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Columnista - 7 noviembre, 2010

El mejor papá del mundo

Por Leonardo José Maya Viajaba hacia el sur en un bus de “Cosita linda”, lo habían despedido de una empresa estatal así que decidió regresar a su tierra en Santander, estaba afligido, solo pensaba, tenía 32 años y era soltero. La cabeza recostada  a la ventanilla mirando a los vendedores que ofrecían productos de toda […]

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Por Leonardo José Maya

Viajaba hacia el sur en un bus de “Cosita linda”, lo habían despedido de una empresa estatal así que decidió regresar a su tierra en Santander, estaba afligido, solo pensaba, tenía 32 años y era soltero.
La cabeza recostada  a la ventanilla mirando a los vendedores que ofrecían productos de toda clase le impidió observar que en Pailitas se sentó a su lado una muchacha de 22 años, la llamaban Helena, estaba desolada sin rumbo definido y también viajaba hacia el sur.
El siguió mirando sin interés las ventas de comidas y las cantinas solitarias de música estridente, al salir del pueblo notó que alguien estaba a su lado, la miró: tenía el cabello liso, negro y brillante enrollado en un moño, las cejas delgadas y la mirada triste clavada en el piso,  observó su pecho pródigo y el vientre levemente abultado.
Se recostó de lado, apoyó la cabeza en sus manos entrelazadas y se durmió. Los sobresaltos de la vía lo despertaron pronto pero él creyó que había dormido mucho. La miró de nuevo y aún adormilado le preguntó si ya habían pasado por Pelaya ella respondió sin mirarlo – No señor, dijo.
La voz le pareció agradable,  intentó seguir hablando. La lluvia de la tarde volvió la vía peligrosa y lenta,  más adelante un deslizamiento provocó un trancón monumental y fue necesario desviarse a un restaurante del camino.
Los pasajeros estiraron sus piernas y se amontonaron a la salida del bus, él esperó pacientemente, la notó descompuesta y la invitó a bajar para tomar algo, salió de primero y la sujetó del brazo, entonces sintió el calor de su piel suave y experimentó una sensación extraña que brotó de su alma, la protegió de la lluvia mientras caminaban por la hierba mojada, esquivando los pozos que se formaron del aguacero reciente.
Se sentaron, el pidió para dos, nadie notó que apenas se estaban conociendo. Entonces ella le contó su historia. Trabajaba en un almacén de productos veterinarios y cayó en amores con uno de los clientes, el hombre resultó casado y con hijos y ella estaba embarazada de seis meses pero él no se haría cargo de la situación, iba sin norte, pensaba llegar a Ocaña, donde una tía.
Varias horas después continuaron el viaje, la abrazó tiernamente como para consolarla, ella se dejó llevar sin saber porqué, él sin malicia, le puso un beso en la sien y ella por primera vez en su vida sintió recibir todo el amor de un hombre. Fue extraño pero ambos se hallaron amparados el uno en el otro, a él se le olvidó su congoja y ella se sintió feliz. Entonces se lo dijo sin miedos y sin vergüenza: le propuso que fueran a su pueblo,  la presentaría a su familia y diría que el hijo que llevaba era de él – Yo seré su padre, le dijo decidido.
Ella creyó estar soñando pero se sintió protegida sin saber que ya el amor se había apoderado de ambos corazones. Se instalaron en el pueblo y se amaron sin condiciones, montaron un pequeño negocio de ferretería que pronto prosperó, el niño nació sano y rozagante, pero ella no volvió a salir embarazada. Años después las pruebas de laboratorio confirmaron que él tenía una enfermedad llamada oligospermia que produce esterilidad masculina.
Un domingo de junio un adolescente feliz entró a la ferretería de sus padres  los abrazó a ambos pero se dirigió a él.
– Papi quiero decirte en este día que tú eres el mejor papá del mundo.

