Muy pocas dichas son comparables con la de compartir en grupo con los compañeros de una promoción de estudio. Aunque nunca perdí el contacto individual con cada uno de los condiscípulos, y a pesar de que cada 5 años nos reuníamos para celebrar el acontecimiento, reconozco que ninguna es comparable con la reunión de los […]
Muy pocas dichas son comparables con la de compartir en grupo con los compañeros de una promoción de estudio. Aunque nunca perdí el contacto individual con cada uno de los condiscípulos, y a pesar de que cada 5 años nos reuníamos para celebrar el acontecimiento, reconozco que ninguna es comparable con la reunión de los 50 años de egresados.
Sí, pude comprobarlo cuando este 21 de diciembre la promoción Loperena 1969 se reencontró una vez más, sin duda con mayor júbilo y entusiasmo que en años anteriores. Precisamente, en esta misma fecha, 50 años atrás, 74 jóvenes soñadores de toda la provincia recibíamos el cartón de bachiller.
Sí, puedo comprobarlo todos los días cuando, entristecido, recuerdo la partida de 13 compañeros (para qué mencionar sus nombres, si todos los tienen presentes y prendidos en sus corazones). Cada vez que los recuerdo, acordándome de sus anécdotas, mis ojos se empapan y mi corazón se arruga, pero también me da templanza para agradecerle al Señor tanta magnanimidad para con nosotros, los sobrevivientes, al alargarnos nuestro periodo vital. Ellos, los que se nos adelantaron, son hoy huéspedes celestiales de Dios Padre y seguros vigilantes de nuestro trasegar mundano.
Hoy, medio siglo después, maltrechos por el desgaste natural del paso de los tiempos, nosotros, sobrevivientes, aún tenemos ánimos y fuerzas para remembrar el pasado remoto, ese pasado que es parte de la vida nuestra, quizás la más preciosa, esa que cultivó lindos sentimientos de amistad que aún disfrutamos.
Es el Don de la vida lo que nos llena de júbilo. Y no son los años los que maduran y nos hacen filosofar, sino la rudeza de la vida, los golpes encajados, sobre todo el de la pérdida de un ser querido, de un amigo; con su huida, se va parte de nuestra vida, se nos angosta el tiempo y nos abruma el pensamiento de que el próximo seremos nosotros.
Ese abandono prematuro de compañeros y amigos tiene la virtud de hacernos comprender la finitud de la vida, a la cual solo cabe anteponerle la calidad de vida, el compromiso de vivir con intensidad, como si fuera el último día. Ahí apreciamos los pechiches de la familia, la fresca brisa y el aire que respiramos, la paleta de colores de nuestra naturaleza, el sabor embriagador de nuestra comida y la fragancia de la amistad.
Bienvenido este encuentro de integración. Era imperativo hacerlo, y es imperativo seguir haciéndolo mientras podamos. ¿Por qué privarnos del más sagrado placer de la vida, el de la amistad, que nos permite revivir y gozar episodios lejanos? Como no somos cuerpos gloriosos, y como la vida desgasta, seguramente al próximo encuentro, dentro de un año o dentro de 5 años, alguno o algunos de nosotros no estarán físicamente, pero su aurea estará rondando en el ambiente, alegrándonos con sus recuerdos.
Nuestra promoción, y lo digo sin titubeos, muy difícilmente morirá. Quien trasciende no muere: sus huellas, sus logros, sus aportes perviven en el recuerdo. Nuestra promoción es y será una de las promociones loperenas insignes, por su alto porcentaje de profesionalización y cientificidad, por su poca ausencia de ilicitud, por la brillantez de muchos de los presentes, por su condición de buenos ciudadanos, por manera que deben sentirse orgullosos de nosotros quienes nos educaron, nuestros padres y nuestro amado colegio Loperena, que supo darnos una buena impronta y un sello de calidad.
Mozos, soñábamos con ser los dueños del mundo. Ya adultos, gozamos de ser los dueños del mundo, porque el mundo es de los amigos y los humildes, no de los oropeles que muchas veces enceguece y desvía de las virtudes cardinales. Quién o qué me priva a mí, y a todos nosotros, de las carcajadas al recordar al zoológico, como lo bautizó el profesor Oswaldo Quintana (q.e.p.d.), en que estaba convertida nuestra promoción.
En días pasados, en charla con el rector de Colegio Loperena, Gonzalo Quiroz Martínez, me informaba que nuestro claustro ocupaba, desde hace varios años, los primeros puestos en las pruebas ICFES, superando el monopolio que traían los colegios privados. Felicitaciones al colegio por sus triunfos académicos.
Este escrito, además, es una invitación a todas las promociones de bachilleres egresados para que, con voluntad, unan esfuerzos, organicen agendas, directorios y planifiquen una integración con sus compañeros de aulas. Es una manera de corresponderle al Loperena.
Como dije al principio, nada reconforta más el alma que reencontrarse con los amigos de siempre; de esas reuniones suelen surgir planes, proyectos futuros de trabajo, nuevas alianzas familiares o empresariales, más ánimos y motivación, al fin y al cabo lo único que uno se lleva de esta vida son los momentos que le roban una sonrisa y nos quitan el aliento.
