Uno de los problemas más complicados que tienen las mega-ciudades de hoy es el tema de la movilidad. Bogotá, la capital del país y también del departamento de Cundinamarca, es quizás la ciudad que mejor resume la problemática de las otras capitales del país, a excepción de Medellín, la ciudad de la eterna primavera, cuyos […]
Uno de los problemas más complicados que tienen las mega-ciudades de hoy es el tema de la movilidad. Bogotá, la capital del país y también del departamento de Cundinamarca, es quizás la ciudad que mejor resume la problemática de las otras capitales del país, a excepción de Medellín, la ciudad de la eterna primavera, cuyos dirigentes han sabido anticiparse a los cambios y han podido adoptar, oportunamente, las soluciones a los problemas del transporte.
En el caso de Bogotá, tema que nos ocupa, es triste lo que la ha sucedido a la capital del país, y otrora considerada la “Atenas suramericana”, por su amplia y diversa agenda cultural. Pues bien, desde hace muchos años, yo diría décadas, esta ciudad ha visto como se ha crecido su población, de manera abismal, pero ella sigue con las mismas vías de hace unos treinta años, callecitas angostas en el centro y avenidas, si así las podemos llamar, de apenas cuatro carriles: dos de ida y dos de venida. Ciudades como Buenos Aires, la capital de Argentina, tienen avenidas de ocho, diez y hasta doce carriles. Son verdaderas avenidas.
Llegué a Bogotá, a estudiar en 1983, con todas las ilusiones de un estudiante que viene a terminar su bachillerato, acá, luego de cursar los primeros cinco años en el inolvidable Colegio Nacional Loperena, entonces uno de los mejores de Valledupar y la Costa Atlántica. Allí conocimos la vida, la cultura, la música vallenata, las notas de Gonzalo Arturo “El Cocha” Molina, la guitarra de Iván Ovalle, el futbol y la vida de nuestro querido Valledupar. Era otro país y otra ciudad.
Desde cuando llegué a Bogotá, desde esa época se viene hablando de la problemática de movilidad en Bogotá, de la necesidad de construir un tren Metro, pero nada. Un alcalde conservador reconstruyó la Av. Caracas, otro la volvió a destruir. Otro alcalde liberal trajo el Transmilenio, sistema que ha prestado un buen servicio, pero que se quedó corto. No tenemos tren de cercanías, los buses y busetas son incómodos, feos e inseguros; etc.
Vivió esta semana Bogotá, otro día sin carro particular, jornada que se estableció hace ya varios años para reflexionar sobre el mismo. ¿Qué lecciones puede dejar hoy esta jornada? No sé, al momento de escribir esta nota aún la jornada no había terminado. Lo cierto es que en Bogotá de nada sirve tener un carro particular, ya que las vías, reitero, se quedaron escasas y obsoletas. El servicio de taxi es muy regular, y ahora con la suspensión de Uber no quiero imaginarme cómo será.
Es un caos -desesperante e invivible- la movilidad en principal ciudad del país. Ya es hora de que las facultades de ingeniería del transporte estudien de manera técnica y científica una solución. El Metro, si es que algún día se hace, no será por estos años. Entre tanto, millones de personas tienen que padecer y sufrir una ciudad embotellada, con graves repercusiones en calidad de vida y baja productividad. Los obreros y empleados duran dos y tres horas, para regresar a sus domicilios.
Las ciudades intermedias del país, entre ellas Valledupar, tienen que mirar el espejo de Bogotá, para no cometer sus mismos errores y planear bien, soluciones eficientes, humanas y económicas para el complejo problema de la movilidad en las ciudades modernas.
Uno de los problemas más complicados que tienen las mega-ciudades de hoy es el tema de la movilidad. Bogotá, la capital del país y también del departamento de Cundinamarca, es quizás la ciudad que mejor resume la problemática de las otras capitales del país, a excepción de Medellín, la ciudad de la eterna primavera, cuyos […]
Uno de los problemas más complicados que tienen las mega-ciudades de hoy es el tema de la movilidad. Bogotá, la capital del país y también del departamento de Cundinamarca, es quizás la ciudad que mejor resume la problemática de las otras capitales del país, a excepción de Medellín, la ciudad de la eterna primavera, cuyos dirigentes han sabido anticiparse a los cambios y han podido adoptar, oportunamente, las soluciones a los problemas del transporte.
En el caso de Bogotá, tema que nos ocupa, es triste lo que la ha sucedido a la capital del país, y otrora considerada la “Atenas suramericana”, por su amplia y diversa agenda cultural. Pues bien, desde hace muchos años, yo diría décadas, esta ciudad ha visto como se ha crecido su población, de manera abismal, pero ella sigue con las mismas vías de hace unos treinta años, callecitas angostas en el centro y avenidas, si así las podemos llamar, de apenas cuatro carriles: dos de ida y dos de venida. Ciudades como Buenos Aires, la capital de Argentina, tienen avenidas de ocho, diez y hasta doce carriles. Son verdaderas avenidas.
Llegué a Bogotá, a estudiar en 1983, con todas las ilusiones de un estudiante que viene a terminar su bachillerato, acá, luego de cursar los primeros cinco años en el inolvidable Colegio Nacional Loperena, entonces uno de los mejores de Valledupar y la Costa Atlántica. Allí conocimos la vida, la cultura, la música vallenata, las notas de Gonzalo Arturo “El Cocha” Molina, la guitarra de Iván Ovalle, el futbol y la vida de nuestro querido Valledupar. Era otro país y otra ciudad.
Desde cuando llegué a Bogotá, desde esa época se viene hablando de la problemática de movilidad en Bogotá, de la necesidad de construir un tren Metro, pero nada. Un alcalde conservador reconstruyó la Av. Caracas, otro la volvió a destruir. Otro alcalde liberal trajo el Transmilenio, sistema que ha prestado un buen servicio, pero que se quedó corto. No tenemos tren de cercanías, los buses y busetas son incómodos, feos e inseguros; etc.
Vivió esta semana Bogotá, otro día sin carro particular, jornada que se estableció hace ya varios años para reflexionar sobre el mismo. ¿Qué lecciones puede dejar hoy esta jornada? No sé, al momento de escribir esta nota aún la jornada no había terminado. Lo cierto es que en Bogotá de nada sirve tener un carro particular, ya que las vías, reitero, se quedaron escasas y obsoletas. El servicio de taxi es muy regular, y ahora con la suspensión de Uber no quiero imaginarme cómo será.
Es un caos -desesperante e invivible- la movilidad en principal ciudad del país. Ya es hora de que las facultades de ingeniería del transporte estudien de manera técnica y científica una solución. El Metro, si es que algún día se hace, no será por estos años. Entre tanto, millones de personas tienen que padecer y sufrir una ciudad embotellada, con graves repercusiones en calidad de vida y baja productividad. Los obreros y empleados duran dos y tres horas, para regresar a sus domicilios.
Las ciudades intermedias del país, entre ellas Valledupar, tienen que mirar el espejo de Bogotá, para no cometer sus mismos errores y planear bien, soluciones eficientes, humanas y económicas para el complejo problema de la movilidad en las ciudades modernas.