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Columnista - 10 noviembre, 2010

Esta aldea global es primitiva

Desde mi cocina Por Silvia Betancourt Alliegro Como nos inoculan un concepto que se trilla hasta convertirse en frase de cajón para todo humano contemporáneo, trataré de derrocarlo, únicamente por el gusto. Además, sostengo que primitivo no quiere decir ignorante. Por ello publico hoy un fragmento de mi ensayo Arte Aborigen. Los artistas prehistóricos – […]

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Desde mi cocina

Por Silvia Betancourt Alliegro

Como nos inoculan un concepto que se trilla hasta convertirse en frase de cajón para todo humano contemporáneo, trataré de derrocarlo, únicamente por el gusto. Además, sostengo que primitivo no quiere decir ignorante. Por ello publico hoy un fragmento de mi ensayo Arte Aborigen.

Los artistas prehistóricos – con pocas excepciones – recurrían a los mismos motivos y símbolos, como se puede observar en las pinturas de cuevas y rocas, diseminadas por todo el globo terráqueo: círculo, rueda (con rayos), sol, círculos concéntricos, rectángulo inscrito en un círculo, variedades de cruces y estrellas. Como si en  lugares  muy  apartados los artistas procedieran de la misma escuela.

En su libro Kul Symbol Schrif, Oswald O. Tobisch ha demostrado, valiéndose de cuadros, que los dibujos en las rocas de África, Europa, Asia y América están emparentados entre sí. Al final de su estudio comparativo,  Tobisch plantea, asombrado, la pregunta:
¿Hubo tal vez en alguna época  un concepto único de Dios en una casi incomprensible ‘internacionalidad’, y estuvo acaso toda la humanidad de aquellos tiempos  bajo la influencia  del Dios creador en materia y espíritu? En la Torre de Babel nació la diferencia idiomática.

¿Y quién es en la actualidad el hombre más influyente del planeta?  Bill Gates, patrón del Microsoft, que domina al mundo entero, pues puede controlar la información, las conmociones políticas, científicas y tecnológicas, la vida cotidiana, además, hace donaciones – mínimas para su presupuesto-  que resultan ofensivas para la entraña humana.

Ha logrado ahora lo que antaño ese ser superior organizó: la ‘mundialización’ del intercambio de signos. Con ellos se accede al mundo de las finanzas, que reúne cuatro cualidades: es inmaterial, es inmediato, permanente y planetario; atributos, por así decirlo, divinos, y dan nacimiento a un nuevo culto, una nueva religión: la del Mercado de Valores. Se intercambian instantáneamente, día y noche, datos de un extremo a otro de la tierra.

Y los nuevos sacerdotes (o monjes) dueños del conocimiento,  y que son millares de extra diplomados, superdotados, pasan sus días colgados al teléfono y mirando una pantalla, son esclavos del Gran Hermano, los pobrecitos son los expertos de la nueva ideología dominante: el pensamiento único, autorizado por una invisible y omnipresente Policía de la Opinión –leer a Orwell (1984)-.

Mediante su financiación afilian al servicio de sus ideas y propósitos, en todo el planeta, a muchos centros de investigación, universidades y fundaciones que a su vez, afilian y propagan la buena nueva.

En casi toda la Tierra, facultades de ciencias, economistas, ensayistas, y también políticos; examinan los principales mandamientos de estas Tablas de la Nueva Ley, usando como repetidores los medios de comunicación de masas, los reiteran hasta la saciedad, sabiendo que en nuestra sociedad mediática,  repetición vale por demostración.

La Academia Internacional de Investigación del Sánscrito, de Mysore, India, tuvo el coraje de traducir vocablos tradicionales contenidos en un texto en sánscrito, de Maharshi Bharadwaja, un vidente de la antigüedad, a términos de nuestra cultura occidental contemporánea. El resultado fue asombroso: las leyendas primitivas se transformaron en perfectos informes técnicos.

Nos correspondería investigar qué dicen, sin saber, nuestros aborígenes cuando reproducen en sus mochilas bellas figuras geométricas repetidas de generación en generación; por ahora, tengo la certeza de que portar una mochila Arhuaca en la Sierra Nevada, es como llevar un pasaporte cósmico. Y si se luce en París,  ofrenda a la apariencia un sello de  ciudadanía universal.

Bibliografía: Däniken Erich Von, El Oro de los Dioses; Ramonet Ignacio, Pensamiento único.