Muy pocas dichas son comparables con la de compartir en grupo con los compañeros de una promoción de estudio. Aunque nunca perdí el contacto individual con cada uno de los condiscípulos, y a pesar de que cada 5 años nos reuníamos para celebrar el acontecimiento, reconozco que ninguna es comparable con la reunión de los […]
Muy pocas dichas son comparables con la de compartir en grupo con los compañeros de una promoción de estudio. Aunque nunca perdí el contacto individual con cada uno de los condiscípulos, y a pesar de que cada 5 años nos reuníamos para celebrar el acontecimiento, reconozco que ninguna es comparable con la reunión de los 50 años de egresados.
Sí, pude comprobarlo cuando este 21 de diciembre la promoción Loperena 1969 se reencontró una vez más, sin duda con mayor júbilo y entusiasmo que en años anteriores. Precisamente, en esta misma fecha, 50 años atrás, 74 jóvenes soñadores de toda la provincia recibíamos el cartón de bachiller.
Sí, puedo comprobarlo todos los días cuando, entristecido, recuerdo la partida de 13 compañeros (para qué mencionar sus nombres, si todos los tienen presentes y prendidos en sus corazones). Cada vez que los recuerdo, acordándome de sus anécdotas, mis ojos se empapan y mi corazón se arruga, pero también me da templanza para agradecerle al Señor tanta magnanimidad para con nosotros, los sobrevivientes, al alargarnos nuestro periodo vital. Ellos, los que se nos adelantaron, son hoy huéspedes celestiales de Dios Padre y seguros vigilantes de nuestro trasegar mundano.
Hoy, medio siglo después, maltrechos por el desgaste natural del paso de los tiempos, nosotros, sobrevivientes, aún tenemos ánimos y fuerzas para remembrar el pasado remoto, ese pasado que es parte de la vida nuestra, quizás la más preciosa, esa que cultivó lindos sentimientos de amistad que aún disfrutamos.
Es el Don de la vida lo que nos llena de júbilo. Y no son los años los que maduran y nos hacen filosofar, sino la rudeza de la vida, los golpes encajados, sobre todo el de la pérdida de un ser querido, de un amigo; con su huida, se va parte de nuestra vida, se nos angosta el tiempo y nos abruma el pensamiento de que el próximo seremos nosotros.
Ese abandono prematuro de compañeros y amigos tiene la virtud de hacernos comprender la finitud de la vida, a la cual solo cabe anteponerle la calidad de vida, el compromiso de vivir con intensidad, como si fuera el último día. Ahí apreciamos los pechiches de la familia, la fresca brisa y el aire que respiramos, la paleta de colores de nuestra naturaleza, el sabor embriagador de nuestra comida y la fragancia de la amistad.
Bienvenido este encuentro de integración. Era imperativo hacerlo, y es imperativo seguir haciéndolo mientras podamos. ¿Por qué privarnos del más sagrado placer de la vida, el de la amistad, que nos permite revivir y gozar episodios lejanos? Como no somos cuerpos gloriosos, y como la vida desgasta, seguramente al próximo encuentro, dentro de un año o dentro de 5 años, alguno o algunos de nosotros no estarán físicamente, pero su aurea estará rondando en el ambiente, alegrándonos con sus recuerdos.
Nuestra promoción, y lo digo sin titubeos, muy difícilmente morirá. Quien trasciende no muere: sus huellas, sus logros, sus aportes perviven en el recuerdo. Nuestra promoción es y será una de las promociones loperenas insignes, por su alto porcentaje de profesionalización y cientificidad, por su poca ausencia de ilicitud, por la brillantez de muchos de los presentes, por su condición de buenos ciudadanos, por manera que deben sentirse orgullosos de nosotros quienes nos educaron, nuestros padres y nuestro amado colegio Loperena, que supo darnos una buena impronta y un sello de calidad.
Mozos, soñábamos con ser los dueños del mundo. Ya adultos, gozamos de ser los dueños del mundo, porque el mundo es de los amigos y los humildes, no de los oropeles que muchas veces enceguece y desvía de las virtudes cardinales. Quién o qué me priva a mí, y a todos nosotros, de las carcajadas al recordar al zoológico, como lo bautizó el profesor Oswaldo Quintana (q.e.p.d.), en que estaba convertida nuestra promoción.
En días pasados, en charla con el rector de Colegio Loperena, Gonzalo Quiroz Martínez, me informaba que nuestro claustro ocupaba, desde hace varios años, los primeros puestos en las pruebas ICFES, superando el monopolio que traían los colegios privados. Felicitaciones al colegio por sus triunfos académicos.
Este escrito, además, es una invitación a todas las promociones de bachilleres egresados para que, con voluntad, unan esfuerzos, organicen agendas, directorios y planifiquen una integración con sus compañeros de aulas. Es una manera de corresponderle al Loperena.
Como dije al principio, nada reconforta más el alma que reencontrarse con los amigos de siempre; de esas reuniones suelen surgir planes, proyectos futuros de trabajo, nuevas alianzas familiares o empresariales, más ánimos y motivación, al fin y al cabo lo único que uno se lleva de esta vida son los momentos que le roban una sonrisa y nos quitan el aliento.