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Columnista - 22 febrero, 2019

Pedro arrepentido

“Y Pedro, se acordó de la palabra del Señor… y saliendo, lloró amargamente”. San Lucas 22,61-62 La historia de Pedro y su arrepentimiento, nos llena de consuelo. Cuando consideramos su carácter, tan lleno de errores y equivocaciones y lo que Cristo hizo por él, podemos confiar que hay esperanza para nosotros. Pero, antes que Cristo […]

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“Y Pedro, se acordó de la palabra del Señor… y saliendo, lloró amargamente”. San Lucas 22,61-62
La historia de Pedro y su arrepentimiento, nos llena de consuelo. Cuando consideramos su carácter, tan lleno de errores y equivocaciones y lo que Cristo hizo por él, podemos confiar que hay esperanza para nosotros.

Pero, antes que Cristo pudiera usar a Pedro, él tuvo que salir y llorar amargamente en arrepentimiento y humillación. Años antes, Pedro había sido llamado a seguir a Jesús, su entrega y obediencia había superado la prueba y durante los años de ministerio, también había demostrado una fe sincera. Muchas veces, se dejó llevar por su temperamento emotivo y voluble, pero, finalmente era un discípulo esplendido y ferviente.
Pedro, en las horas más aciagas, negó a su Señor. Es difícil comprender la profunda depresión en que se hundió, pero esa fue la crisis decisiva que produjo el cambio de actitud y ante aquella otra pregunta después de la resurrección: ¿Me amas? Tres veces tuvo que afirmar: ¡Tú sabes que te amo!

La semilla de cambio comenzó en Pedro cuando Jesús lo miró, llegó a su perfección cuando en Pentecostés fue lleno del Espíritu Santo. No solamente en el cambio de temor a atrevimiento y arrojo; sino también el cambio interior con la certeza del perdón y la reconciliación con su Maestro y Señor.

Queridos amigos, consideremos el cambio de ánimo operado en Pedro: Aquel Pedro que se agradaba y confiaba en sí mismo, lleno de equivocaciones e imprudencias, plano, simple e impetuoso; ahora lleno del Espíritu Santo se había convertido en un hombre valiente, arriesgado, dispuesto a asumir retos, desafíos y sufrimientos por amor a su Señor.
El corolario de esta historia es: Podemos ser creyentes fervientes, piadosos y consagrados, pero por causa de los apetitos de nuestra carne, seguir cometiendo errores infantiles e inconsecuentes con nuestra fe. El poder de la carne nos hace egoístas e insensibles, impide la manifestación del poder de Dios en nosotros.

¿Cómo fue que Pedro, el hombre carnal y voluntarioso, se convirtió en el predicador de Pentecostés y autor sagrado? Fue porque Cristo se hizo cargo de él. Cristo veló por él, le hizo crecer a pesar de sus errores, le enseño y le bendijo. En medio de su sufrimiento, Cristo no se olvidó de Pedro, sino que se volvió y lo miró con comprensión y ternura infinita. Y Pedro, saliendo lloró amargamente.

El mismo Cristo que transformó a Pedro de pusilánime a valiente, que lo llevó de la negación a la predicación profética, está esperando para hacerse cargo de todos nuestros yerros y convertirnos en valientes defensores de su Palabra. Su demanda es que reconozcamos con humildad que hemos fallado y necesitamos de su perdón.
¡Humillémonos ante Dios con reverencia y mansedumbre y él nos exaltará cuando fuere tiempo! Un fuerte abrazo y bendiciones de lo alto.

Columnista
22 febrero, 2019

Pedro arrepentido

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Valerio Mejía Araújo

“Y Pedro, se acordó de la palabra del Señor… y saliendo, lloró amargamente”. San Lucas 22,61-62 La historia de Pedro y su arrepentimiento, nos llena de consuelo. Cuando consideramos su carácter, tan lleno de errores y equivocaciones y lo que Cristo hizo por él, podemos confiar que hay esperanza para nosotros. Pero, antes que Cristo […]


“Y Pedro, se acordó de la palabra del Señor… y saliendo, lloró amargamente”. San Lucas 22,61-62
La historia de Pedro y su arrepentimiento, nos llena de consuelo. Cuando consideramos su carácter, tan lleno de errores y equivocaciones y lo que Cristo hizo por él, podemos confiar que hay esperanza para nosotros.

Pero, antes que Cristo pudiera usar a Pedro, él tuvo que salir y llorar amargamente en arrepentimiento y humillación. Años antes, Pedro había sido llamado a seguir a Jesús, su entrega y obediencia había superado la prueba y durante los años de ministerio, también había demostrado una fe sincera. Muchas veces, se dejó llevar por su temperamento emotivo y voluble, pero, finalmente era un discípulo esplendido y ferviente.
Pedro, en las horas más aciagas, negó a su Señor. Es difícil comprender la profunda depresión en que se hundió, pero esa fue la crisis decisiva que produjo el cambio de actitud y ante aquella otra pregunta después de la resurrección: ¿Me amas? Tres veces tuvo que afirmar: ¡Tú sabes que te amo!

La semilla de cambio comenzó en Pedro cuando Jesús lo miró, llegó a su perfección cuando en Pentecostés fue lleno del Espíritu Santo. No solamente en el cambio de temor a atrevimiento y arrojo; sino también el cambio interior con la certeza del perdón y la reconciliación con su Maestro y Señor.

Queridos amigos, consideremos el cambio de ánimo operado en Pedro: Aquel Pedro que se agradaba y confiaba en sí mismo, lleno de equivocaciones e imprudencias, plano, simple e impetuoso; ahora lleno del Espíritu Santo se había convertido en un hombre valiente, arriesgado, dispuesto a asumir retos, desafíos y sufrimientos por amor a su Señor.
El corolario de esta historia es: Podemos ser creyentes fervientes, piadosos y consagrados, pero por causa de los apetitos de nuestra carne, seguir cometiendo errores infantiles e inconsecuentes con nuestra fe. El poder de la carne nos hace egoístas e insensibles, impide la manifestación del poder de Dios en nosotros.

¿Cómo fue que Pedro, el hombre carnal y voluntarioso, se convirtió en el predicador de Pentecostés y autor sagrado? Fue porque Cristo se hizo cargo de él. Cristo veló por él, le hizo crecer a pesar de sus errores, le enseño y le bendijo. En medio de su sufrimiento, Cristo no se olvidó de Pedro, sino que se volvió y lo miró con comprensión y ternura infinita. Y Pedro, saliendo lloró amargamente.

El mismo Cristo que transformó a Pedro de pusilánime a valiente, que lo llevó de la negación a la predicación profética, está esperando para hacerse cargo de todos nuestros yerros y convertirnos en valientes defensores de su Palabra. Su demanda es que reconozcamos con humildad que hemos fallado y necesitamos de su perdón.
¡Humillémonos ante Dios con reverencia y mansedumbre y él nos exaltará cuando fuere tiempo! Un fuerte abrazo y bendiciones de lo alto.