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Columnista - 18 marzo, 2019

La nostalgia del río de Mariangola

El encanto del paisaje de Mariangola eran las sabanas, lo arboles y el río que tiene el nombre del pueblo. Su nacimiento es en el cerro ‘Pecho de Palomo’, en las estribaciones de La Nevada en Pueblo Bello y forma el arroyo ‘La Señora’ que bordea el cerro del mismo nombre, y luego recibe otros […]

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El encanto del paisaje de Mariangola eran las sabanas, lo arboles y el río que tiene el nombre del pueblo. Su nacimiento es en el cerro ‘Pecho de Palomo’, en las estribaciones de La Nevada en Pueblo Bello y forma el arroyo ‘La Señora’ que bordea el cerro del mismo nombre, y luego recibe otros arroyos, y en la de región de ‘Las Gallinetas’ toman el nombre de Mariangola; después de 25 kilómetros de recorrido cruza por el sur del corregimiento para desembocar en el río El Diluvio.
En Mariangola las mujeres con sus tinajas desfilaban por la mañana para recoger el agua de beber. Cuando el verano se prolongaba y disminuía la transparencia de la corriente, en un recodo del pozo ‘De los Castro’ brotaba un manantial donde se recogía el agua para el consumo, o también lo hacían de las casimbas. Las orillas del río eran adornadas de la exuberante sombra vegetal y la diversidad de pájaros cantores. Llegar a su cauce era un referente poético de contemplación. El compositor Luciano Gullo le cantó: “Bonito es llegar al puente ‘e Mariangola/ y ver cómo corre el agua de ese río/ la arboleda que lo adorna con su sombra/ lo bendice con goticas de rocío”.
Hoy el paisaje es desolador. Sólo se ve en el cauce una solitaria estera de piedra, rodeada de algunos arbustos tristes. La naturaleza nos está cobrando los errores. El afán depredador nos hizo olvidar la alianza vital entre los árboles y los ríos. La belleza vegetal fue cegada por el ruido de la motosierra; el cauce fue azotado por los volteos y los tractores que saqueaban arena y piedra; la dinamita y el barbasco de inescrupulosos pescadores extinguieron los peces.
Ahora la situación es crítica. Si ayer dijimos que el río estaba escuálido y melancólico, que caminaba como un animal cansado. Hoy decimos, con la tristeza apretada en el corazón, que está casi muerto. Unamos nuestros esfuerzos para salvarlo. Es urgente hacer que el río retorne. La tecnología permite canalizar sobre el inmenso pedregal, a fin de que las aguas vuelvan por su cauce. Es urgente implementar programas de reforestación, educación ambiental y vigilancia permanente para la recuperación del río, para esto es necesario el apoyo de Corpocesar, la Alcaldía de Valledupar, la Gobernación del Cesar y las fuerzas vivas de la comunidad.
Mariangola está padeciendo de sed. Del acueducto, a veces no llega ni una gota. La comunidad clama para solucionar esta situación y se pueda proveerse del agua para las necesidades básicas del hogar.

Columnista
18 marzo, 2019

La nostalgia del río de Mariangola

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Atuesta Mindiola

El encanto del paisaje de Mariangola eran las sabanas, lo arboles y el río que tiene el nombre del pueblo. Su nacimiento es en el cerro ‘Pecho de Palomo’, en las estribaciones de La Nevada en Pueblo Bello y forma el arroyo ‘La Señora’ que bordea el cerro del mismo nombre, y luego recibe otros […]


El encanto del paisaje de Mariangola eran las sabanas, lo arboles y el río que tiene el nombre del pueblo. Su nacimiento es en el cerro ‘Pecho de Palomo’, en las estribaciones de La Nevada en Pueblo Bello y forma el arroyo ‘La Señora’ que bordea el cerro del mismo nombre, y luego recibe otros arroyos, y en la de región de ‘Las Gallinetas’ toman el nombre de Mariangola; después de 25 kilómetros de recorrido cruza por el sur del corregimiento para desembocar en el río El Diluvio.
En Mariangola las mujeres con sus tinajas desfilaban por la mañana para recoger el agua de beber. Cuando el verano se prolongaba y disminuía la transparencia de la corriente, en un recodo del pozo ‘De los Castro’ brotaba un manantial donde se recogía el agua para el consumo, o también lo hacían de las casimbas. Las orillas del río eran adornadas de la exuberante sombra vegetal y la diversidad de pájaros cantores. Llegar a su cauce era un referente poético de contemplación. El compositor Luciano Gullo le cantó: “Bonito es llegar al puente ‘e Mariangola/ y ver cómo corre el agua de ese río/ la arboleda que lo adorna con su sombra/ lo bendice con goticas de rocío”.
Hoy el paisaje es desolador. Sólo se ve en el cauce una solitaria estera de piedra, rodeada de algunos arbustos tristes. La naturaleza nos está cobrando los errores. El afán depredador nos hizo olvidar la alianza vital entre los árboles y los ríos. La belleza vegetal fue cegada por el ruido de la motosierra; el cauce fue azotado por los volteos y los tractores que saqueaban arena y piedra; la dinamita y el barbasco de inescrupulosos pescadores extinguieron los peces.
Ahora la situación es crítica. Si ayer dijimos que el río estaba escuálido y melancólico, que caminaba como un animal cansado. Hoy decimos, con la tristeza apretada en el corazón, que está casi muerto. Unamos nuestros esfuerzos para salvarlo. Es urgente hacer que el río retorne. La tecnología permite canalizar sobre el inmenso pedregal, a fin de que las aguas vuelvan por su cauce. Es urgente implementar programas de reforestación, educación ambiental y vigilancia permanente para la recuperación del río, para esto es necesario el apoyo de Corpocesar, la Alcaldía de Valledupar, la Gobernación del Cesar y las fuerzas vivas de la comunidad.
Mariangola está padeciendo de sed. Del acueducto, a veces no llega ni una gota. La comunidad clama para solucionar esta situación y se pueda proveerse del agua para las necesidades básicas del hogar.