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Columnista - 31 julio, 2020

El realismo ecológico

Conocemos que nuestro mundo se extingue haciendo alusión al realismo ecológico porque vivimos en una pura sindemia, o sea, varias pandemias a la vez, y ya, se ha dicho que si continuamos así como hasta ahora, los mares y los ríos que nos quedan serán estériles, las tierras carecerán de fertilidad natural, el aire resultará […]

Boton Wpp

Conocemos que nuestro mundo se extingue haciendo alusión al realismo ecológico porque vivimos en una pura sindemia, o sea, varias pandemias a la vez, y ya, se ha dicho que si continuamos así como hasta ahora, los mares y los ríos que nos quedan serán estériles, las tierras carecerán de fertilidad natural, el aire resultará irrespirable en las ciudades como ya se nota en algunas partes, y la vida constituirá un privilegio al que solo tendrán derecho los especímenes seleccionados de una nueva raza humana, una raza que merced a los condicionamientos químicos y a la programación genética se habrá adaptado al nuevo nicho ecológico que los ingenieros biológicos hayan sintetizado para ella.

Sabemos que hace más de 150 años las sociedades industrializadoras viven del pillaje acelerado de stock (cantidad de bienes) cuya constitución ha exigido decenas de millones de años; y también que, hasta casi hoy mismo, los economistas, ya fuesen clásicos o marxistas, han rechazado tachándolos de regresivos o de reaccionarios, todos los interrogantes planteados a propósito del futuro o muy largo plazo: el planeta el de la bioesfera el de las civilizaciones. “A largo plazo estaremos todos muertos” decía Keynes para explicar caprichosamente porqué el horizonte temporal del economista no debía, en su opinión, ir más allá de los diez o veinte próximos   años.

La ciencia, se nos decía, descubrirá nuevos caminos y los ingenieros nuevos procedimientos técnicos inimaginables hoy en día.  Pero la ciencia y la tecnología han terminado por hacer el siguiente descubrimiento capital: cualquier actividad productiva vive a costa de los recursos limitados del planeta, así como los intercambios que organiza en el seno de un frágil sistema de equilibrios múltiples.

No se trata en modo alguno, de divinizar la naturaleza ni de retornar a ella, sino de tomar en consideración este hecho: la actividad humana encuentra su limitación externa en la naturaleza y cuando se hace caso omiso de tal limitación solo se consigue provocar una reacción que adopta, en lo inmediato esas formas discretas y aún tan mal comprendidas; nuevas enfermedades y nuevos malestares; niños inadaptados (¿a qué?); descenso de la esperanza de vida; descenso de los rendimientos físicos y de la rentabilidad económica, descenso de la calidad de vida aun cuando el  nivel de consumo esté en el alza.

Hasta hoy, la respuesta de los economistas consista esencialmente en calificar de utópicos y de irresponsables a quienes constataban estos síntomas de una crisis de las relaciones profundas con la naturaleza, relaciones en las que la actividad económica encuentra su condición básica.  Lo más lejos que ha llegado la economía política ha sido a considerar el crecimiento cero de los de los consumos físicos.

Columnista
31 julio, 2020

El realismo ecológico

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Hernán Maestre Martínez

Conocemos que nuestro mundo se extingue haciendo alusión al realismo ecológico porque vivimos en una pura sindemia, o sea, varias pandemias a la vez, y ya, se ha dicho que si continuamos así como hasta ahora, los mares y los ríos que nos quedan serán estériles, las tierras carecerán de fertilidad natural, el aire resultará […]


Conocemos que nuestro mundo se extingue haciendo alusión al realismo ecológico porque vivimos en una pura sindemia, o sea, varias pandemias a la vez, y ya, se ha dicho que si continuamos así como hasta ahora, los mares y los ríos que nos quedan serán estériles, las tierras carecerán de fertilidad natural, el aire resultará irrespirable en las ciudades como ya se nota en algunas partes, y la vida constituirá un privilegio al que solo tendrán derecho los especímenes seleccionados de una nueva raza humana, una raza que merced a los condicionamientos químicos y a la programación genética se habrá adaptado al nuevo nicho ecológico que los ingenieros biológicos hayan sintetizado para ella.

Sabemos que hace más de 150 años las sociedades industrializadoras viven del pillaje acelerado de stock (cantidad de bienes) cuya constitución ha exigido decenas de millones de años; y también que, hasta casi hoy mismo, los economistas, ya fuesen clásicos o marxistas, han rechazado tachándolos de regresivos o de reaccionarios, todos los interrogantes planteados a propósito del futuro o muy largo plazo: el planeta el de la bioesfera el de las civilizaciones. “A largo plazo estaremos todos muertos” decía Keynes para explicar caprichosamente porqué el horizonte temporal del economista no debía, en su opinión, ir más allá de los diez o veinte próximos   años.

La ciencia, se nos decía, descubrirá nuevos caminos y los ingenieros nuevos procedimientos técnicos inimaginables hoy en día.  Pero la ciencia y la tecnología han terminado por hacer el siguiente descubrimiento capital: cualquier actividad productiva vive a costa de los recursos limitados del planeta, así como los intercambios que organiza en el seno de un frágil sistema de equilibrios múltiples.

No se trata en modo alguno, de divinizar la naturaleza ni de retornar a ella, sino de tomar en consideración este hecho: la actividad humana encuentra su limitación externa en la naturaleza y cuando se hace caso omiso de tal limitación solo se consigue provocar una reacción que adopta, en lo inmediato esas formas discretas y aún tan mal comprendidas; nuevas enfermedades y nuevos malestares; niños inadaptados (¿a qué?); descenso de la esperanza de vida; descenso de los rendimientos físicos y de la rentabilidad económica, descenso de la calidad de vida aun cuando el  nivel de consumo esté en el alza.

Hasta hoy, la respuesta de los economistas consista esencialmente en calificar de utópicos y de irresponsables a quienes constataban estos síntomas de una crisis de las relaciones profundas con la naturaleza, relaciones en las que la actividad económica encuentra su condición básica.  Lo más lejos que ha llegado la economía política ha sido a considerar el crecimiento cero de los de los consumos físicos.