ljmaya93hotmail.com

Columnista
7 noviembre, 2010

El mejor papá del mundo

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Leonardo Maya Amaya

Por Leonardo José Maya Viajaba hacia el sur en un bus de “Cosita linda”, lo habían despedido de una empresa estatal así que decidió regresar a su tierra en Santander, estaba afligido, solo pensaba, tenía 32 años y era soltero. La cabeza recostada  a la ventanilla mirando a los vendedores que ofrecían productos de toda […]


Por Leonardo José Maya

Viajaba hacia el sur en un bus de “Cosita linda”, lo habían despedido de una empresa estatal así que decidió regresar a su tierra en Santander, estaba afligido, solo pensaba, tenía 32 años y era soltero.
La cabeza recostada  a la ventanilla mirando a los vendedores que ofrecían productos de toda clase le impidió observar que en Pailitas se sentó a su lado una muchacha de 22 años, la llamaban Helena, estaba desolada sin rumbo definido y también viajaba hacia el sur.
El siguió mirando sin interés las ventas de comidas y las cantinas solitarias de música estridente, al salir del pueblo notó que alguien estaba a su lado, la miró: tenía el cabello liso, negro y brillante enrollado en un moño, las cejas delgadas y la mirada triste clavada en el piso,  observó su pecho pródigo y el vientre levemente abultado.
Se recostó de lado, apoyó la cabeza en sus manos entrelazadas y se durmió. Los sobresaltos de la vía lo despertaron pronto pero él creyó que había dormido mucho. La miró de nuevo y aún adormilado le preguntó si ya habían pasado por Pelaya ella respondió sin mirarlo – No señor, dijo.
La voz le pareció agradable,  intentó seguir hablando. La lluvia de la tarde volvió la vía peligrosa y lenta,  más adelante un deslizamiento provocó un trancón monumental y fue necesario desviarse a un restaurante del camino.
Los pasajeros estiraron sus piernas y se amontonaron a la salida del bus, él esperó pacientemente, la notó descompuesta y la invitó a bajar para tomar algo, salió de primero y la sujetó del brazo, entonces sintió el calor de su piel suave y experimentó una sensación extraña que brotó de su alma, la protegió de la lluvia mientras caminaban por la hierba mojada, esquivando los pozos que se formaron del aguacero reciente.
Se sentaron, el pidió para dos, nadie notó que apenas se estaban conociendo. Entonces ella le contó su historia. Trabajaba en un almacén de productos veterinarios y cayó en amores con uno de los clientes, el hombre resultó casado y con hijos y ella estaba embarazada de seis meses pero él no se haría cargo de la situación, iba sin norte, pensaba llegar a Ocaña, donde una tía.
Varias horas después continuaron el viaje, la abrazó tiernamente como para consolarla, ella se dejó llevar sin saber porqué, él sin malicia, le puso un beso en la sien y ella por primera vez en su vida sintió recibir todo el amor de un hombre. Fue extraño pero ambos se hallaron amparados el uno en el otro, a él se le olvidó su congoja y ella se sintió feliz. Entonces se lo dijo sin miedos y sin vergüenza: le propuso que fueran a su pueblo,  la presentaría a su familia y diría que el hijo que llevaba era de él – Yo seré su padre, le dijo decidido.
Ella creyó estar soñando pero se sintió protegida sin saber que ya el amor se había apoderado de ambos corazones. Se instalaron en el pueblo y se amaron sin condiciones, montaron un pequeño negocio de ferretería que pronto prosperó, el niño nació sano y rozagante, pero ella no volvió a salir embarazada. Años después las pruebas de laboratorio confirmaron que él tenía una enfermedad llamada oligospermia que produce esterilidad masculina.
Un domingo de junio un adolescente feliz entró a la ferretería de sus padres  los abrazó a ambos pero se dirigió a él.
– Papi quiero decirte en este día que tú eres el mejor papá del mundo.

ljmaya93hotmail.com