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Columnista - 25 febrero, 2019

Maruamake, un pedacito de cielo en la Sierra Nevada

Para llegar a este poblado indígena se sale de Valledupar por el norte, accediendo por la vía a Patillal, Atánquez, en medio de montañas verdes, las mismas que en los meses de enero y febrero se tiñen de amarillo por las flores de cañaguates, puys, caranganitos, guamachos y guayacanes, entrelazadas con nubes blancas que pareciera […]

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Para llegar a este poblado indígena se sale de Valledupar por el norte, accediendo por la vía a Patillal, Atánquez, en medio de montañas verdes, las mismas que en los meses de enero y febrero se tiñen de amarillo por las flores de cañaguates, puys, caranganitos, guamachos y guayacanes, entrelazadas con nubes blancas que pareciera se pueden tocar y contagian el ambiente primaveral de la imponente Sierra Nevada.
Al llegar a Guatapurí, un corregimiento ubicado a 1.300 mts sobre el nivel del mar, se ve un caserío acogedor, habitado por gente sencilla y amble, en su mayoría indígenas locales, ubicado en la zona de influencia de los picos Cristóbal Colón y Simón Bolívar, desde ahí inicia una caminata alucinante, bordeando el río Guatapurí que baja con sus frías aguas y muestra múltiples pasos que hacen el deleite de los visitantes; Pozo Azul, El Pozo de las Mercedes, La Cascada del Alma, en medio de un sendero de árboles de caracolíes, higuerones y robles, habitados por toda clase de aves, tucanes, canarios, azulejos, carpinteros etc. Es una ruta maravillosa, propicia para hacer senderismo, a cada momento te tropiezas con indígenas Wiwas, Koguis y Aruhacos arreando bueyes, limpiando el monte y haciendo labores propias del campo además de cuidar sus malocas. Es necesario hacer estaciones para disfrutar las bondades del río, que en cada pozo deja ver un paisaje diferente, cascadas, saltos y grandes cañones, convierten esta fuente de agua en única y alucinante. Se llega a San José, un caserío de unas 10 malocas que registra/ consigna la preservación de las costumbres indígenas y la hospitalidad del nativo.
Después de caminar más o menos 3 horas aparece, gigante y enclavado en una ladera, a 1.500 mts de altura, Maruamake, llamativo pueblo ubicado a orillas del río Guatapurí, al que se accede a través de un puente de madera elaborado por los indígenas, una verdadera obra de arte, y se sube hasta la punta de un cerro donde dos niños guardianes dan la bienvenida, mostrando su pureza y su cultura, seres inocentes, acostumbrados a habitar sin la molestia del hombre blanco con sus cámaras fotográficas y comentarios impertinentes. Se trata de un caserío espiritual, conservado por tradiciones milenarias que forman una atmosfera envolvente y mítica, con rincones maravillosos y lugares ceremoniales, donde los indígenas se mantienen en sus bohíos vigilantes y aislados en su cosmovisión, es un lugar que hay que observar con el detalle de un escritor que quiere conservar en su memoria todo el espacio para luego plasmarlo en un papel.
Entre muchos propósitos de este viaje era entregar los cuentos infantiles, los Totumos Mágicos de mi autoría, que recibieron emocionados los niños de la etnia. A los pocos minutos me di cuenta que se trata de un territorio sagrado y era mejor regresar, pero con un mensaje, La Sierra Nevada es nuestra mayor fortaleza, es la vida de gran parte de la Región Caribe y su conservación nos atañe a todos. Al regresar al corregimiento de Guatapurí me sorprendió una lluvia bendita y me refugié en una panadería donde me comí las mejores galletas de cresto del mundo, lo que hizo que la travesía cerrara con broche de oro.
Maruamake es un pedacito de cielo que se debe conservar así, original y puro como un patrimonio de la humanidad, no creo que sea conveniente abrir rutas turísticas porque perdería el encanto.

