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Columnista - 1 abril, 2019

Balas contra la pobreza

Esta vez fueron tres jóvenes de catorce a veinte años. Dicen que por estar consumiendo drogas prohibidas. Dicen que no le hacían daño a nadie, que trabajaban como latonero, limpiador de parabrisas en los semáforos y el más jovencito estudiaba. ¡Y los mataron con una copiosa cantidad de balas! Se habla de limpieza social. Algo […]

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Esta vez fueron tres jóvenes de catorce a veinte años. Dicen que por estar consumiendo drogas prohibidas. Dicen que no le hacían daño a nadie, que trabajaban como latonero, limpiador de parabrisas en los semáforos y el más jovencito estudiaba. ¡Y los mataron con una copiosa cantidad de balas!
Se habla de limpieza social. Algo que si bien ocurre en cualquier país del mundo, estremece, causa desazón si se tiene en cuenta que el que “limpia” hace más daño a la sociedad que tres jóvenes desorientados que la misma sociedad los empuja, por abandono, por falta de un hogar digno y hasta por hambre, a buscar alternativas que los ayuden a sobrellevar la dureza de la vida que les tocó en suerte.
Este es sólo un ejemplo de lo que se ha vuelto una constante en el país, en los tres meses transcurridos de este año se han registrado treinta y un homicidios en parecidas circunstancias y en distintas regiones del país; y se escucha, sin alarma, como si fuera lo más normal, hablar de la limpieza social, término terrible que el mismo hombre se concedió para justificar el fastidio por seres desafortunados, o por personas que resultan molestas por sus razas, creencias o condiciones sexuales.
La pregunta es: ¿Quién le dio el poder a los limpiadores sociales para destruir vidas, aunque las tilden de inservibles? La mayoría de las veces suele ocurrir con los jóvenes, y ellos tenían hogares, maltrechos, pero al fin y al cabo hogares con una familia que los quería, aunque carente de la preparación y la capacidad necesaria para disponerlos para una vida digna. En medio del hambre y las carencias terribles, la dignidad se tambalea y hasta desaparece, deja de ser.
En nuestro país esa depuración, que siempre tiene en la mira a drogadictos, prostitutas, y delincuentes de medio pelo, está en manos, según las autoridades, de organizaciones perversas que no se han podido identificar, sólo que pueden ser reducto de grupos poderosos que se creían completamente extinguidos o el renacer de nuevos escuadrones que se sienten presas de la fascinación que causaba y aún causa en los poderosos el barrer con los ‘indeseables’. Más de lo mismo, pero en esta, nuestro país es imperiosa la acción para frenar la mal llamada limpieza social, es mejor exigir al gobierno, a los organismos creados para la reivindicación de la juventud y de las familias, que se pongan en prácticas acciones en pro de los menos favorecidos, de los niños habitantes de los semáforos, del agobiado jovencito que se esconde a consumir cualquier remedo de ‘droga’ en caserones de barrios alejados para precisamente alejarse de la realidad terrible de su vida, del que hurta cualquier electrodoméstico, del que se encuentra solo, ¡por Dios!, solo en medio de un pueblo indiferente que pasó de ser una sociedad solidaria, como pasa en todas los lugares, a olvidarse y desechar a los desposeídos.
Matar no es la solución, es el empeoramiento del terrible problema, las balas no han podido acabar con la pobreza, con la prostitución, con los jóvenes desorientados, con los desposeídos, por el contrario aumentan el problema de violencia, de desaprensión de las sociedades. Vamos por políticas de educación a los nuestros, para que la sociedad se robustezca con gente de bien, parece un imposible, pero no, algo se logra. Lo terrible es encontrar manos dispuestas a jalar del gatillo para destruir vidas desorientadas producto de nuestra propia indiferencia.

Columnista
1 abril, 2019

Balas contra la pobreza

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

Esta vez fueron tres jóvenes de catorce a veinte años. Dicen que por estar consumiendo drogas prohibidas. Dicen que no le hacían daño a nadie, que trabajaban como latonero, limpiador de parabrisas en los semáforos y el más jovencito estudiaba. ¡Y los mataron con una copiosa cantidad de balas! Se habla de limpieza social. Algo […]


Esta vez fueron tres jóvenes de catorce a veinte años. Dicen que por estar consumiendo drogas prohibidas. Dicen que no le hacían daño a nadie, que trabajaban como latonero, limpiador de parabrisas en los semáforos y el más jovencito estudiaba. ¡Y los mataron con una copiosa cantidad de balas!
Se habla de limpieza social. Algo que si bien ocurre en cualquier país del mundo, estremece, causa desazón si se tiene en cuenta que el que “limpia” hace más daño a la sociedad que tres jóvenes desorientados que la misma sociedad los empuja, por abandono, por falta de un hogar digno y hasta por hambre, a buscar alternativas que los ayuden a sobrellevar la dureza de la vida que les tocó en suerte.
Este es sólo un ejemplo de lo que se ha vuelto una constante en el país, en los tres meses transcurridos de este año se han registrado treinta y un homicidios en parecidas circunstancias y en distintas regiones del país; y se escucha, sin alarma, como si fuera lo más normal, hablar de la limpieza social, término terrible que el mismo hombre se concedió para justificar el fastidio por seres desafortunados, o por personas que resultan molestas por sus razas, creencias o condiciones sexuales.
La pregunta es: ¿Quién le dio el poder a los limpiadores sociales para destruir vidas, aunque las tilden de inservibles? La mayoría de las veces suele ocurrir con los jóvenes, y ellos tenían hogares, maltrechos, pero al fin y al cabo hogares con una familia que los quería, aunque carente de la preparación y la capacidad necesaria para disponerlos para una vida digna. En medio del hambre y las carencias terribles, la dignidad se tambalea y hasta desaparece, deja de ser.
En nuestro país esa depuración, que siempre tiene en la mira a drogadictos, prostitutas, y delincuentes de medio pelo, está en manos, según las autoridades, de organizaciones perversas que no se han podido identificar, sólo que pueden ser reducto de grupos poderosos que se creían completamente extinguidos o el renacer de nuevos escuadrones que se sienten presas de la fascinación que causaba y aún causa en los poderosos el barrer con los ‘indeseables’. Más de lo mismo, pero en esta, nuestro país es imperiosa la acción para frenar la mal llamada limpieza social, es mejor exigir al gobierno, a los organismos creados para la reivindicación de la juventud y de las familias, que se pongan en prácticas acciones en pro de los menos favorecidos, de los niños habitantes de los semáforos, del agobiado jovencito que se esconde a consumir cualquier remedo de ‘droga’ en caserones de barrios alejados para precisamente alejarse de la realidad terrible de su vida, del que hurta cualquier electrodoméstico, del que se encuentra solo, ¡por Dios!, solo en medio de un pueblo indiferente que pasó de ser una sociedad solidaria, como pasa en todas los lugares, a olvidarse y desechar a los desposeídos.
Matar no es la solución, es el empeoramiento del terrible problema, las balas no han podido acabar con la pobreza, con la prostitución, con los jóvenes desorientados, con los desposeídos, por el contrario aumentan el problema de violencia, de desaprensión de las sociedades. Vamos por políticas de educación a los nuestros, para que la sociedad se robustezca con gente de bien, parece un imposible, pero no, algo se logra. Lo terrible es encontrar manos dispuestas a jalar del gatillo para destruir vidas desorientadas producto de nuestra propia indiferencia.