Este mes se conmemora el primer aniversario del sensible fallecimiento del mural “Valledupar, tierra de dioses” que pintara el maestro Germán Piedrahita, por allá en 1990, en la fachada del edificio del Concejo Municipal de Valledupar que está ubicado en la plaza Alfonso López. Sin explicación, de manera sorpresiva y soterrada, en medio del hermetismo […]
Este mes se conmemora el primer aniversario del sensible fallecimiento del mural “Valledupar, tierra de dioses” que pintara el maestro Germán Piedrahita, por allá en 1990, en la fachada del edificio del Concejo Municipal de Valledupar que está ubicado en la plaza Alfonso López. Sin explicación, de manera sorpresiva y soterrada, en medio del hermetismo total, de la noche a la mañana y sin que nadie se diera cuenta fue sustituido por pintura blanca. En fin, el daño está hecho y ni siquiera con una resolución del Ministerio de Cultura ha sido posible su resurrección, tal vez porque quienes cometieron la desfachatez de destruirlo son los mismos que tienen la obligación de resarcir el daño y no tienen los mínimos conocimientos de Historia del arte.
Cada vez que recuerdo este in-suceso me duele el alma porque, poco a poco, vamos perdiendo nuestro patrimonio cultural y vamos quedando a la deriva. Para muchos, el mural no significaba nada y hasta justificaron el hecho diciendo que era hora de darle una nueva cara a la plaza, ignorando la importancia del mural para la cultura vallenata, que es mucho más que la música de acordeón.
Ignoran que cuando el hombre desarrolló la capacidad de expresar sus vivencias, sus sentimientos y emociones, además de la dimensión religiosa-mágica-ritual, utilizó las rocas y las paredes de las cavernas para manifestar la destreza de su pensamiento. A estos murales prehistóricos los conocemos hoy como Arte Rupestre.
Miles de años después, en el México de principios del siglo XX, un grupo de artistas conformaron un movimiento pictórico con la firme intención de romper con el academicismo europeo y lograr una identidad propia, para lo cual utilizaron temas autóctonos y un fuerte componente socio-político. Así nació el Muralismo, toda una revolución que ejerció una notable influencia en Latinoamerica hasta 1960 y cuyos principales exponentes fueron Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y el gran olvidado Carlos Mérida.
Como vemos, el Muralismo está íntimamente relacionado con la búsqueda de identidad. Es un movimiento original y único porque sus obras no son coleccionables y son exclusivas para el gran público ya que el muro, elemento permanente y no efímero, está en contacto con las personas del común.
La genialidad del maestro Piedrahita se expresó con fuerza descomunal en el mural “Valledupar, tierra de dioses” porque supo utilizar el espíritu del Muralismo para realizar una síntesis de la cultura vallenata al plasmar sus principales elementos: la tradición musical: la colita, el pilón y la música de acordeón; los relatos fantásticos de la tradición oral; las fiestas religiosas; las etnias que habitan esta zona geográfica y el paisaje mismo. Esto permitía recordar, comprender o explicar quiénes somos los vallenatos.
“Valledupar, tierra de dioses” era una síntesis de los movimientos pictóricos que influyeron en el Arte Latinoamericano del siglo XX al integrar el Cubismo (1907), el Muralismo (1910) y elementos de Abstracción Geométrica (1920), armonizando lo figurativo con lo abstracto y combinando figuras geométricas simples sobre posiciones irregulares a partir de una gama de colores vivos que manifestaban que Valledupar es Caribe aunque no tenga mar.
Los días van pasando y con ellos se diluye la esperanza de que el mural resucite. Entonces, ¿por qué no conmemorar, cada año y por esta época, el muralicidio? Podrían organizarse actividades culturales que integren a la ciudad. Así convertiríamos el mal en bien: se fortalecería el arte, se honraría la memoria del maestro Germán Piedrahita y, de paso, le recordaríamos a las futuras generaciones que alguna vez existió un mural pero la ignorancia y la soberbia lo borraron.
