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Columnista - 8 octubre, 2010

El deber de Fenster y el nuestro

Por: Rudolf Hommes Cuando se ha tenido la suerte de no haber estado directamente involucrado, hay muchas maneras de enterarse de la realidad espantosa que ha vivido nuestro país, sometido a la barbarie de criminales, insurrectos y contra insurrectos, a la codicia, a la corrupción oficial, a que se valore menos la vida que la […]

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Por: Rudolf Hommes

Cuando se ha tenido la suerte de no haber estado directamente involucrado, hay muchas maneras de enterarse de la realidad espantosa que ha vivido nuestro país, sometido a la barbarie de criminales, insurrectos y contra insurrectos, a la codicia, a la corrupción oficial, a que se valore menos la vida que la propiedad y a la indiferencia.

Una de ellas es presenciar las exhibiciones en los museos del país que promueven la memoria histórica, otra es leer la novela Los ejércitos, de Evelio Rosero, o ir a ver la novedosa obra de teatro. el deber de Fenster, de Humberto Dorado y Matías Maldonado, que presenta el Teatro Nacional, en Bogotá. Esta obra merece el viaje a la capital y debe presentarse en todas la ciudades para que la gente tenga la oportunidad de enorgullecerse por el talento teatral colombiano y de avergonzarse de lo aquí le ocurre a la gente que no tiene como defenderse.

El deber de Fenster es dar a conocer, veinte años después de ocurridos, los repugnantes detalles de la masacre de Trujillo, Valle, para que la gente no se escude en la ignorancia para ser indiferente a la ocurrencia impune de crímenes como este. El deber nuestro es reaccionar a estas revelaciones y promover o apoyar acciones políticas encaminadas a impedir que continúen repitiéndose estos hechos, castigar ejemplarmente a los protagonistas y remediar el daño a las víctimas.

Como estas atrocidades han ocurrido mayoritariamente en el campo, y la mayoría de las víctimas han sido familias humildes, dos de las leyes que le ha propuesto el Gobierno al Congreso, la de víctimas y la de tierras, así como el plan siembra son una respuesta adecuada para resarcir parcialmente a la población campesina por lo que ha tenido que soportar. Está plenamente justificada, por razones morales, como lo estaría también un programa más amplio de reforma agraria. Pero la justificación de estos programas no es solamente ética.

Estas reformas tendrían sentido económico aún si no tuvieran este valor moral y no fueran aplicadas para reparar o resarcir parcialmente lo perdido. Su principal argumentación es económica. Utilizar tierra de ganadería extensiva para que familias campesinas produzcan comida y bienes exportables es poner a producir un factor escaso, la tierra y emplear otro que está subutilizado.

El campesino mediano y aún el pequeño, empoderados y en condiciones adecuadas de mercado, crédito y asistencia técnica, son capaces de producir más eficientemente que la gran plantación. Esto no ocurre en el caso de la caña de azúcar o de la mayoría de los cereales, pero sí aplica en el caso de muchos productos tropicales, como son la palma africana, el cacao o el caucho, por ejemplo o los cultivos de árboles frutales.

Estas afirmaciones contradicen los usuales argumentos de que lo que se necesita son grandes plantaciones para aprovechar las economías de escala. Esto es válido en ciertos casos, como ya se señaló. En otros son eficientes las dos formas de producción. Lo que es claro es que no se puede generalizar y que la agricultura comercial no es la única forma de hacer rodar la locomotora agropecuaria.
Antes de la contra reforma agraria se estaba gestando una clase media agropecuaria exitosa. La restitución de tierras, los cambios que se proponen del uso de esta, y programas de promoción de la producción campesina son todos indispensables para que se restablezca esa clase media rural y que se impongan formas de producción eficiente a cargo de familias campesinas. Ese es un camino que debemos recorrer, por razones de justicia y de eficiencia.
Rudolf Hommes

Columnista
8 octubre, 2010

El deber de Fenster y el nuestro

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.

Por: Rudolf Hommes Cuando se ha tenido la suerte de no haber estado directamente involucrado, hay muchas maneras de enterarse de la realidad espantosa que ha vivido nuestro país, sometido a la barbarie de criminales, insurrectos y contra insurrectos, a la codicia, a la corrupción oficial, a que se valore menos la vida que la […]


Por: Rudolf Hommes

Cuando se ha tenido la suerte de no haber estado directamente involucrado, hay muchas maneras de enterarse de la realidad espantosa que ha vivido nuestro país, sometido a la barbarie de criminales, insurrectos y contra insurrectos, a la codicia, a la corrupción oficial, a que se valore menos la vida que la propiedad y a la indiferencia.

Una de ellas es presenciar las exhibiciones en los museos del país que promueven la memoria histórica, otra es leer la novela Los ejércitos, de Evelio Rosero, o ir a ver la novedosa obra de teatro. el deber de Fenster, de Humberto Dorado y Matías Maldonado, que presenta el Teatro Nacional, en Bogotá. Esta obra merece el viaje a la capital y debe presentarse en todas la ciudades para que la gente tenga la oportunidad de enorgullecerse por el talento teatral colombiano y de avergonzarse de lo aquí le ocurre a la gente que no tiene como defenderse.

El deber de Fenster es dar a conocer, veinte años después de ocurridos, los repugnantes detalles de la masacre de Trujillo, Valle, para que la gente no se escude en la ignorancia para ser indiferente a la ocurrencia impune de crímenes como este. El deber nuestro es reaccionar a estas revelaciones y promover o apoyar acciones políticas encaminadas a impedir que continúen repitiéndose estos hechos, castigar ejemplarmente a los protagonistas y remediar el daño a las víctimas.

Como estas atrocidades han ocurrido mayoritariamente en el campo, y la mayoría de las víctimas han sido familias humildes, dos de las leyes que le ha propuesto el Gobierno al Congreso, la de víctimas y la de tierras, así como el plan siembra son una respuesta adecuada para resarcir parcialmente a la población campesina por lo que ha tenido que soportar. Está plenamente justificada, por razones morales, como lo estaría también un programa más amplio de reforma agraria. Pero la justificación de estos programas no es solamente ética.

Estas reformas tendrían sentido económico aún si no tuvieran este valor moral y no fueran aplicadas para reparar o resarcir parcialmente lo perdido. Su principal argumentación es económica. Utilizar tierra de ganadería extensiva para que familias campesinas produzcan comida y bienes exportables es poner a producir un factor escaso, la tierra y emplear otro que está subutilizado.

El campesino mediano y aún el pequeño, empoderados y en condiciones adecuadas de mercado, crédito y asistencia técnica, son capaces de producir más eficientemente que la gran plantación. Esto no ocurre en el caso de la caña de azúcar o de la mayoría de los cereales, pero sí aplica en el caso de muchos productos tropicales, como son la palma africana, el cacao o el caucho, por ejemplo o los cultivos de árboles frutales.

Estas afirmaciones contradicen los usuales argumentos de que lo que se necesita son grandes plantaciones para aprovechar las economías de escala. Esto es válido en ciertos casos, como ya se señaló. En otros son eficientes las dos formas de producción. Lo que es claro es que no se puede generalizar y que la agricultura comercial no es la única forma de hacer rodar la locomotora agropecuaria.
Antes de la contra reforma agraria se estaba gestando una clase media agropecuaria exitosa. La restitución de tierras, los cambios que se proponen del uso de esta, y programas de promoción de la producción campesina son todos indispensables para que se restablezca esa clase media rural y que se impongan formas de producción eficiente a cargo de familias campesinas. Ese es un camino que debemos recorrer, por razones de justicia y de eficiencia.
Rudolf Hommes