Columnista
25 febrero, 2019

Maruamake, un pedacito de cielo en la Sierra Nevada

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jacobo Solano Cerchiaro

Para llegar a este poblado indígena se sale de Valledupar por el norte, accediendo por la vía a Patillal, Atánquez, en medio de montañas verdes, las mismas que en los meses de enero y febrero se tiñen de amarillo por las flores de cañaguates, puys, caranganitos, guamachos y guayacanes, entrelazadas con nubes blancas que pareciera […]


Para llegar a este poblado indígena se sale de Valledupar por el norte, accediendo por la vía a Patillal, Atánquez, en medio de montañas verdes, las mismas que en los meses de enero y febrero se tiñen de amarillo por las flores de cañaguates, puys, caranganitos, guamachos y guayacanes, entrelazadas con nubes blancas que pareciera se pueden tocar y contagian el ambiente primaveral de la imponente Sierra Nevada.
Al llegar a Guatapurí, un corregimiento ubicado a 1.300 mts sobre el nivel del mar, se ve un caserío acogedor, habitado por gente sencilla y amble, en su mayoría indígenas locales, ubicado en la zona de influencia de los picos Cristóbal Colón y Simón Bolívar, desde ahí inicia una caminata alucinante, bordeando el río Guatapurí que baja con sus frías aguas y muestra múltiples pasos que hacen el deleite de los visitantes; Pozo Azul, El Pozo de las Mercedes, La Cascada del Alma, en medio de un sendero de árboles de caracolíes, higuerones y robles, habitados por toda clase de aves, tucanes, canarios, azulejos, carpinteros etc. Es una ruta maravillosa, propicia para hacer senderismo, a cada momento te tropiezas con indígenas Wiwas, Koguis y Aruhacos arreando bueyes, limpiando el monte y haciendo labores propias del campo además de cuidar sus malocas. Es necesario hacer estaciones para disfrutar las bondades del río, que en cada pozo deja ver un paisaje diferente, cascadas, saltos y grandes cañones, convierten esta fuente de agua en única y alucinante. Se llega a San José, un caserío de unas 10 malocas que registra/ consigna la preservación de las costumbres indígenas y la hospitalidad del nativo.
Después de caminar más o menos 3 horas aparece, gigante y enclavado en una ladera, a 1.500 mts de altura, Maruamake, llamativo pueblo ubicado a orillas del río Guatapurí, al que se accede a través de un puente de madera elaborado por los indígenas, una verdadera obra de arte, y se sube hasta la punta de un cerro donde dos niños guardianes dan la bienvenida, mostrando su pureza y su cultura, seres inocentes, acostumbrados a habitar sin la molestia del hombre blanco con sus cámaras fotográficas y comentarios impertinentes. Se trata de un caserío espiritual, conservado por tradiciones milenarias que forman una atmosfera envolvente y mítica, con rincones maravillosos y lugares ceremoniales, donde los indígenas se mantienen en sus bohíos vigilantes y aislados en su cosmovisión, es un lugar que hay que observar con el detalle de un escritor que quiere conservar en su memoria todo el espacio para luego plasmarlo en un papel.
Entre muchos propósitos de este viaje era entregar los cuentos infantiles, los Totumos Mágicos de mi autoría, que recibieron emocionados los niños de la etnia. A los pocos minutos me di cuenta que se trata de un territorio sagrado y era mejor regresar, pero con un mensaje, La Sierra Nevada es nuestra mayor fortaleza, es la vida de gran parte de la Región Caribe y su conservación nos atañe a todos. Al regresar al corregimiento de Guatapurí me sorprendió una lluvia bendita y me refugié en una panadería donde me comí las mejores galletas de cresto del mundo, lo que hizo que la travesía cerrara con broche de oro.
Maruamake es un pedacito de cielo que se debe conservar así, original y puro como un patrimonio de la humanidad, no creo que sea conveniente abrir rutas turísticas porque perdería el encanto.