Este mes se conmemora el primer aniversario del sensible fallecimiento del mural “Valledupar, tierra de dioses” que pintara el maestro Germán Piedrahita, por allá en 1990, en la fachada del edificio del Concejo Municipal de Valledupar que está ubicado en la plaza Alfonso López. Sin explicación, de manera sorpresiva y soterrada, en medio del hermetismo […]
Este mes se conmemora el primer aniversario del sensible fallecimiento del mural “Valledupar, tierra de dioses” que pintara el maestro Germán Piedrahita, por allá en 1990, en la fachada del edificio del Concejo Municipal de Valledupar que está ubicado en la plaza Alfonso López. Sin explicación, de manera sorpresiva y soterrada, en medio del hermetismo total, de la noche a la mañana y sin que nadie se diera cuenta fue sustituido por pintura blanca. En fin, el daño está hecho y ni siquiera con una resolución del Ministerio de Cultura ha sido posible su resurrección, tal vez porque quienes cometieron la desfachatez de destruirlo son los mismos que tienen la obligación de resarcir el daño y no tienen los mínimos conocimientos de Historia del arte.
Cada vez que recuerdo este in-suceso me duele el alma porque, poco a poco, vamos perdiendo nuestro patrimonio cultural y vamos quedando a la deriva. Para muchos, el mural no significaba nada y hasta justificaron el hecho diciendo que era hora de darle una nueva cara a la plaza, ignorando la importancia del mural para la cultura vallenata, que es mucho más que la música de acordeón.
Ignoran que cuando el hombre desarrolló la capacidad de expresar sus vivencias, sus sentimientos y emociones, además de la dimensión religiosa-mágica-ritual, utilizó las rocas y las paredes de las cavernas para manifestar la destreza de su pensamiento. A estos murales prehistóricos los conocemos hoy como Arte Rupestre.
Miles de años después, en el México de principios del siglo XX, un grupo de artistas conformaron un movimiento pictórico con la firme intención de romper con el academicismo europeo y lograr una identidad propia, para lo cual utilizaron temas autóctonos y un fuerte componente socio-político. Así nació el Muralismo, toda una revolución que ejerció una notable influencia en Latinoamerica hasta 1960 y cuyos principales exponentes fueron Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y el gran olvidado Carlos Mérida.
Como vemos, el Muralismo está íntimamente relacionado con la búsqueda de identidad. Es un movimiento original y único porque sus obras no son coleccionables y son exclusivas para el gran público ya que el muro, elemento permanente y no efímero, está en contacto con las personas del común.
La genialidad del maestro Piedrahita se expresó con fuerza descomunal en el mural “Valledupar, tierra de dioses” porque supo utilizar el espíritu del Muralismo para realizar una síntesis de la cultura vallenata al plasmar sus principales elementos: la tradición musical: la colita, el pilón y la música de acordeón; los relatos fantásticos de la tradición oral; las fiestas religiosas; las etnias que habitan esta zona geográfica y el paisaje mismo. Esto permitía recordar, comprender o explicar quiénes somos los vallenatos.
“Valledupar, tierra de dioses” era una síntesis de los movimientos pictóricos que influyeron en el Arte Latinoamericano del siglo XX al integrar el Cubismo (1907), el Muralismo (1910) y elementos de Abstracción Geométrica (1920), armonizando lo figurativo con lo abstracto y combinando figuras geométricas simples sobre posiciones irregulares a partir de una gama de colores vivos que manifestaban que Valledupar es Caribe aunque no tenga mar.
Los días van pasando y con ellos se diluye la esperanza de que el mural resucite. Entonces, ¿por qué no conmemorar, cada año y por esta época, el muralicidio? Podrían organizarse actividades culturales que integren a la ciudad. Así convertiríamos el mal en bien: se fortalecería el arte, se honraría la memoria del maestro Germán Piedrahita y, de paso, le recordaríamos a las futuras generaciones que alguna vez existió un mural pero la ignorancia y la soberbia lo borraron.