BITÁCORA Por Oscar Ariza Daza Desde cuando Octavio Paz obtuvo el Premio Nobel, en 1990, no habíamos vuelto a tener la oportunidad de regocijarnos con la alegría de ratificar que nuestra lengua y la gran nación latinoamericana está más viva que nunca y con un poder transcultural que hoy se percibe en todo el mundo […]
BITÁCORA
Por Oscar Ariza Daza
Desde cuando Octavio Paz obtuvo el Premio Nobel, en 1990, no habíamos vuelto a tener la oportunidad de regocijarnos con la alegría de ratificar que nuestra lengua y la gran nación latinoamericana está más viva que nunca y con un poder transcultural que hoy se percibe en todo el mundo a través de su música y su literatura entre otros aspectos, como un justo y merecido resarcimiento por aquello que nos ha sido negado a reconocérsenos desde la oficialidad, pero que en el imaginario universal es una perogrullada.
Latinoamérica desde su literatura ha entrado en una especie de resignificación de la historia, especialmente en aquellas etapas en las que producto del vacío histórico, la historia ha sido mal contada, porque desechando fuentes documentales de la oralidad, tan valiosas como cualquier archivo o monumento, se ha puesto al servicio de verdades absolutas o de intereses ideológico-políticos que terminaron por hacerla menos creíble pese a mostrar sus máximos esfuerzos por ser objetiva y veraz.
La literatura Latinoamericana desde sus novelistas mostró el interés de replantear la historia oficial desde la posibilidad de mostrar los hechos como fueron, como pudieron haber sido y como al escritor le hubiese gustado que sucedieran; mostrando las historias humanas como fuente principal de su objeto, yendo más allá de convertirse en defensora de una historia que muestra las victorias y la idealización de los héroes, para detenerse en su interés de mostrar una historia más humanizada en donde los héroes sean mostrados desde su condición humana regida por falencias, excesos, fortalezas, dificultades y pasiones, como las que Bolívar usó para gobernar, mostradas por García Márquez, la eterna nostalgia de Fernando de Magallanes en su travesía de los mares de Suramérica descrita por Nicolás Baccino Ponce de León; la soledad del poder del doctor Francia proyectada por Augusto Roa Bastos en Yo el Supremo; la fuerza política y mítica de Eva de Perón en La novela de Perón y Santa Evita de Tomás Eloy Martínez; los excesos de poder del dictador en el Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias; la búsqueda y defensa de la libertad de Emiliano Zapata y Pancho Villa en Gringo Viejo de Carlos Fuentes y la otra posibilidad del descubrimiento de América en los Perros del Paraíso de Abel Posse y el Conquistador de Federico Andahazi entre otros, muestran que la cartografía del poder que hoy se premia desde la academia sueca, hace parte de una necesidad de reconstruir nuestra historia.
Cuando Paz obtuvo el Nobel de literatura se reconoció a México y su literatura, al Guarda Agujas de Arreola, a Pedro Páramo de Rulfo y a José Trigo de Fernando del Paso entre otros; igual sucedió con Neruda y Gabriela Mistral que escribieron en el nombre de Chile y de Huidobro, de Roberto Bolaño y de Isabel Allende, igual sucedió con el guatemalteco Miguel Ángel Asturias quien recibió el Nobel representando la literatura de su pueblo, la misma de Monterroso y de Akabal, García Márquez en 1982 con su premio Nobel le recordó al mundo que en Colombia detrás o delante de él estaban talentosos escritores como Rojas Herazo, Mutis, Isaacs, Rivera, Aurelio Arturo, Fernando Charry Lara, Fanny Buitrago, Germán Espinoza y William Ospina, entre otros.
Este año Mario Vargas Llosa recibe un premio Nobel del que ya se había olvidado, pero que en su reconocimiento ayuda a rememorar el potencial cultural del Perú, que desde tiempos del Cuzco y Machu Pichu ha mostrado su fuerza creadora, que siglos más tarde haría gritarle al mundo el dolor poético de César Vallejo, la creatividad de Ciro Alegría, el talento de Jorge Eduardo Eielson y por su puesto la capacidad analítica de alguien como Vargas Llosa que entiende mucho la necesidad de contarle al mundo sus historias en las que el poder se manifiesta en lo novelesco para mostrar la realidad latinoamericana, esa que él de manera magistral ha descrito en la Guerra del Fin del Mundo, Conversación en la Catedral y La fiesta del Chivo, entre otras novelas de su autoría, que hacen parte de esa geografía de la literatura que con Borges, Cortázar, Rómulo Gallegos, Onetti y Horacio Quiroga no quisiéramos olvidar.
