¿Qué sucede cuando los políticos confunden el interés general con sus ambiciones particulares? La respuesta es sencilla: la mediocridad se impone y la desconfianza en la democracia aparece y con ella el menosprecio a la clase dirigente. Esta afirmación bien podría ser una radiografía del mundo actual gobernado por idiotas, que han terminado en el […]
¿Qué sucede cuando los políticos confunden el interés general con sus ambiciones particulares? La respuesta es sencilla: la mediocridad se impone y la desconfianza en la democracia aparece y con ella el menosprecio a la clase dirigente. Esta afirmación bien podría ser una radiografía del mundo actual gobernado por idiotas, que han terminado en el poder gracias a la equivocación del pueblo que los eligió.
El error democrático surge de la ignorancia de los electores que distraídos por espejos entregan sus más grandes tesoros, por la terquedad de quienes quieren resultados distintos pero votan por los mismos, o por el engaño de los lobos que se visten de ovejas.
Aclaración importante: no utilizo la palabra “idiota” como un insulto sino en el sentido etimológico más profundo: en la Antigua Grecia, el idiota era quien no se preocupaba más que por sus propios intereses, olvidándose de la cosa política. Según el diccionario de la RAE, idiota es aquel engreído sin fundamento para ello o quien carece de toda instrucción.
La democracia se basa en la opinión pública, la libertad, la educación y el debate pero hoy, nuestra opinión no está informada, al contrario, estamos aturdidos por la sobreinformación de los mass media, el impacto de las redes sociales y el influjo de los nuevos oráculos de la sabiduría: los influencers y los tuiteros.
Tampoco somos libres, somos esclavos del sistema que nos condiciona a falsos ideales de belleza y nos convierte en consumidores que sostienen el mercado de las necesidades artificiales y somos esclavos de dos o tres que imponen candidatos.
Por su parte, la educación no es de calidad, somos analfabetas funcionales que saben leer y escribir pero ni lo uno ni lo otro, tampoco tenemos espíritu crítico: ¿Cuántos libros leemos al año los vallenatos? Por último, quienes aspiran a gobernarnos no debaten, no argumentan, no someten sus ideas a la controversia y no son capaces de defenderlas.
Todo esto es el caldo de cultivo perfecto para que gobiernen los peores de todos, los pésimos, la kakistocracia en su máxima expresión.
Se acerca el “día D” y quisiera creer que elegiremos bien cerrar. Sospecho que este espacio con una reflexión de Mario Engaña que podría ayudarnos e elegir bien pues nos recuerda que somos libres: “Ya lo tenemos todo, somos ciudadanos: trescientos años fuimos esclavos, decidían por nosotros, nos envilecían con la ignorancia que es la fuerte cadena de los tiranos. Si queremos ser libres como hombres, es preciso que seamos ilustrados; de lo contrario, nuestra libertad será la de las fieras”. Yo añadiría: si queremos ser libres es ahora o nunca, derrotemos a la kakistocracia en las urnas.
¿Qué sucede cuando los políticos confunden el interés general con sus ambiciones particulares? La respuesta es sencilla: la mediocridad se impone y la desconfianza en la democracia aparece y con ella el menosprecio a la clase dirigente. Esta afirmación bien podría ser una radiografía del mundo actual gobernado por idiotas, que han terminado en el […]
¿Qué sucede cuando los políticos confunden el interés general con sus ambiciones particulares? La respuesta es sencilla: la mediocridad se impone y la desconfianza en la democracia aparece y con ella el menosprecio a la clase dirigente. Esta afirmación bien podría ser una radiografía del mundo actual gobernado por idiotas, que han terminado en el poder gracias a la equivocación del pueblo que los eligió.
El error democrático surge de la ignorancia de los electores que distraídos por espejos entregan sus más grandes tesoros, por la terquedad de quienes quieren resultados distintos pero votan por los mismos, o por el engaño de los lobos que se visten de ovejas.
Aclaración importante: no utilizo la palabra “idiota” como un insulto sino en el sentido etimológico más profundo: en la Antigua Grecia, el idiota era quien no se preocupaba más que por sus propios intereses, olvidándose de la cosa política. Según el diccionario de la RAE, idiota es aquel engreído sin fundamento para ello o quien carece de toda instrucción.
La democracia se basa en la opinión pública, la libertad, la educación y el debate pero hoy, nuestra opinión no está informada, al contrario, estamos aturdidos por la sobreinformación de los mass media, el impacto de las redes sociales y el influjo de los nuevos oráculos de la sabiduría: los influencers y los tuiteros.
Tampoco somos libres, somos esclavos del sistema que nos condiciona a falsos ideales de belleza y nos convierte en consumidores que sostienen el mercado de las necesidades artificiales y somos esclavos de dos o tres que imponen candidatos.
Por su parte, la educación no es de calidad, somos analfabetas funcionales que saben leer y escribir pero ni lo uno ni lo otro, tampoco tenemos espíritu crítico: ¿Cuántos libros leemos al año los vallenatos? Por último, quienes aspiran a gobernarnos no debaten, no argumentan, no someten sus ideas a la controversia y no son capaces de defenderlas.
Todo esto es el caldo de cultivo perfecto para que gobiernen los peores de todos, los pésimos, la kakistocracia en su máxima expresión.
Se acerca el “día D” y quisiera creer que elegiremos bien cerrar. Sospecho que este espacio con una reflexión de Mario Engaña que podría ayudarnos e elegir bien pues nos recuerda que somos libres: “Ya lo tenemos todo, somos ciudadanos: trescientos años fuimos esclavos, decidían por nosotros, nos envilecían con la ignorancia que es la fuerte cadena de los tiranos. Si queremos ser libres como hombres, es preciso que seamos ilustrados; de lo contrario, nuestra libertad será la de las fieras”. Yo añadiría: si queremos ser libres es ahora o nunca, derrotemos a la kakistocracia en las urnas.