“Porque, así como Jonás fue señal a los ninivitas, lo será también el Hijo del hombre a esta generación”. San Lucas 11,30 Muchas multitudes acompañaban a Jesús en su ministerio. Había de todo: Grupos de seguidores, académicos, religiosos y también un gran número de curiosos, quienes daban a entender que estaban dispuestos a comprometerse; pero […]
“Porque, así como Jonás fue señal a los ninivitas, lo será también el Hijo del hombre a esta generación”. San Lucas 11,30
Muchas multitudes acompañaban a Jesús en su ministerio. Había de todo: Grupos de seguidores, académicos, religiosos y también un gran número de curiosos, quienes daban a entender que estaban dispuestos a comprometerse; pero les faltaba apenas alguna señal del cielo para estar seguros de que él era realmente el Mesías.
En esta perícopa, Jesús le habló a la multitud, diciendo que esa generación era mala por cuanto demandaba una señal, pero que esta no les sería dada sino solamente la señal de Jonás referente a Nínive y la señal de la reina del Sur referente a su visita a Salomón; así que, ellos, los de Nínive y la reina del Sur se levantarían en juicio contra esa generación, por cuanto allí había alguien que era más que Jonás y que Salomón.
Lo de la señal no era más que una excusa. Quien no quiere creer no cederá en su postura frente a las más dramáticas y contundentes evidencias del accionar de Dios. La fe es, en esencia, una respuesta espiritual al obrar del Espíritu en nuestro interior. A pesar de esto, con frecuencia nos convencemos de que nuestra fe sería más fuerte si tuviéramos mayores evidencias del obrar de Dios. Sentimos que todo el esfuerzo de creer recae sobre nosotros y sería justo una ayudita oportuna de parte de Dios con alguna señal que estimule nuestra fe.
El Señor, sin embargo, quería mostrarles algo diferente: Las señales que buscaban ya existían, solamente que ellos no las veían. Así, pues, Cristo escogió dos ejemplos de pueblos gentiles para ilustrar la correcta postura de la fe. Mencionó a los habitantes de Nínive, que creyeron en la predicación de Jonás, un profeta complicado con su mensaje y su llamamiento. Sin embargo, creyeron porque existía en ellos la apertura espiritual necesaria para la fe. También mencionó a la reina del Sur, la reina de Saba que visitó a Salomón. Esta mujer, soberana de una nación en África, viajó una enorme distancia para conocer la sabiduría legendaria del rey de Israel.
Es preciso observar que, tanto los ninivitas como la reina del Sur tenían algo en común: Una apertura a lo espiritual, que por contraste Jesús quería remarcar como ausente en los israelitas, pese a su rica herencia espiritual desde Abraham y su pacto de elección para ser un pueblo de Dios. Por el otro lado, los que estaban con Jesús, se suponía que, tenían acceso a la más extraordinaria señal jamás vista por los hombres. Sin embargo, entre los que más tenían se notaba la mayor pobreza espiritual. ¡No hay peor ciego que el que no quiere ver!
La enseñanza para nuestras vidas es que frecuentemente estamos empecinados en buscar algo, que a nuestro criterio nos esta faltando; pero esa obstinada búsqueda no nos permite percibir ni disfrutar de aquellas bendiciones que ya tenemos o que están a nuestro alrededor y que, muchas veces, son incluso mayores que aquello que estamos buscando.
Muchos de nosotros tenemos el síndrome del sapo, andamos por la vida saltando de un lado para otro, buscando siempre señales de ese algo indefinido que traerá sentido y propósito a nuestras vidas. Así, vamos saltando por experiencias, doctrinas, creencias, iglesias; siempre insatisfechos con lo que tenemos, buscando señales de confirmación para poder creer. La multitud le dijo: ¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos y te creamos? ¿Qué obra haces? Jesús les respondió: ¡Yo soy el pan de vida que descendió del cielo!
Unos no ven a Dios en nada, ni siquiera en lo sobrenatural. Otros, lo vemos en todo, incluso en lo natural. ¡Hago oración para que tú lo puedas ver en todo!
Un abrazo cariñoso en Cristo.
