Cuando el país vio al médico José Jullián Buelvas, llorando luego de injustamente recibir amenazas en su casa y lugar de trabajo, porque al decir de los victimarios había dejado morir a una señora en una unidad de cuidados intensivos de Soledad-Atlántico, identificamos el hecho como un evento confirmatorio de que la pandemia nos […]
Cuando el país vio al médico José Jullián Buelvas, llorando luego de injustamente recibir amenazas en su casa y lugar de trabajo, porque al decir de los victimarios había dejado morir a una señora en una unidad de cuidados intensivos de Soledad-Atlántico, identificamos el hecho como un evento confirmatorio de que la pandemia nos permitiría ver lo mejor y lo peor de nosotros mismos.
Al inicio de ésta decíamos que el tiempo de reflexión nos iba a volver mejores seres humanos: error. Hoy casi a los noventa días de confinamiento las dudas afloran y parece que va a ser más fácil encontrar la vacuna, tratamiento o antídoto para el covid 19, que la grandeza espiritual que derrote el egoísmo, la ambición, el egocentrismo, la ingratitud, la codicia y todos los sentimientos que nos aíslan en la mezquindad del sálvese quien pueda.
Por esto ya no nos extrañamos cuando vemos a un médico, a una enfermera o a un auxiliar de servicios generales, pagar con lágrimas el pecado de portar su uniforme, cuando la retribución debiera ser el reconocimiento general, ya que en el ejercicio de sus funciones está corriendo el riesgo de infectarse o contagiar a su familia.
Pero no, incluso el Gobierno nacional, en vez de mostrar solidez en la implementación de la política pública de choque contra la enfermedad, prefirieron crear dudas sobre el rigor científico con que el cuerpo médico de los prestadores de salud están enfrentando la emergencia y en una equivocada intervención ante los medios de comunicación, altos funcionarios como el ministro de Salud, Fernando Ruiz y el superintendente del ramo, Fabio Aristizábal, aseveraron que los intensivistas del país estarían cometiendo actos violatorios a la ética profesional en el manejo de las unidades de cuidados intensivos.
Al final dijeron que no eran todos y que extremarían la vigilancia de pacientes en UCI, creando un manto de duda sobre la integridad ética, moral y humana del cuerpo asistencialista. Es decir, que terminaron diciendo lo que de oficio deben estar haciendo, porque si hay recursos frescos del nivel nacional por efectos de la pandemia, estos deben estar vigilados en una estricta auditoria concurrente, para evitar que caigan en las fauces de la leonina intermediación que desde 1993 rige la salud en Colombia.
La reacción de la gente no se hizo esperar y comenzó un rumor que daba cuenta de la crisis de credibilidad en los diagnósticos médicos. Se han tejido todo tipo de versiones para desdibujar la letalidad y alto poder de contagio del virus, llegando incluso a decir que los guarismos epidemiológicos son el modus operandi de la red hospitalaria para cobrar algún tipo de incentivos por cuenta del covid-19.
Hoy el resultado es el cuestionamiento al confinamiento voluntario o inteligente o como cada quien quiera llamarlo. Por eso los tecnicismos que solo hablan de las cuatro fases para enfrentar el virus, causan un relativo relax en los que hoy se sienten agotados por el aislamiento. Lo que no dicen es que por lo desconocido y mutante del virus, en cualquier momento podemos pasar de un número controlado de casos a una alta mortalidad. ¡Dios nos libre! Entonces lo mejor es que individuamente nos cuidemos y no hagamos eco al ‘fuego amigo’ de algunas entidades que parecieran de espaldas a la incierta realidad que nos tiene encerrados. Un abrazo.
Cuando el país vio al médico José Jullián Buelvas, llorando luego de injustamente recibir amenazas en su casa y lugar de trabajo, porque al decir de los victimarios había dejado morir a una señora en una unidad de cuidados intensivos de Soledad-Atlántico, identificamos el hecho como un evento confirmatorio de que la pandemia nos […]
Cuando el país vio al médico José Jullián Buelvas, llorando luego de injustamente recibir amenazas en su casa y lugar de trabajo, porque al decir de los victimarios había dejado morir a una señora en una unidad de cuidados intensivos de Soledad-Atlántico, identificamos el hecho como un evento confirmatorio de que la pandemia nos permitiría ver lo mejor y lo peor de nosotros mismos.
Al inicio de ésta decíamos que el tiempo de reflexión nos iba a volver mejores seres humanos: error. Hoy casi a los noventa días de confinamiento las dudas afloran y parece que va a ser más fácil encontrar la vacuna, tratamiento o antídoto para el covid 19, que la grandeza espiritual que derrote el egoísmo, la ambición, el egocentrismo, la ingratitud, la codicia y todos los sentimientos que nos aíslan en la mezquindad del sálvese quien pueda.
Por esto ya no nos extrañamos cuando vemos a un médico, a una enfermera o a un auxiliar de servicios generales, pagar con lágrimas el pecado de portar su uniforme, cuando la retribución debiera ser el reconocimiento general, ya que en el ejercicio de sus funciones está corriendo el riesgo de infectarse o contagiar a su familia.
Pero no, incluso el Gobierno nacional, en vez de mostrar solidez en la implementación de la política pública de choque contra la enfermedad, prefirieron crear dudas sobre el rigor científico con que el cuerpo médico de los prestadores de salud están enfrentando la emergencia y en una equivocada intervención ante los medios de comunicación, altos funcionarios como el ministro de Salud, Fernando Ruiz y el superintendente del ramo, Fabio Aristizábal, aseveraron que los intensivistas del país estarían cometiendo actos violatorios a la ética profesional en el manejo de las unidades de cuidados intensivos.
Al final dijeron que no eran todos y que extremarían la vigilancia de pacientes en UCI, creando un manto de duda sobre la integridad ética, moral y humana del cuerpo asistencialista. Es decir, que terminaron diciendo lo que de oficio deben estar haciendo, porque si hay recursos frescos del nivel nacional por efectos de la pandemia, estos deben estar vigilados en una estricta auditoria concurrente, para evitar que caigan en las fauces de la leonina intermediación que desde 1993 rige la salud en Colombia.
La reacción de la gente no se hizo esperar y comenzó un rumor que daba cuenta de la crisis de credibilidad en los diagnósticos médicos. Se han tejido todo tipo de versiones para desdibujar la letalidad y alto poder de contagio del virus, llegando incluso a decir que los guarismos epidemiológicos son el modus operandi de la red hospitalaria para cobrar algún tipo de incentivos por cuenta del covid-19.
Hoy el resultado es el cuestionamiento al confinamiento voluntario o inteligente o como cada quien quiera llamarlo. Por eso los tecnicismos que solo hablan de las cuatro fases para enfrentar el virus, causan un relativo relax en los que hoy se sienten agotados por el aislamiento. Lo que no dicen es que por lo desconocido y mutante del virus, en cualquier momento podemos pasar de un número controlado de casos a una alta mortalidad. ¡Dios nos libre! Entonces lo mejor es que individuamente nos cuidemos y no hagamos eco al ‘fuego amigo’ de algunas entidades que parecieran de espaldas a la incierta realidad que nos tiene encerrados. Un abrazo.