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Columnista - 13 mayo, 2019

A Valledupar le cogí  miedo

Mi madre es una mujer octogenaria, María del Rosario  Vergara Reyes,  a quien felicito por el día y mes de las madres: “hermosa madre me regaló Dios, una como la mía quizás la tuya señor”; ella vino a Valledupar en la plenitud de su juventud, procedente del sur de Bolívar, tierras gratas. Vino cuando  Valledupar […]

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Mi madre es una mujer octogenaria, María del Rosario  Vergara Reyes,  a quien felicito por el día y mes de las madres: “hermosa madre me regaló Dios, una como la mía quizás la tuya señor”; ella vino a Valledupar en la plenitud de su juventud, procedente del sur de Bolívar, tierras gratas. Vino cuando  Valledupar era una aldea pequeña  que pertenecía en  esa época  al Magdalena; corría  la década  de los años cincuenta y a  pesar de la violencia cruda en diferentes zonas del país, era Valledupar  un remanso de paz con un futuro promisorio.  Los barrios más  lejanos del centro, Cañaguate y Cerezo con unas cuantas casas de invasión  era  el barrio las tablitas, hoy primero de mayo;   un poco más allá  el barrio doce de octubre. Cuenta mi madre que Valledupar era un jardín,  de cañaguates, trinitarias  y cayenas. Un pueblo agradable con sonrisas y alegría,  con cantos y acordeón, un río impetuoso y de aguas frías; con vecinos que parecían hermanos,   y que además de parecerlos, se lo creían y sentían la hermandad.  Mi familia, con muchos tíos y un poco más de primos  se ha visto menguada,   porque infortunadamente  Valledupar  comenzó  a crecer y al crecer el pueblo se fueron alejando los hermanos y extinguiendo los parientes de crianza.  Mi madre está  absorta, por los cambios en el pueblo; el pueblo que la hizo vallenata  y que ella ayudó  a forjar.  En medio de la oscuridad  que le ha  generado perder su vista, no ha perdido  la  lucidez de su mente;  el raciocinio de la experiencia de años le permite  decir que: “a Valledupar le cogí miedo.  Porque se diluyó   la   hermandad,  hoy los niños y jóvenes no respetan a los viejos. Hay una crisis  moral dentro de la sociedad, los valores se perdieron y la vida perdió  valor. Los robos y atracos a la orden del  día, matan a la gente por un insignificante celular;  me desvelo pensado en mis hijos cuando salen a la calle y eso me asusta”.

Hoy no hay tantos  vallenatos como entonces y el foráneo  no siente amor  por esta tierra. Los que recién  llegan no sienten al Valle; ahora como mi madre, al Valle le cogí  miedo. Al interpretar el miedo de mi madre, después de considerar a Valledupar como el mejor vividero del mundo, lo que analizamos de este temor es lo que teme todo el mundo, ha llegado mucha gente que no tiene sentido de amor y pertenencia por la ciudad, la inseguridad es latente, hoy en cada rincón del valle hay miseria y los delincuentes, la prostitución y los desmanes sociales se ven en cada semáforo y en las principales vías y arterias importantes. La cara amable de otrora se ha convertido en una mueca absurda de desplante y dolor de ciudad. Hay cambios arquitectónicos, el río Guatapurí perdió su bravía fuerza y el cemento y el concreto desplazó las verdes praderas y calles de tierra y piedra. Aún estamos a tiempo de salvar nuestro pueblo y quien no quiera a Valledupar no merece estar aquí, así de sencillo. Ahhh, tiempos viejos. Sólo Eso.

Columnista
13 mayo, 2019

A Valledupar le cogí  miedo

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Eduardo S. Ortega Vergara

Mi madre es una mujer octogenaria, María del Rosario  Vergara Reyes,  a quien felicito por el día y mes de las madres: “hermosa madre me regaló Dios, una como la mía quizás la tuya señor”; ella vino a Valledupar en la plenitud de su juventud, procedente del sur de Bolívar, tierras gratas. Vino cuando  Valledupar […]


Mi madre es una mujer octogenaria, María del Rosario  Vergara Reyes,  a quien felicito por el día y mes de las madres: “hermosa madre me regaló Dios, una como la mía quizás la tuya señor”; ella vino a Valledupar en la plenitud de su juventud, procedente del sur de Bolívar, tierras gratas. Vino cuando  Valledupar era una aldea pequeña  que pertenecía en  esa época  al Magdalena; corría  la década  de los años cincuenta y a  pesar de la violencia cruda en diferentes zonas del país, era Valledupar  un remanso de paz con un futuro promisorio.  Los barrios más  lejanos del centro, Cañaguate y Cerezo con unas cuantas casas de invasión  era  el barrio las tablitas, hoy primero de mayo;   un poco más allá  el barrio doce de octubre. Cuenta mi madre que Valledupar era un jardín,  de cañaguates, trinitarias  y cayenas. Un pueblo agradable con sonrisas y alegría,  con cantos y acordeón, un río impetuoso y de aguas frías; con vecinos que parecían hermanos,   y que además de parecerlos, se lo creían y sentían la hermandad.  Mi familia, con muchos tíos y un poco más de primos  se ha visto menguada,   porque infortunadamente  Valledupar  comenzó  a crecer y al crecer el pueblo se fueron alejando los hermanos y extinguiendo los parientes de crianza.  Mi madre está  absorta, por los cambios en el pueblo; el pueblo que la hizo vallenata  y que ella ayudó  a forjar.  En medio de la oscuridad  que le ha  generado perder su vista, no ha perdido  la  lucidez de su mente;  el raciocinio de la experiencia de años le permite  decir que: “a Valledupar le cogí miedo.  Porque se diluyó   la   hermandad,  hoy los niños y jóvenes no respetan a los viejos. Hay una crisis  moral dentro de la sociedad, los valores se perdieron y la vida perdió  valor. Los robos y atracos a la orden del  día, matan a la gente por un insignificante celular;  me desvelo pensado en mis hijos cuando salen a la calle y eso me asusta”.

Hoy no hay tantos  vallenatos como entonces y el foráneo  no siente amor  por esta tierra. Los que recién  llegan no sienten al Valle; ahora como mi madre, al Valle le cogí  miedo. Al interpretar el miedo de mi madre, después de considerar a Valledupar como el mejor vividero del mundo, lo que analizamos de este temor es lo que teme todo el mundo, ha llegado mucha gente que no tiene sentido de amor y pertenencia por la ciudad, la inseguridad es latente, hoy en cada rincón del valle hay miseria y los delincuentes, la prostitución y los desmanes sociales se ven en cada semáforo y en las principales vías y arterias importantes. La cara amable de otrora se ha convertido en una mueca absurda de desplante y dolor de ciudad. Hay cambios arquitectónicos, el río Guatapurí perdió su bravía fuerza y el cemento y el concreto desplazó las verdes praderas y calles de tierra y piedra. Aún estamos a tiempo de salvar nuestro pueblo y quien no quiera a Valledupar no merece estar aquí, así de sencillo. Ahhh, tiempos viejos. Sólo Eso.