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Columnista - 1 marzo, 2019

Fariseos y publicanos

“A unos que confiaban en sí mismos como justos y menospreciaban a los otros, dijo esta parábola”. San Lucas 18,9 Los publicanos o cobradores de impuestos eran despreciados tanto política como moralmente. Recaudaban impuestos para los romanos, pero extorsionaban por encima de lo que tenían derecho a cobrar. Los fariseos también eran populares por sus […]

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“A unos que confiaban en sí mismos como justos y menospreciaban a los otros, dijo esta parábola”. San Lucas 18,9

Los publicanos o cobradores de impuestos eran despreciados tanto política como moralmente. Recaudaban impuestos para los romanos, pero extorsionaban por encima de lo que tenían derecho a cobrar.

Los fariseos también eran populares por sus estrictas posiciones éticas y religiosas. En esta parábola, tienen cosas en común: Ambos eran hombres, subieron al Templo a orar, estaban de pie y ambos oraron comenzando su oración de la misma manera. Pero también se advierten varias diferencias.

El concepto que cada uno tenía de sí mismo era diferente. El fariseo usa varias veces el pronombre yo, sacando a relucir su ego; mientras el publicano, se considera necesitado de la gracia divina. El uno presentó sus méritos notables; el otro, solamente se consideró un pecador. Aun cuando ambos oraban de pie, la actitud era distinta. El fariseo se mostraba erguido, orgulloso, altanero; mientras el publicano estaba lejos, no se consideraba digno de entrar en la majestuosidad de la casa de Dios.

Como resultado de sus diferentes posiciones delante de Dios, el publicano descendió a su casa justificado y en comunión, mientras que el fariseo no. Amado amigo: El punto de quiebre fue el objeto de su confianza. Cada uno hizo una apreciación de sí mismo. El fariseo era lo que dijo ser: religioso y justo conforme con la Ley. En cuanto a la justicia dijo la verdad, tanto su fe como su conducta exterior se ajustaban a la honestidad y moralidad. El publicano, en cambio, era despreciable, se consideraba pecador e insignificante. ¿Cómo pudo Jesús, condenar al justo y justificar al injusto? Los dos eran pecadores, pero solo uno lo reconoció y pidió a Dios que tuviese misericordia. Fue la actitud de autojustificación lo que Jesús rechazó.

La diferencia fundamental tiene que ver con el objeto de su adoración y su confianza. El fariseo confiaba en sí mismo como justo y menospreciaba a los otros. El publicano estaba tan consciente de su propia culpabilidad que se olvidó de los otros y dependía totalmente de la misericordia de Dios. La enseñanza central está alrededor de la base correcta sobre la cual se debe estructurar la relación con Dios.

El fariseo tenía un concepto tan exagerado de sí mismo que se consideraba por encima de la justicia de Dios. El publicano, en cambio, estaba avergonzado de su pasado y seguramente deseaba mejorar, pero no le rogó a Dios que lo aceptara por sus actos externos de piedad, sino que reconoció que había pecado y ofendido a Dios y solo la misericordia de Dios podía justificarlo. El fariseo confiaba que sería aceptado por Dios con base en sus méritos, mientras que el publicano reconoció su falta de méritos y solo pidió misericordia.

“El que se engrandece a si mismo será humillado, pero el que se humilla será engrandecido”.

¡Humillémonos pues, ante la poderosa mano de Dios y el nos exaltará cuando fuere tiempo! Un abrazo y bendiciones del Señor.

Columnista
1 marzo, 2019

Fariseos y publicanos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Valerio Mejía Araújo

“A unos que confiaban en sí mismos como justos y menospreciaban a los otros, dijo esta parábola”. San Lucas 18,9 Los publicanos o cobradores de impuestos eran despreciados tanto política como moralmente. Recaudaban impuestos para los romanos, pero extorsionaban por encima de lo que tenían derecho a cobrar. Los fariseos también eran populares por sus […]


“A unos que confiaban en sí mismos como justos y menospreciaban a los otros, dijo esta parábola”. San Lucas 18,9

Los publicanos o cobradores de impuestos eran despreciados tanto política como moralmente. Recaudaban impuestos para los romanos, pero extorsionaban por encima de lo que tenían derecho a cobrar.

Los fariseos también eran populares por sus estrictas posiciones éticas y religiosas. En esta parábola, tienen cosas en común: Ambos eran hombres, subieron al Templo a orar, estaban de pie y ambos oraron comenzando su oración de la misma manera. Pero también se advierten varias diferencias.

El concepto que cada uno tenía de sí mismo era diferente. El fariseo usa varias veces el pronombre yo, sacando a relucir su ego; mientras el publicano, se considera necesitado de la gracia divina. El uno presentó sus méritos notables; el otro, solamente se consideró un pecador. Aun cuando ambos oraban de pie, la actitud era distinta. El fariseo se mostraba erguido, orgulloso, altanero; mientras el publicano estaba lejos, no se consideraba digno de entrar en la majestuosidad de la casa de Dios.

Como resultado de sus diferentes posiciones delante de Dios, el publicano descendió a su casa justificado y en comunión, mientras que el fariseo no. Amado amigo: El punto de quiebre fue el objeto de su confianza. Cada uno hizo una apreciación de sí mismo. El fariseo era lo que dijo ser: religioso y justo conforme con la Ley. En cuanto a la justicia dijo la verdad, tanto su fe como su conducta exterior se ajustaban a la honestidad y moralidad. El publicano, en cambio, era despreciable, se consideraba pecador e insignificante. ¿Cómo pudo Jesús, condenar al justo y justificar al injusto? Los dos eran pecadores, pero solo uno lo reconoció y pidió a Dios que tuviese misericordia. Fue la actitud de autojustificación lo que Jesús rechazó.

La diferencia fundamental tiene que ver con el objeto de su adoración y su confianza. El fariseo confiaba en sí mismo como justo y menospreciaba a los otros. El publicano estaba tan consciente de su propia culpabilidad que se olvidó de los otros y dependía totalmente de la misericordia de Dios. La enseñanza central está alrededor de la base correcta sobre la cual se debe estructurar la relación con Dios.

El fariseo tenía un concepto tan exagerado de sí mismo que se consideraba por encima de la justicia de Dios. El publicano, en cambio, estaba avergonzado de su pasado y seguramente deseaba mejorar, pero no le rogó a Dios que lo aceptara por sus actos externos de piedad, sino que reconoció que había pecado y ofendido a Dios y solo la misericordia de Dios podía justificarlo. El fariseo confiaba que sería aceptado por Dios con base en sus méritos, mientras que el publicano reconoció su falta de méritos y solo pidió misericordia.

“El que se engrandece a si mismo será humillado, pero el que se humilla será engrandecido”.

¡Humillémonos pues, ante la poderosa mano de Dios y el nos exaltará cuando fuere tiempo! Un abrazo y bendiciones del Señor.