“… pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Dios mira el corazón”. 1 Samuel 16,7 Una de las limitaciones propias del ser humano, es la que se denomina la Ley del Tope. Entendida como el limite de nuestra capacidad. El techo o aforo máximo de nuestros esfuerzos. Hoy, nos encontramos […]
“… pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Dios mira el corazón”. 1 Samuel 16,7
Una de las limitaciones propias del ser humano, es la que se denomina la Ley del Tope. Entendida como el limite de nuestra capacidad. El techo o aforo máximo de nuestros esfuerzos.
Hoy, nos encontramos con una historia en la que David enfrenta el desafío que presentaba el gigante Goliat. Cuando el rey Saúl le reconviene, David le explica que no es la primera vez que se enfrenta a situaciones adversas; enfrentarse a situaciones de extremo peligro no era desconocido para él. Muchas veces cuando pastoreaba las ovejas de su padre, había tenido que defenderlas del ataque de un oso o un león.
Y es aquí, donde conectamos: David pelearía en público, frente a todo un ejército, humillado y acobardado, por cierto; pero, la preparación para ese momento había transcurrido en completa soledad, solamente en presencia de sus ovejas. Ahora se enfrentaría a un desafío público igual al que muchas veces se había enfrentado en privado, a solas.
Amados lectores: Ahí está el meollo de la cuestión. Toda persona que aspira a ser efectiva en público, necesita cultivar cualidades en privado, cuando está a solas. Lo que somos en público impactará la vida de las personas que nos observan, solamente cuando esté respaldado por una vida secreta de devoción y compromiso, lejos de la mirada de las multitudes.
Los hombres juzgamos por las apariencias, Dios ve el corazón. Por eso, Dios busca personas dispuestas, rendidas, quebrantadas, que lo amen y se dejen usar. Solo Dios creyó en David. Su familia, su líder, su trasfondo, su juventud e inexperiencia jugaban en su contra. Pero, Dios conocía su corazón. Dios conocía su fidelidad y valor al cuidado del rebaño. Allí, lejos de la mirada de los hombres, en la soledad de los campos pastoriles, Dios conocía su adoración, escuchaba sus cantos y atendía su oración.
Muchos de nosotros, usamos nuestra capacidad y esfuerzos para atender actividades públicas, porque son las que mayores satisfacciones nos brindan. Sin embargo, estas actividades, no permiten el trato profundo de Dios sobre nuestras vidas. Es lo que hacemos cuando estamos solos, lo que marca la diferencia. Nuestra vida pública será el reflejo de el dinamismo de lo privado.
La excelencia en cualquier emprendimiento tiene un precio. Si aspiramos a ser personas extraordinarias, debemos estar dispuestos a hacer los ejercicios necesarios en lo privado, cuando nadie nos ve. ¿Cómo es nuestra vida cuando estamos a solas y nadie nos está mirando? La verdadera persona, no es la que ven los demás, sino la que Dios ve en su vida secreta.
Cerremos la brecha entre lo que somos en público y lo que somos en privado. Vivir en los lugares secretos de la vida, una experiencia intensa con Dios es lo que hace la diferencia. Aun cuando los demás jamás vean esas vivencias personales, el peso espiritual de una persona se notará en público como resultado de una vida dinámica de amistad y compañerismo con Dios en lo privado.
¡Busquemos a Dios en lo íntimo y en lo secreto nos hará comprender sabiduría!
Un abrazo cariñoso en Cristo…
“… pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Dios mira el corazón”. 1 Samuel 16,7 Una de las limitaciones propias del ser humano, es la que se denomina la Ley del Tope. Entendida como el limite de nuestra capacidad. El techo o aforo máximo de nuestros esfuerzos. Hoy, nos encontramos […]
“… pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Dios mira el corazón”. 1 Samuel 16,7
Una de las limitaciones propias del ser humano, es la que se denomina la Ley del Tope. Entendida como el limite de nuestra capacidad. El techo o aforo máximo de nuestros esfuerzos.
Hoy, nos encontramos con una historia en la que David enfrenta el desafío que presentaba el gigante Goliat. Cuando el rey Saúl le reconviene, David le explica que no es la primera vez que se enfrenta a situaciones adversas; enfrentarse a situaciones de extremo peligro no era desconocido para él. Muchas veces cuando pastoreaba las ovejas de su padre, había tenido que defenderlas del ataque de un oso o un león.
Y es aquí, donde conectamos: David pelearía en público, frente a todo un ejército, humillado y acobardado, por cierto; pero, la preparación para ese momento había transcurrido en completa soledad, solamente en presencia de sus ovejas. Ahora se enfrentaría a un desafío público igual al que muchas veces se había enfrentado en privado, a solas.
Amados lectores: Ahí está el meollo de la cuestión. Toda persona que aspira a ser efectiva en público, necesita cultivar cualidades en privado, cuando está a solas. Lo que somos en público impactará la vida de las personas que nos observan, solamente cuando esté respaldado por una vida secreta de devoción y compromiso, lejos de la mirada de las multitudes.
Los hombres juzgamos por las apariencias, Dios ve el corazón. Por eso, Dios busca personas dispuestas, rendidas, quebrantadas, que lo amen y se dejen usar. Solo Dios creyó en David. Su familia, su líder, su trasfondo, su juventud e inexperiencia jugaban en su contra. Pero, Dios conocía su corazón. Dios conocía su fidelidad y valor al cuidado del rebaño. Allí, lejos de la mirada de los hombres, en la soledad de los campos pastoriles, Dios conocía su adoración, escuchaba sus cantos y atendía su oración.
Muchos de nosotros, usamos nuestra capacidad y esfuerzos para atender actividades públicas, porque son las que mayores satisfacciones nos brindan. Sin embargo, estas actividades, no permiten el trato profundo de Dios sobre nuestras vidas. Es lo que hacemos cuando estamos solos, lo que marca la diferencia. Nuestra vida pública será el reflejo de el dinamismo de lo privado.
La excelencia en cualquier emprendimiento tiene un precio. Si aspiramos a ser personas extraordinarias, debemos estar dispuestos a hacer los ejercicios necesarios en lo privado, cuando nadie nos ve. ¿Cómo es nuestra vida cuando estamos a solas y nadie nos está mirando? La verdadera persona, no es la que ven los demás, sino la que Dios ve en su vida secreta.
Cerremos la brecha entre lo que somos en público y lo que somos en privado. Vivir en los lugares secretos de la vida, una experiencia intensa con Dios es lo que hace la diferencia. Aun cuando los demás jamás vean esas vivencias personales, el peso espiritual de una persona se notará en público como resultado de una vida dinámica de amistad y compañerismo con Dios en lo privado.
¡Busquemos a Dios en lo íntimo y en lo secreto nos hará comprender sabiduría!
Un abrazo cariñoso en Cristo…