Nunca antes tuvimos tanto conocimiento científico, ni tanta gente dedicada a buscar la verdad de las cosas, de las sociedades y del ser humano. Y, sin embargo, a pesar de todo eso, la ignorancia parece abrirse camino en medio del saber. ¿Cómo es eso posible? Simplemente por el avance inesperado de algunos centros de producción […]
Nunca antes tuvimos tanto conocimiento científico, ni tanta gente dedicada a buscar la verdad de las cosas, de las sociedades y del ser humano. Y, sin embargo, a pesar de todo eso, la ignorancia parece abrirse camino en medio del saber. ¿Cómo es eso posible? Simplemente por el avance inesperado de algunos centros de producción de información falsa; algo así como unas fábricas de la ignorancia.
Digo esto después de leer cómo el presidente Donald Trump, para proteger el mercado mundial de leches y alimentos sustitutos para bebés (un mercado de US$70.000 millones anuales) intentó boicotear una resolución de la Organización Mundial de la Salud que promovía, con base en una larga y abrumadora evidencia científica, la lactancia materna. Algo parecido hace el mismo Trump cuando pone en duda el calentamiento global para defender la industria petrolera. En Colombia y el resto de América Latina no estamos lejos de esas cosas: hay evidencia científica incontrovertible sobre los daños que causa el consumo de comida chatarra y, en particular, de gaseosas. No obstante la industria de alimentos se resiste, haciendo lobby y con argumentos engañosos, a ser regulada por el Estado, como en su momento lo hicieron las compañías tabacaleras, cuando se intentó advertir a la población sobre los peligros del consumo de cigarrillos.
Pero hay otras dos fábricas de la mentira que han tomado mucha fuerza en las últimas décadas. La primera de ellas es un tipo de religiosidad arcaica y dogmática que subordina la ciencia (y el derecho) a los textos sagrados. A causa de ello, por ejemplo, muchos no creen en la Teoría de la Evolución de las Especies y, en consecuencia, sostienen que Adán y Eva vivieron con los dinosaurios. El 40 % de la población de los Estados Unidos piensa eso y si se trata de simpatizantes del Partido Republicano, ese porcentaje sube al 70 %. Contradicciones similares entre la ciencia y la fe aparecen en temas como el aborto, el matrimonio entre parejas del mismo sexo y hasta la eficiencia de los preservativos (el hecho de que todo esto tenga relación con el sexo no deja de ser sintomático).
La tercera gran fábrica de la ignorancia es, paradójicamente, el Internet, una fuente de información prodigiosa, nunca antes vista. Pero su éxito acarrea peligros. Doy solo un ejemplo: desde mediados del siglo XIX, las vacunas han sido vistas como un gran avance de la medicina; un avance que ha salvado millones de vidas en todo el planeta. Pero en las últimas décadas la oposición a las vacunas ha ido en aumento. En Francia, por ejemplo, el país de Louis Pasteur, el 30 % de la población tiene reparos importantes contra las vacunas. ¿Qué está pasando? Muchas cosas, pero una de ellas es que hay una correlación fuerte entre el uso indiscriminado del Internet y la posibilidad de volverse opositor a las vacunas. Esto nos lleva a la desalentadora constatación de que la ignorancia también prospera entre los más educados.
Hoy sabemos, gracias a la neurociencia, por qué avanzan tanto estas fábricas del oscurantismo. Es simplemente porque los seres humanos nos guiamos menos por las ganas de saber que por las ganas de confirmar lo que ya sabemos (o lo que queremos saber). Es decir, nos guiamos menos por la razón y más por las pasiones: las evidencias no determinan nuestras actitudes; nuestras actitudes construyen nuestras evidencias. Sabiendo esto, que nuestros ardores nos subyugan, los grandes poderes se aprovechan para guiarnos como borregos.
(Tomada de El Espectador).
Nunca antes tuvimos tanto conocimiento científico, ni tanta gente dedicada a buscar la verdad de las cosas, de las sociedades y del ser humano. Y, sin embargo, a pesar de todo eso, la ignorancia parece abrirse camino en medio del saber. ¿Cómo es eso posible? Simplemente por el avance inesperado de algunos centros de producción […]
Nunca antes tuvimos tanto conocimiento científico, ni tanta gente dedicada a buscar la verdad de las cosas, de las sociedades y del ser humano. Y, sin embargo, a pesar de todo eso, la ignorancia parece abrirse camino en medio del saber. ¿Cómo es eso posible? Simplemente por el avance inesperado de algunos centros de producción de información falsa; algo así como unas fábricas de la ignorancia.
Digo esto después de leer cómo el presidente Donald Trump, para proteger el mercado mundial de leches y alimentos sustitutos para bebés (un mercado de US$70.000 millones anuales) intentó boicotear una resolución de la Organización Mundial de la Salud que promovía, con base en una larga y abrumadora evidencia científica, la lactancia materna. Algo parecido hace el mismo Trump cuando pone en duda el calentamiento global para defender la industria petrolera. En Colombia y el resto de América Latina no estamos lejos de esas cosas: hay evidencia científica incontrovertible sobre los daños que causa el consumo de comida chatarra y, en particular, de gaseosas. No obstante la industria de alimentos se resiste, haciendo lobby y con argumentos engañosos, a ser regulada por el Estado, como en su momento lo hicieron las compañías tabacaleras, cuando se intentó advertir a la población sobre los peligros del consumo de cigarrillos.
Pero hay otras dos fábricas de la mentira que han tomado mucha fuerza en las últimas décadas. La primera de ellas es un tipo de religiosidad arcaica y dogmática que subordina la ciencia (y el derecho) a los textos sagrados. A causa de ello, por ejemplo, muchos no creen en la Teoría de la Evolución de las Especies y, en consecuencia, sostienen que Adán y Eva vivieron con los dinosaurios. El 40 % de la población de los Estados Unidos piensa eso y si se trata de simpatizantes del Partido Republicano, ese porcentaje sube al 70 %. Contradicciones similares entre la ciencia y la fe aparecen en temas como el aborto, el matrimonio entre parejas del mismo sexo y hasta la eficiencia de los preservativos (el hecho de que todo esto tenga relación con el sexo no deja de ser sintomático).
La tercera gran fábrica de la ignorancia es, paradójicamente, el Internet, una fuente de información prodigiosa, nunca antes vista. Pero su éxito acarrea peligros. Doy solo un ejemplo: desde mediados del siglo XIX, las vacunas han sido vistas como un gran avance de la medicina; un avance que ha salvado millones de vidas en todo el planeta. Pero en las últimas décadas la oposición a las vacunas ha ido en aumento. En Francia, por ejemplo, el país de Louis Pasteur, el 30 % de la población tiene reparos importantes contra las vacunas. ¿Qué está pasando? Muchas cosas, pero una de ellas es que hay una correlación fuerte entre el uso indiscriminado del Internet y la posibilidad de volverse opositor a las vacunas. Esto nos lleva a la desalentadora constatación de que la ignorancia también prospera entre los más educados.
Hoy sabemos, gracias a la neurociencia, por qué avanzan tanto estas fábricas del oscurantismo. Es simplemente porque los seres humanos nos guiamos menos por las ganas de saber que por las ganas de confirmar lo que ya sabemos (o lo que queremos saber). Es decir, nos guiamos menos por la razón y más por las pasiones: las evidencias no determinan nuestras actitudes; nuestras actitudes construyen nuestras evidencias. Sabiendo esto, que nuestros ardores nos subyugan, los grandes poderes se aprovechan para guiarnos como borregos.
(Tomada de El Espectador).