“Porque, así como Jonás fue señal a los ninivitas, lo será también el Hijo del hombre a esta generación”. San Lucas 11,30 Muchas multitudes acompañaban a Jesús en su ministerio. Había de todo: Grupos de seguidores, académicos, religiosos y también un gran número de curiosos, quienes daban a entender que estaban dispuestos a comprometerse; pero […]
“Porque, así como Jonás fue señal a los ninivitas, lo será también el Hijo del hombre a esta generación”. San Lucas 11,30
Muchas multitudes acompañaban a Jesús en su ministerio. Había de todo: Grupos de seguidores, académicos, religiosos y también un gran número de curiosos, quienes daban a entender que estaban dispuestos a comprometerse; pero les faltaba apenas alguna señal del cielo para estar seguros de que él era realmente el Mesías.
En esta perícopa, Jesús le habló a la multitud, diciendo que esa generación era mala por cuanto demandaba una señal, pero que esta no les sería dada sino solamente la señal de Jonás referente a Nínive y la señal de la reina del Sur referente a su visita a Salomón; así que, ellos, los de Nínive y la reina del Sur se levantarían en juicio contra esa generación, por cuanto allí había alguien que era más que Jonás y que Salomón.
Lo de la señal no era más que una excusa. Quien no quiere creer no cederá en su postura frente a las más dramáticas y contundentes evidencias del accionar de Dios. La fe es, en esencia, una respuesta espiritual al obrar del Espíritu en nuestro interior. A pesar de esto, con frecuencia nos convencemos de que nuestra fe sería más fuerte si tuviéramos mayores evidencias del obrar de Dios. Sentimos que todo el esfuerzo de creer recae sobre nosotros y sería justo una ayudita oportuna de parte de Dios con alguna señal que estimule nuestra fe.
El Señor, sin embargo, quería mostrarles algo diferente: Las señales que buscaban ya existían, solamente que ellos no las veían. Así, pues, Cristo escogió dos ejemplos de pueblos gentiles para ilustrar la correcta postura de la fe. Mencionó a los habitantes de Nínive, que creyeron en la predicación de Jonás, un profeta complicado con su mensaje y su llamamiento. Sin embargo, creyeron porque existía en ellos la apertura espiritual necesaria para la fe. También mencionó a la reina del Sur, la reina de Saba que visitó a Salomón. Esta mujer, soberana de una nación en África, viajó una enorme distancia para conocer la sabiduría legendaria del rey de Israel.
Es preciso observar que, tanto los ninivitas como la reina del Sur tenían algo en común: Una apertura a lo espiritual, que por contraste Jesús quería remarcar como ausente en los israelitas, pese a su rica herencia espiritual desde Abraham y su pacto de elección para ser un pueblo de Dios. Por el otro lado, los que estaban con Jesús, se suponía que, tenían acceso a la más extraordinaria señal jamás vista por los hombres. Sin embargo, entre los que más tenían se notaba la mayor pobreza espiritual. ¡No hay peor ciego que el que no quiere ver!
La enseñanza para nuestras vidas es que frecuentemente estamos empecinados en buscar algo, que a nuestro criterio nos esta faltando; pero esa obstinada búsqueda no nos permite percibir ni disfrutar de aquellas bendiciones que ya tenemos o que están a nuestro alrededor y que, muchas veces, son incluso mayores que aquello que estamos buscando.
Muchos de nosotros tenemos el síndrome del sapo, andamos por la vida saltando de un lado para otro, buscando siempre señales de ese algo indefinido que traerá sentido y propósito a nuestras vidas. Así, vamos saltando por experiencias, doctrinas, creencias, iglesias; siempre insatisfechos con lo que tenemos, buscando señales de confirmación para poder creer. La multitud le dijo: ¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos y te creamos? ¿Qué obra haces? Jesús les respondió: ¡Yo soy el pan de vida que descendió del cielo!
Unos no ven a Dios en nada, ni siquiera en lo sobrenatural. Otros, lo vemos en todo, incluso en lo natural. ¡Hago oración para que tú lo puedas ver en todo!
Un abrazo cariñoso en Cristo.