BITÁCORA Por: Oscar Ariza La literatura parece expresar con un máximo grado de claridad nuestra real forma de vivir a través de la desmesura. Es común encontrar en los imaginarios poéticos latinoamericanos la inclusión de los valores culturales dentro de las propuestas novelescas que las muestran como una proyección de los fenómenos sociales latinoamericanos, que […]
BITÁCORA
Por: Oscar Ariza
La literatura parece expresar con un máximo grado de claridad nuestra real forma de vivir a través de la desmesura. Es común encontrar en los imaginarios poéticos latinoamericanos la inclusión de los valores culturales dentro de las propuestas novelescas que las muestran como una proyección de los fenómenos sociales latinoamericanos, que resignificando la realidad a través de lo literario usan tan magistralmente la exageración hasta el punto de no saberse si es ficción o una parte de nuestra realidad.
No resulta impresionante para ningún colombiano los hechos exagerados que muestra Gabo en su obra, donde lo fino y lo grotesco conviven a diario con la gente. La creencia en lo mágico hace que los hombres elaboren estrategias para soportar la dureza de la existencia.
Latinoamérica es un mundo de contrastes tanto geográficos como culturales, como producto del cruce de tres mundos: Europa, África y América. Ha surgido así una raza cósmica cargada de un poder cultural que se desborda hacia lo exótico, lo exagerado. Es común encontrar hombres que promocionan su desproporcionado órgano viril, al igual que José Arcadio Buendía o también hombres y mujeres que con un talento sobrenatural devoran grandes cantidades de comida, convirtiéndose en famosos tragaldabas como la elefanta o Aureliano segundo en Cien Años de Soledad.
En una ciudad como Bogotá, en medio de tantos edificios y modernos centros comerciales, tan congestionadas por buses y busetas, podemos encontrar burros que se pasean de la mano de sus dueños, parvadas de patos que caminan sobre una acera como estrategia promocional de venta o una gitana en un parque que lee el destino en la mano de la gente por sólo quinientos pesos. Todo este contraste pre-moderno/moderno no es más que un claro reflejo de la velocidad con que América Latina ha tratado de nivelarse con Europa. Nos ha tocado vivir en cinco siglos, lo que Europa y Oriente han desarrollado en miles de años.
Es por eso que detrás de esa modernidad, subyace el amor por lo mítico, por lo salvaje; como si nos hubiera tocado madurar a la fuerza y siguiéramos después de adultos, asombrándonos con la ciencia de los juguetes; por eso la exageración ha llegado a convertirse en uno de los símbolos que mejor identifican nuestra cultura, un pueblo que vive con asombro ante lo mágico como único escape ante el caos de la guerra.
La desmesura, más que un recurso artístico, es un fenómeno cultural que subyace en las estructuras sociales latinoamericanas. Todo este fenómeno de la desproporción no es sino la lucha del hombre en contra de la cultura normativa. Es la creencia en una civilización equitativa que vaya acorde con el valor del ser humano. Pero más que una lucha normativa, estos excesos tienen un origen económico.
El gasto desmedido, es otro de los resultados de la rapidez con que los pueblos latinoamericanos han sido presas del capitalismo salvaje. En la narrativa Garcíamarquiana, Aureliano Segundo empapela las paredes de su casa con billetes, o hace grandes parrandas y comilonas desmedidas como muestra de su poderío económico. Igual sucede en otras partes de Colombia y Latinoamérica. Ya Eduardo Galeano en su libro “Las Venas Abiertas de América Latina”, expresa como a partir del auge de cultivos como el café, banano, caucho, la explotación del oro, se empieza a gestar en forma exagerada, un nuevo estilo de vida basado en el derroche. Personas comunes y corrientes, se convierten en antihéroes que crean como paradigma la ostentación de poder, sustentado en un capital económico acumulado en forma rápida, que genera al mismo tiempo la acumulación de un capital simbólico que le permite entronizarse como un modelo social al que los demás ciudadanos deben ceñirse.
Es lo que hoy está pasando con México y Colombia donde la búsqueda de dinero fácil a través del narcotráfico ha terminado por abrirnos las puertas a una modernidad tardía, sin que nos hallamos podido sacudir de la pre-modernidad, haciendo de nuestras naciones un caldo de cultivo que a menudo se derrama en acciones de intolerancia, muerte, atraso, pero también hacia un arte poderosamente inigualable que nos focaliza desde nuestra oculta posibilidad de ser distintos e iguales al resto del mundo.