BITÁCORA Por Oscar Ariza Daza Desde cuando Octavio Paz obtuvo el Premio Nobel, en 1990, no habíamos vuelto a tener la oportunidad de regocijarnos con la alegría de ratificar que nuestra lengua y la gran nación latinoamericana está más viva que nunca y con un poder transcultural que hoy se percibe en todo el mundo […]
BITÁCORA
Por Oscar Ariza Daza
Desde cuando Octavio Paz obtuvo el Premio Nobel, en 1990, no habíamos vuelto a tener la oportunidad de regocijarnos con la alegría de ratificar que nuestra lengua y la gran nación latinoamericana está más viva que nunca y con un poder transcultural que hoy se percibe en todo el mundo a través de su música y su literatura entre otros aspectos, como un justo y merecido resarcimiento por aquello que nos ha sido negado a reconocérsenos desde la oficialidad, pero que en el imaginario universal es una perogrullada.
Latinoamérica desde su literatura ha entrado en una especie de resignificación de la historia, especialmente en aquellas etapas en las que producto del vacío histórico, la historia ha sido mal contada, porque desechando fuentes documentales de la oralidad, tan valiosas como cualquier archivo o monumento, se ha puesto al servicio de verdades absolutas o de intereses ideológico-políticos que terminaron por hacerla menos creíble pese a mostrar sus máximos esfuerzos por ser objetiva y veraz.
La literatura Latinoamericana desde sus novelistas mostró el interés de replantear la historia oficial desde la posibilidad de mostrar los hechos como fueron, como pudieron haber sido y como al escritor le hubiese gustado que sucedieran; mostrando las historias humanas como fuente principal de su objeto, yendo más allá de convertirse en defensora de una historia que muestra las victorias y la idealización de los héroes, para detenerse en su interés de mostrar una historia más humanizada en donde los héroes sean mostrados desde su condición humana regida por falencias, excesos, fortalezas, dificultades y pasiones, como las que Bolívar usó para gobernar, mostradas por García Márquez, la eterna nostalgia de Fernando de Magallanes en su travesía de los mares de Suramérica descrita por Nicolás Baccino Ponce de León; la soledad del poder del doctor Francia proyectada por Augusto Roa Bastos en Yo el Supremo; la fuerza política y mítica de Eva de Perón en La novela de Perón y Santa Evita de Tomás Eloy Martínez; los excesos de poder del dictador en el Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias; la búsqueda y defensa de la libertad de Emiliano Zapata y Pancho Villa en Gringo Viejo de Carlos Fuentes y la otra posibilidad del descubrimiento de América en los Perros del Paraíso de Abel Posse y el Conquistador de Federico Andahazi entre otros, muestran que la cartografía del poder que hoy se premia desde la academia sueca, hace parte de una necesidad de reconstruir nuestra historia.
Cuando Paz obtuvo el Nobel de literatura se reconoció a México y su literatura, al Guarda Agujas de Arreola, a Pedro Páramo de Rulfo y a José Trigo de Fernando del Paso entre otros; igual sucedió con Neruda y Gabriela Mistral que escribieron en el nombre de Chile y de Huidobro, de Roberto Bolaño y de Isabel Allende, igual sucedió con el guatemalteco Miguel Ángel Asturias quien recibió el Nobel representando la literatura de su pueblo, la misma de Monterroso y de Akabal, García Márquez en 1982 con su premio Nobel le recordó al mundo que en Colombia detrás o delante de él estaban talentosos escritores como Rojas Herazo, Mutis, Isaacs, Rivera, Aurelio Arturo, Fernando Charry Lara, Fanny Buitrago, Germán Espinoza y William Ospina, entre otros.
Este año Mario Vargas Llosa recibe un premio Nobel del que ya se había olvidado, pero que en su reconocimiento ayuda a rememorar el potencial cultural del Perú, que desde tiempos del Cuzco y Machu Pichu ha mostrado su fuerza creadora, que siglos más tarde haría gritarle al mundo el dolor poético de César Vallejo, la creatividad de Ciro Alegría, el talento de Jorge Eduardo Eielson y por su puesto la capacidad analítica de alguien como Vargas Llosa que entiende mucho la necesidad de contarle al mundo sus historias en las que el poder se manifiesta en lo novelesco para mostrar la realidad latinoamericana, esa que él de manera magistral ha descrito en la Guerra del Fin del Mundo, Conversación en la Catedral y La fiesta del Chivo, entre otras novelas de su autoría, que hacen parte de esa geografía de la literatura que con Borges, Cortázar, Rómulo Gallegos, Onetti y Horacio Quiroga no quisiéramos olvidar.