La democracia, es un espacio que todos queremos, pero muy pocos la disfrutamos, hoy menos, en plena pandemia. Sin exagerar, podría decir que la democracia es un término complejo, pero no por ello sin significado; la historia de los países latinoamericanos ha estado signada por la violencia, desde la época de la conquista y algunos […]
La democracia, es un espacio que todos queremos, pero muy pocos la disfrutamos, hoy menos, en plena pandemia.
Sin exagerar, podría decir que la democracia es un término complejo, pero no por ello sin significado; la historia de los países latinoamericanos ha estado signada por la violencia, desde la época de la conquista y algunos de ellos aún no logran superar el lastre de ese fenómeno.
La democracia parece aplicar únicamente para quienes comparten o se alternan en el poder. Entre políticos, la democracia parece operar de manera perfecta; rara vez se vulneran sus derechos mutuamente, aunque en el escenario político aparezcan como conviene a ellos aparecer: “enfrentados”, “irreconciliables”, criticándose mutuamente y culpándose uno al otro de los males que aquejan a la comunidad.
La democracia es perfecta entre quienes la manejan como herramienta de convicción y de poder.
Este país ha transitado más de seis décadas por caminos de violencia, de injusticia, de narcotráfico, de paramilitares, de engaños, de promesas, de estafas masivas; la grandeza de Colombia es que su sociedad ha sobrevivido, con un gran ejemplo de disciplina civil, a todas estas catástrofes. Contrario a lo que habría sucedido en otros países, en Colombia ni las guerrillas, ni los paramilitares, ni los carros-bombas, ni la estafa de Guavio, ni la voladura del edifico del DAS, ni los secuestros masivos, ni la extorsión, ni los falsos positivos, ni las chuzadas, ni la corrupción rampante, han doblegado a su sociedad.
Si un país puede preciarse de democrático, es precisamente Colombia; pero no desde la perspectiva de sus gobernantes, sino desde la concepción natural que tiene el colombiano de dejar hacer para juzgar después. Se afirma que el país ha vivido en medio de la violencia y del narcotráfico.
La sociedad colombiana, ha llorado a sus muertos, ha soportado la injusticia, ha obedecido las leyes y, sobre todo, mantenido su democracia, así se trate de una democracia de la cual sacan provecho los inescrupulosos, los corruptos y avasalladores, los criminales y los políticos.
Podría decirse que es precisamente la vocación democrática de los colombianos la que abre espacios para que todos se expresen, algunos de los cuales aprovechan esa ventaja para inducir crímenes, atropellos, injusticias, violencia física, psicológica, política, económica… sin que ello haya sido suficiente para agrietar la fe de los colombianos en un sistema político en el que todos tienen cabida, pero no todos son elegidos.
No significa lo anterior que el pueblo siempre elige bien. De hecho, muchos de los males que enfrenta la sociedad actual son producto, tal vez, de habilidades del interesado para hacer parecer cierto lo falso o para hacer creíble lo increíble, en cuyo caso, el error del pueblo consiste en no distinguir la verdad de la mentira, lo falso de lo verdadero.
Podría afirmarse que la habilidad del político para engañar tiene su mérito y ese mérito es el premio de resultar vencedor. Pero aquí es donde se da el nudo problemático: los buenos políticos por lo general no tienen esa virtud que tiene el falsario para convencer y arrastrar, ni la fortaleza de voluntad para persistir cuando las cosas andan mal.
Aquí vale la pena citar a Weber, cuando dice: “La política consiste en una dura y prolongada penetración a través de tenaces resistencias, para la que se requiere, al mismo tiempo, pasión y mesura”. Hasta la próxima semana.
La democracia, es un espacio que todos queremos, pero muy pocos la disfrutamos, hoy menos, en plena pandemia. Sin exagerar, podría decir que la democracia es un término complejo, pero no por ello sin significado; la historia de los países latinoamericanos ha estado signada por la violencia, desde la época de la conquista y algunos […]
La democracia, es un espacio que todos queremos, pero muy pocos la disfrutamos, hoy menos, en plena pandemia.
Sin exagerar, podría decir que la democracia es un término complejo, pero no por ello sin significado; la historia de los países latinoamericanos ha estado signada por la violencia, desde la época de la conquista y algunos de ellos aún no logran superar el lastre de ese fenómeno.
La democracia parece aplicar únicamente para quienes comparten o se alternan en el poder. Entre políticos, la democracia parece operar de manera perfecta; rara vez se vulneran sus derechos mutuamente, aunque en el escenario político aparezcan como conviene a ellos aparecer: “enfrentados”, “irreconciliables”, criticándose mutuamente y culpándose uno al otro de los males que aquejan a la comunidad.
La democracia es perfecta entre quienes la manejan como herramienta de convicción y de poder.
Este país ha transitado más de seis décadas por caminos de violencia, de injusticia, de narcotráfico, de paramilitares, de engaños, de promesas, de estafas masivas; la grandeza de Colombia es que su sociedad ha sobrevivido, con un gran ejemplo de disciplina civil, a todas estas catástrofes. Contrario a lo que habría sucedido en otros países, en Colombia ni las guerrillas, ni los paramilitares, ni los carros-bombas, ni la estafa de Guavio, ni la voladura del edifico del DAS, ni los secuestros masivos, ni la extorsión, ni los falsos positivos, ni las chuzadas, ni la corrupción rampante, han doblegado a su sociedad.
Si un país puede preciarse de democrático, es precisamente Colombia; pero no desde la perspectiva de sus gobernantes, sino desde la concepción natural que tiene el colombiano de dejar hacer para juzgar después. Se afirma que el país ha vivido en medio de la violencia y del narcotráfico.
La sociedad colombiana, ha llorado a sus muertos, ha soportado la injusticia, ha obedecido las leyes y, sobre todo, mantenido su democracia, así se trate de una democracia de la cual sacan provecho los inescrupulosos, los corruptos y avasalladores, los criminales y los políticos.
Podría decirse que es precisamente la vocación democrática de los colombianos la que abre espacios para que todos se expresen, algunos de los cuales aprovechan esa ventaja para inducir crímenes, atropellos, injusticias, violencia física, psicológica, política, económica… sin que ello haya sido suficiente para agrietar la fe de los colombianos en un sistema político en el que todos tienen cabida, pero no todos son elegidos.
No significa lo anterior que el pueblo siempre elige bien. De hecho, muchos de los males que enfrenta la sociedad actual son producto, tal vez, de habilidades del interesado para hacer parecer cierto lo falso o para hacer creíble lo increíble, en cuyo caso, el error del pueblo consiste en no distinguir la verdad de la mentira, lo falso de lo verdadero.
Podría afirmarse que la habilidad del político para engañar tiene su mérito y ese mérito es el premio de resultar vencedor. Pero aquí es donde se da el nudo problemático: los buenos políticos por lo general no tienen esa virtud que tiene el falsario para convencer y arrastrar, ni la fortaleza de voluntad para persistir cuando las cosas andan mal.
Aquí vale la pena citar a Weber, cuando dice: “La política consiste en una dura y prolongada penetración a través de tenaces resistencias, para la que se requiere, al mismo tiempo, pasión y mesura”. Hasta la próxima semana.