[email protected]
BITÁCORA Por: Oscar Ariza La literatura parece expresar con un máximo grado de claridad nuestra real forma de vivir a través de la desmesura. Es común encontrar en los imaginarios poéticos latinoamericanos la inclusión de los valores culturales dentro de las propuestas novelescas que las muestran como una proyección de los fenómenos sociales latinoamericanos, que […]
BITÁCORA
Por: Oscar Ariza
La literatura parece expresar con un máximo grado de claridad nuestra real forma de vivir a través de la desmesura. Es común encontrar en los imaginarios poéticos latinoamericanos la inclusión de los valores culturales dentro de las propuestas novelescas que las muestran como una proyección de los fenómenos sociales latinoamericanos, que resignificando la realidad a través de lo literario usan tan magistralmente la exageración hasta el punto de no saberse si es ficción o una parte de nuestra realidad.
No resulta impresionante para ningún colombiano los hechos exagerados que muestra Gabo en su obra, donde lo fino y lo grotesco conviven a diario con la gente. La creencia en lo mágico hace que los hombres elaboren estrategias para soportar la dureza de la existencia.
Latinoamérica es un mundo de contrastes tanto geográficos como culturales, como producto del cruce de tres mundos: Europa, África y América. Ha surgido así una raza cósmica cargada de un poder cultural que se desborda hacia lo exótico, lo exagerado. Es común encontrar hombres que promocionan su desproporcionado órgano viril, al igual que José Arcadio Buendía o también hombres y mujeres que con un talento sobrenatural devoran grandes cantidades de comida, convirtiéndose en famosos tragaldabas como la elefanta o Aureliano segundo en Cien Años de Soledad.
En una ciudad como Bogotá, en medio de tantos edificios y modernos centros comerciales, tan congestionadas por buses y busetas, podemos encontrar burros que se pasean de la mano de sus dueños, parvadas de patos que caminan sobre una acera como estrategia promocional de venta o una gitana en un parque que lee el destino en la mano de la gente por sólo quinientos pesos. Todo este contraste pre-moderno/moderno no es más que un claro reflejo de la velocidad con que América Latina ha tratado de nivelarse con Europa. Nos ha tocado vivir en cinco siglos, lo que Europa y Oriente han desarrollado en miles de años.
Es por eso que detrás de esa modernidad, subyace el amor por lo mítico, por lo salvaje; como si nos hubiera tocado madurar a la fuerza y siguiéramos después de adultos, asombrándonos con la ciencia de los juguetes; por eso la exageración ha llegado a convertirse en uno de los símbolos que mejor identifican nuestra cultura, un pueblo que vive con asombro ante lo mágico como único escape ante el caos de la guerra.
La desmesura, más que un recurso artístico, es un fenómeno cultural que subyace en las estructuras sociales latinoamericanas. Todo este fenómeno de la desproporción no es sino la lucha del hombre en contra de la cultura normativa. Es la creencia en una civilización equitativa que vaya acorde con el valor del ser humano. Pero más que una lucha normativa, estos excesos tienen un origen económico.
El gasto desmedido, es otro de los resultados de la rapidez con que los pueblos latinoamericanos han sido presas del capitalismo salvaje. En la narrativa Garcíamarquiana, Aureliano Segundo empapela las paredes de su casa con billetes, o hace grandes parrandas y comilonas desmedidas como muestra de su poderío económico. Igual sucede en otras partes de Colombia y Latinoamérica. Ya Eduardo Galeano en su libro “Las Venas Abiertas de América Latina”, expresa como a partir del auge de cultivos como el café, banano, caucho, la explotación del oro, se empieza a gestar en forma exagerada, un nuevo estilo de vida basado en el derroche. Personas comunes y corrientes, se convierten en antihéroes que crean como paradigma la ostentación de poder, sustentado en un capital económico acumulado en forma rápida, que genera al mismo tiempo la acumulación de un capital simbólico que le permite entronizarse como un modelo social al que los demás ciudadanos deben ceñirse.
Es lo que hoy está pasando con México y Colombia donde la búsqueda de dinero fácil a través del narcotráfico ha terminado por abrirnos las puertas a una modernidad tardía, sin que nos hallamos podido sacudir de la pre-modernidad, haciendo de nuestras naciones un caldo de cultivo que a menudo se derrama en acciones de intolerancia, muerte, atraso, pero también hacia un arte poderosamente inigualable que nos focaliza desde nuestra oculta posibilidad de ser distintos e iguales al resto del mundo.
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