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Columnista - 12 noviembre, 2020

El negacionismo como forma de gobernar, Trump, un caso especial

El negacionismo es, por definición del diccionario de la real academia española, la actitud de negar hechos históricos recientes; muy graves y generalmente aceptados. Si flexibilizamos la definición, se podría decir que no necesariamente tienen que ser históricos pero sí relevantes. Los gobernantes negacionistas terminan mal y la razón es una y de a puño: […]

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El negacionismo es, por definición del diccionario de la real academia española, la actitud de negar hechos históricos recientes; muy graves y generalmente aceptados. Si flexibilizamos la definición, se podría decir que no necesariamente tienen que ser históricos pero sí relevantes.

Los gobernantes negacionistas terminan mal y la razón es una y de a puño: la realidad tarde o temprano termina imponiéndose.

Al Covid-19 unos gobernantes lo negaron, reaccionaron a destiempo; es más, las respuestas a la peste la dieron desde la política electoral y no desde el respaldo científico la verdad y el humanismo, y ello les restó por la mala gestión de la pandemia, apoyo popular y ya costó por lo menos una reelección: la de Trump. Trump, al principio negó el Covid-19 y fue el Covid el que no lo reeligió. Pudo haber barrido si la pandemia no se le hubiera aparecido y él no la hubiera negado.

Al escribir esta columna Trump seguía negando que había perdido las elecciones y en la Casa Blanca están fingiendo que nada pasó y sus funcionarios -por aquello de una cultura organizacional impuesta desde arriba- aparentando de puertas para adentro, que nada ha pasado y que todo sigue igual al punto que no han iniciado el proceso de transición de poder. La realidad, otra vez, acabará en los próximos días mostrándose rotundamente.

Y ello, lo de ser negacionista, es porque a Trump poco le importa lo verdadero y los hechos si no coinciden con sus hechos y sus verdades. Si no le ayudan a su propaganda, rumores y fake news, entra en etapa de negación e intenta crear una realidad al lado. Una virtual. Desde las redes sociales busca crear otra realidad y transitarla con bulos a lo real, a la calle. Desde Twitter pretende crear hechos paralelos y realidades alternas. Las suyas. No las de las mayorías.

Pero la realidad aplasta, es rotunda. Y cuando lo hace duele. Y escarmienta.

Ello sucede en la política y en el amor también. En la política se creen los más grandes absurdos, como por ejemplo que Biden es socialista y pondría en riesgo el sistema económico capitalista norteamericano. Tamaña sandez, pero millones la creen. El amor también es, al rompe, negacionista: la incredulidad del enamorado a las infidelidades de su pareja es frecuente, se niega. Pero al final, con el transcurso del tiempo y cuando  la razón y la evidencia le ganan a la emoción y al sentimiento, la realidad con su peso y pies de plomo, termina derrumbando los hechos paralelos, las negaciones y  las realidades alternas.

El negacionismo es un mal consejero en el ejercicio de gobernar porque desperdicia el tiempo de respuesta y las produce a destiempo. Tergiversa la realidad. Provoca desaciertos  y una mala lectura de lo real-real y, crea un mundo que termina desinflándose por mentiroso. El negacionismo es de corta duración, populista y facilista pero quienes lo pregonan, como Trump, tienen largo aliento.

Columnista
12 noviembre, 2020

El negacionismo como forma de gobernar, Trump, un caso especial

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Enrique Herrera Araujo

El negacionismo es, por definición del diccionario de la real academia española, la actitud de negar hechos históricos recientes; muy graves y generalmente aceptados. Si flexibilizamos la definición, se podría decir que no necesariamente tienen que ser históricos pero sí relevantes. Los gobernantes negacionistas terminan mal y la razón es una y de a puño: […]


El negacionismo es, por definición del diccionario de la real academia española, la actitud de negar hechos históricos recientes; muy graves y generalmente aceptados. Si flexibilizamos la definición, se podría decir que no necesariamente tienen que ser históricos pero sí relevantes.

Los gobernantes negacionistas terminan mal y la razón es una y de a puño: la realidad tarde o temprano termina imponiéndose.

Al Covid-19 unos gobernantes lo negaron, reaccionaron a destiempo; es más, las respuestas a la peste la dieron desde la política electoral y no desde el respaldo científico la verdad y el humanismo, y ello les restó por la mala gestión de la pandemia, apoyo popular y ya costó por lo menos una reelección: la de Trump. Trump, al principio negó el Covid-19 y fue el Covid el que no lo reeligió. Pudo haber barrido si la pandemia no se le hubiera aparecido y él no la hubiera negado.

Al escribir esta columna Trump seguía negando que había perdido las elecciones y en la Casa Blanca están fingiendo que nada pasó y sus funcionarios -por aquello de una cultura organizacional impuesta desde arriba- aparentando de puertas para adentro, que nada ha pasado y que todo sigue igual al punto que no han iniciado el proceso de transición de poder. La realidad, otra vez, acabará en los próximos días mostrándose rotundamente.

Y ello, lo de ser negacionista, es porque a Trump poco le importa lo verdadero y los hechos si no coinciden con sus hechos y sus verdades. Si no le ayudan a su propaganda, rumores y fake news, entra en etapa de negación e intenta crear una realidad al lado. Una virtual. Desde las redes sociales busca crear otra realidad y transitarla con bulos a lo real, a la calle. Desde Twitter pretende crear hechos paralelos y realidades alternas. Las suyas. No las de las mayorías.

Pero la realidad aplasta, es rotunda. Y cuando lo hace duele. Y escarmienta.

Ello sucede en la política y en el amor también. En la política se creen los más grandes absurdos, como por ejemplo que Biden es socialista y pondría en riesgo el sistema económico capitalista norteamericano. Tamaña sandez, pero millones la creen. El amor también es, al rompe, negacionista: la incredulidad del enamorado a las infidelidades de su pareja es frecuente, se niega. Pero al final, con el transcurso del tiempo y cuando  la razón y la evidencia le ganan a la emoción y al sentimiento, la realidad con su peso y pies de plomo, termina derrumbando los hechos paralelos, las negaciones y  las realidades alternas.

El negacionismo es un mal consejero en el ejercicio de gobernar porque desperdicia el tiempo de respuesta y las produce a destiempo. Tergiversa la realidad. Provoca desaciertos  y una mala lectura de lo real-real y, crea un mundo que termina desinflándose por mentiroso. El negacionismo es de corta duración, populista y facilista pero quienes lo pregonan, como Trump, tienen largo aliento.