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Columnista - 13 julio, 2020

La centella

La primera vez que escuché el término “centella” fue a raíz de la muerte de una vaca en pleno y descampado potrero. Las personas que alarmadas y temerosas hacían referencia al hecho, repetían y repetían que a esa vaca la había matado una “centella”, fenómeno que percibía y percibo cómo distinto del “rayo”.  La centella […]

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La primera vez que escuché el término “centella” fue a raíz de la muerte de una vaca en pleno y descampado potrero. Las personas que alarmadas y temerosas hacían referencia al hecho, repetían y repetían que a esa vaca la había matado una “centella”, fenómeno que percibía y percibo cómo distinto del “rayo”.  La centella es un rayo, más rayo, solitario y es muy fuerte. Lo cierto es que la pobre vaquita murió fulminada. No supo el animal que eso de andar a cielo abierto en días de tormenta es peligroso.  Animal al fin y al cabo.

Pensaba yo qué en dónde estaría metido el peón al que se le asignaba el cuidado de los animales en ese potrero y me lo imaginé en su casa, sentado en su taburete con los pies alzados y por supuesto lejos de cualquier objeto metálico, tal como corresponde a la creencia popular.  Tomó las medidas que su rudimentario sentido del cuidado le indicaron.

La vaquita, sin sentido de la previsión terminó convertida en un carbón.  Su cuidador, poseedor sino de grandes conocimientos y sí de un instinto de conservación vio pasar la tormenta y ninguna “centella” lo tocó.

Aquí en este punto es bueno recordar que la sociedad ha creado unas reglas de convivencia y responsabilidad que se espera sean cumplidas por parte de todos.  La colectividad  inventó el concepto de culpa y la jerarquizó estableciendo grados conforme a sabias y antiguas reglas y por eso se dice que existen tres clases: la grave, la leve y la levísima; conceptos que normalmente conducen a un error de apreciación, pues en términos prácticos incurrir en culpa levísima es mucho más complicado que la grave.  Resumiendo y sin profundizar se exige más cuidado y previsión a quien su comportamiento debe estar respaldado por el sumo cuidado, atención y pericia que las situaciones exigen.  Aquí cualquier error se paga además se espera que no se cometa, el cuidado debe ser extremo. Un ejemplo puede ayudarnos y es la diferencia entre un médico de urgencias y uno estético.  El primero cierra la herida, lo mejor que pueda sin que la apariencia sea el punto importante.  Al segundo se le exige más, se preparó para eso, aquí la herida debería quedar reducida a su mínima expresión, “verse bien”.  A este cirujano ante un descuido se le endilga la culpa levísima.  Nada debe fallar.

Por eso el día del último apagón atribuido a una centella o “accidente” cómo benévolamente se ha querido calificar y en la medida que se aclararon los hechos tenemos que decir que una potente estación de conversión eléctrica, que atiende casi a un millón de habitantes incluidos los de Valledupar, parte de La Guajira y el Magdalena, no es una vaquita pastando inocentemente en un potrero.  A mí que no se me diga que ese evento era inevitable, allí lo que hubo fue un gran descuido y las que fallaron fueron las protecciones por insuficientes o  inadecuadas.  ¡Cual rayo ni que centella!, puro y claro descuido, imprevisión monda y lironda. Nada de ataques extraterrestres, puras, previsibles y evitables fallas técnicas por la cual deben responder.  Todos estamos siendo víctimas de tal situación y aunque parezca de Ripley hasta Electricaribe lo ha sido.  

No me imagino a París a oscuras por una “centella”.  Y como diría un español: joder……..

Columnista
13 julio, 2020

La centella

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jaime García Chadid.

La primera vez que escuché el término “centella” fue a raíz de la muerte de una vaca en pleno y descampado potrero. Las personas que alarmadas y temerosas hacían referencia al hecho, repetían y repetían que a esa vaca la había matado una “centella”, fenómeno que percibía y percibo cómo distinto del “rayo”.  La centella […]


La primera vez que escuché el término “centella” fue a raíz de la muerte de una vaca en pleno y descampado potrero. Las personas que alarmadas y temerosas hacían referencia al hecho, repetían y repetían que a esa vaca la había matado una “centella”, fenómeno que percibía y percibo cómo distinto del “rayo”.  La centella es un rayo, más rayo, solitario y es muy fuerte. Lo cierto es que la pobre vaquita murió fulminada. No supo el animal que eso de andar a cielo abierto en días de tormenta es peligroso.  Animal al fin y al cabo.

Pensaba yo qué en dónde estaría metido el peón al que se le asignaba el cuidado de los animales en ese potrero y me lo imaginé en su casa, sentado en su taburete con los pies alzados y por supuesto lejos de cualquier objeto metálico, tal como corresponde a la creencia popular.  Tomó las medidas que su rudimentario sentido del cuidado le indicaron.

La vaquita, sin sentido de la previsión terminó convertida en un carbón.  Su cuidador, poseedor sino de grandes conocimientos y sí de un instinto de conservación vio pasar la tormenta y ninguna “centella” lo tocó.

Aquí en este punto es bueno recordar que la sociedad ha creado unas reglas de convivencia y responsabilidad que se espera sean cumplidas por parte de todos.  La colectividad  inventó el concepto de culpa y la jerarquizó estableciendo grados conforme a sabias y antiguas reglas y por eso se dice que existen tres clases: la grave, la leve y la levísima; conceptos que normalmente conducen a un error de apreciación, pues en términos prácticos incurrir en culpa levísima es mucho más complicado que la grave.  Resumiendo y sin profundizar se exige más cuidado y previsión a quien su comportamiento debe estar respaldado por el sumo cuidado, atención y pericia que las situaciones exigen.  Aquí cualquier error se paga además se espera que no se cometa, el cuidado debe ser extremo. Un ejemplo puede ayudarnos y es la diferencia entre un médico de urgencias y uno estético.  El primero cierra la herida, lo mejor que pueda sin que la apariencia sea el punto importante.  Al segundo se le exige más, se preparó para eso, aquí la herida debería quedar reducida a su mínima expresión, “verse bien”.  A este cirujano ante un descuido se le endilga la culpa levísima.  Nada debe fallar.

Por eso el día del último apagón atribuido a una centella o “accidente” cómo benévolamente se ha querido calificar y en la medida que se aclararon los hechos tenemos que decir que una potente estación de conversión eléctrica, que atiende casi a un millón de habitantes incluidos los de Valledupar, parte de La Guajira y el Magdalena, no es una vaquita pastando inocentemente en un potrero.  A mí que no se me diga que ese evento era inevitable, allí lo que hubo fue un gran descuido y las que fallaron fueron las protecciones por insuficientes o  inadecuadas.  ¡Cual rayo ni que centella!, puro y claro descuido, imprevisión monda y lironda. Nada de ataques extraterrestres, puras, previsibles y evitables fallas técnicas por la cual deben responder.  Todos estamos siendo víctimas de tal situación y aunque parezca de Ripley hasta Electricaribe lo ha sido.  

No me imagino a París a oscuras por una “centella”.  Y como diría un español: joder……..