[email protected]

Columnista
10 noviembre, 2010

Esta aldea global es primitiva

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Silvia Betancourt Alliegro

Desde mi cocina Por Silvia Betancourt Alliegro Como nos inoculan un concepto que se trilla hasta convertirse en frase de cajón para todo humano contemporáneo, trataré de derrocarlo, únicamente por el gusto. Además, sostengo que primitivo no quiere decir ignorante. Por ello publico hoy un fragmento de mi ensayo Arte Aborigen. Los artistas prehistóricos – […]


Desde mi cocina

Por Silvia Betancourt Alliegro

Como nos inoculan un concepto que se trilla hasta convertirse en frase de cajón para todo humano contemporáneo, trataré de derrocarlo, únicamente por el gusto. Además, sostengo que primitivo no quiere decir ignorante. Por ello publico hoy un fragmento de mi ensayo Arte Aborigen.

Los artistas prehistóricos – con pocas excepciones – recurrían a los mismos motivos y símbolos, como se puede observar en las pinturas de cuevas y rocas, diseminadas por todo el globo terráqueo: círculo, rueda (con rayos), sol, círculos concéntricos, rectángulo inscrito en un círculo, variedades de cruces y estrellas. Como si en  lugares  muy  apartados los artistas procedieran de la misma escuela.

En su libro Kul Symbol Schrif, Oswald O. Tobisch ha demostrado, valiéndose de cuadros, que los dibujos en las rocas de África, Europa, Asia y América están emparentados entre sí. Al final de su estudio comparativo,  Tobisch plantea, asombrado, la pregunta:
¿Hubo tal vez en alguna época  un concepto único de Dios en una casi incomprensible ‘internacionalidad’, y estuvo acaso toda la humanidad de aquellos tiempos  bajo la influencia  del Dios creador en materia y espíritu? En la Torre de Babel nació la diferencia idiomática.

¿Y quién es en la actualidad el hombre más influyente del planeta?  Bill Gates, patrón del Microsoft, que domina al mundo entero, pues puede controlar la información, las conmociones políticas, científicas y tecnológicas, la vida cotidiana, además, hace donaciones – mínimas para su presupuesto-  que resultan ofensivas para la entraña humana.

Ha logrado ahora lo que antaño ese ser superior organizó: la ‘mundialización’ del intercambio de signos. Con ellos se accede al mundo de las finanzas, que reúne cuatro cualidades: es inmaterial, es inmediato, permanente y planetario; atributos, por así decirlo, divinos, y dan nacimiento a un nuevo culto, una nueva religión: la del Mercado de Valores. Se intercambian instantáneamente, día y noche, datos de un extremo a otro de la tierra.

Y los nuevos sacerdotes (o monjes) dueños del conocimiento,  y que son millares de extra diplomados, superdotados, pasan sus días colgados al teléfono y mirando una pantalla, son esclavos del Gran Hermano, los pobrecitos son los expertos de la nueva ideología dominante: el pensamiento único, autorizado por una invisible y omnipresente Policía de la Opinión –leer a Orwell (1984)-.

Mediante su financiación afilian al servicio de sus ideas y propósitos, en todo el planeta, a muchos centros de investigación, universidades y fundaciones que a su vez, afilian y propagan la buena nueva.

En casi toda la Tierra, facultades de ciencias, economistas, ensayistas, y también políticos; examinan los principales mandamientos de estas Tablas de la Nueva Ley, usando como repetidores los medios de comunicación de masas, los reiteran hasta la saciedad, sabiendo que en nuestra sociedad mediática,  repetición vale por demostración.

La Academia Internacional de Investigación del Sánscrito, de Mysore, India, tuvo el coraje de traducir vocablos tradicionales contenidos en un texto en sánscrito, de Maharshi Bharadwaja, un vidente de la antigüedad, a términos de nuestra cultura occidental contemporánea. El resultado fue asombroso: las leyendas primitivas se transformaron en perfectos informes técnicos.

Nos correspondería investigar qué dicen, sin saber, nuestros aborígenes cuando reproducen en sus mochilas bellas figuras geométricas repetidas de generación en generación; por ahora, tengo la certeza de que portar una mochila Arhuaca en la Sierra Nevada, es como llevar un pasaporte cósmico. Y si se luce en París,  ofrenda a la apariencia un sello de  ciudadanía universal.

Bibliografía: Däniken Erich Von, El Oro de los Dioses; Ramonet Ignacio, Pensamiento único.

[email protected]