba la ‘música urbana’, como lo tuvieron claro los músicos sabaneros (de las viejas sabanas del viejo Bolívar, como Lisandro Meza) y unos de acá como Calixto Ochoa y Alfredo Gutiérrez con Los Corraleros de Majagual. Hoy la moda son las mezclas.
Si antes los acordeoneros cantaban, ¿en qué momento los nuevos, y por qué, se desprendieron del canto? Alejo Durán, ‘Colacho’ Mendoza y Luis Enrique Martínez, cantaban. También componían. ¿En qué circunstancias se dio la división del trabajo, compositor por un lado, el acordeón por otro y el cantante en otra esquina?
Parte de culpa tuvo el concurso en no obligar al acordeonero a cantar, y empezar a juzgarlo independientemente. Tampoco se les exigió componer sus canciones, y como consecuencia hay una repetidera increíble y cansona de las mismas canciones, o mejor, de discos, porque es de ese periodo del acetato que usan los acordeoneros para interpretar sus 4 ritmos.
Hoy asistimos a la comercialización y la digitalización del vallenato, que no la vamos a censurar, porque somos evolucionistas, y toca siempre reinventarnos. Ahora la creación musical es colectiva, no es el compositor individual de la letra sino el colectivo (alguno pone el nombre para cobrar el derecho de autor). En la melodía ya no es aquel músico de la agrupación que se convertía en ‘arreglista’, sino que ahora se elabora en el laboratorio en el que pueden faltar los instrumentos musicales tradicionales pero nunca un computador. Y ese cuento de que el vallenato no se baila quedó en los anaqueles del Nostradamus de Cien Años de Soledad. Hoy se volvió más y más bailable. El vallenato era el más bailable. Cuando se impuso sobre la salsa, el merengue dominicano, los ritmos tropicales, le salió el ‘tatequieto’, el reggaetón. La nueva música urbana.
De los de antes sobrevive Alfredo Gutiérrez. ¿Será que por ser acordeonero-cantante no le hace homenaje el Festival? El cantante, rey del espectáculo, en el escenario concentra los reflectores: Jorge y Poncho, Iván Villazón, Rafael Orozco, Diomedes, Silvestre, Carlos Vives.
Todavía en el Festival Vallenato se sigue exaltando al acordeonero. Es eso lo adecuado, se pregunta la audiencia. Digamos que la competencia principal es entre quienes interpretan el acordeón. Y que eso hace del Festival un compromiso con las raíces, el legado fundacional y el folclor. Este parecer se acentúa más cuando se interpretan y […]
Todavía en el Festival Vallenato se sigue exaltando al acordeonero. Es eso lo adecuado, se pregunta la audiencia. Digamos que la competencia principal es entre quienes interpretan el acordeón. Y que eso hace del Festival un compromiso con las raíces, el legado fundacional y el folclor.
Este parecer se acentúa más cuando se interpretan y juzgan los 4 ‘aires’ tradicionales, son, paseo, merengue y puya. Y no se ha dado paso a otros ritmos con acordeón que atraen al público.
El público se desmadra, se enloquece por aquel protagonista que no lo es del concurso del Festival: el cantante. El fenómeno de la imagen, los símbolos, la sociedad del espectáculo, como la llama el nobel Vargas Llosa en un libro sobre el tema, han puesto, y ya hace tiempo, al cantante como el gran protagonista del ‘estrellato’.
Independientemente de aquellos aires había otras expresiones, a las que buenos ejecutores del acordeón le identificaban la vena de dulce para el ansioso público de las ciudades. Desde entonces estaba la ‘música urbana’, como lo tuvieron claro los músicos sabaneros (de las viejas sabanas del viejo Bolívar, como Lisandro Meza) y unos de acá como Calixto Ochoa y Alfredo Gutiérrez con Los Corraleros de Majagual. Hoy la moda son las mezclas.
Si antes los acordeoneros cantaban, ¿en qué momento los nuevos, y por qué, se desprendieron del canto? Alejo Durán, ‘Colacho’ Mendoza y Luis Enrique Martínez, cantaban. También componían. ¿En qué circunstancias se dio la división del trabajo, compositor por un lado, el acordeón por otro y el cantante en otra esquina?
Parte de culpa tuvo el concurso en no obligar al acordeonero a cantar, y empezar a juzgarlo independientemente. Tampoco se les exigió componer sus canciones, y como consecuencia hay una repetidera increíble y cansona de las mismas canciones, o mejor, de discos, porque es de ese periodo del acetato que usan los acordeoneros para interpretar sus 4 ritmos.
Hoy asistimos a la comercialización y la digitalización del vallenato, que no la vamos a censurar, porque somos evolucionistas, y toca siempre reinventarnos. Ahora la creación musical es colectiva, no es el compositor individual de la letra sino el colectivo (alguno pone el nombre para cobrar el derecho de autor). En la melodía ya no es aquel músico de la agrupación que se convertía en ‘arreglista’, sino que ahora se elabora en el laboratorio en el que pueden faltar los instrumentos musicales tradicionales pero nunca un computador. Y ese cuento de que el vallenato no se baila quedó en los anaqueles del Nostradamus de Cien Años de Soledad. Hoy se volvió más y más bailable. El vallenato era el más bailable. Cuando se impuso sobre la salsa, el merengue dominicano, los ritmos tropicales, le salió el ‘tatequieto’, el reggaetón. La nueva música urbana.
De los de antes sobrevive Alfredo Gutiérrez. ¿Será que por ser acordeonero-cantante no le hace homenaje el Festival? El cantante, rey del espectáculo, en el escenario concentra los reflectores: Jorge y Poncho, Iván Villazón, Rafael Orozco, Diomedes, Silvestre, Carlos Vives.