Por: Rodrigo López Barros. Nuestro amigo de la columna In Situ (del sábado 11) nos ha recordado lo que el astrofísico Hawking dijo una vez y contradijo otra, acerca de la existencia de Dios. Este tema es realmente apasionante y una vida reflexiva no puede descuidarlo. De allí que en medio de la barahúnda de […]
Por: Rodrigo López Barros.
Nuestro amigo de la columna In Situ (del sábado 11) nos ha recordado lo que el astrofísico Hawking dijo una vez y contradijo otra, acerca de la existencia de Dios. Este tema es realmente apasionante y una vida reflexiva no puede descuidarlo. De allí que en medio de la barahúnda de los días ordinarios es bueno encontrar un rato y un espacio para contemplarlo.
Lo suele hacer más gente de la que pudiera creerse, aunque mucho menos de lo que sería deseable. Qué bueno sería para la comunidad humana que sus orientadores (no sólo los hombres de religión, sino también los políticos) no se empeñaran únicamenteen el pan de cada día (de sus dirigidos) y de la construcción de obras monumentales de progreso material, sino también, y por sobretodo, en los aspectos fundamentales de la instrucción y la educación del espíritu, de convivencia para la fraternidad y la paz, que no proviene real y sinceramente sino del pensamiento y la convicción de tener todos un Padre común, de cuya existencia increada podamos comprender, mediante el uso de la razón, el fundamento sólido de toda la creación.
Un pensamiento así, centra en la sustancia de la vida y nos compromete existencialmente con todo lo creado y su desarrollo evolutivo, con la ciencia y la tecnología, con la cultura y el folclor, en términos de conservación física y espiritual del ser humano y su hábitat, pues contrariamente lo que conseguimos es depredaciones y destrucciones. Al punto, que en la actualidad el hombre no es un ser pro-humano sino in-humano.
Por consiguiente, sí es muy importante a la existencia individual y colectiva, la enseñanza de principios supremos explicativos de lo qué nuestras mentes quieren entender y comprender, y cómo preservarlo y salvaguardarlo.
De modo que cuando aprendemos y tratamos de enseñar ciencia y tecnología, filosofía y teología, la moral, no lo hacemos solamente para satisfacernos intelectualmente, sino también para aprender y aprehender el conocimiento de lo que es básico para conservar y disfrutar los bienes de la naturaleza y de la vida, sin cuya sabiduría, todo se vuelve simple publicidad mercantilista.
Por todo ello es por lo que, según mi entender, hay que conocer y enseñar, divulgar y fomentar, que la idea de Dios, hacedor de todo lo bueno personal y socialmente, no es vaguedad, sino una certeza racional, la que se puede completar o complementar con la fe religiosa, como quiera que el Espíritu de Dios es el autor de ambas facultades de la mente.
Afirman los teólogos que a Dios lo conocemos a través de lo que hace, a través de la obra de la creación y de la revelación. Mi observación al respecto, es que la creación, en su dimensión de efecto, es razonable; en cambio, solamente por la fe, aceptamos la revelación.
Por: Rodrigo López Barros. Nuestro amigo de la columna In Situ (del sábado 11) nos ha recordado lo que el astrofísico Hawking dijo una vez y contradijo otra, acerca de la existencia de Dios. Este tema es realmente apasionante y una vida reflexiva no puede descuidarlo. De allí que en medio de la barahúnda de […]
Por: Rodrigo López Barros.
Nuestro amigo de la columna In Situ (del sábado 11) nos ha recordado lo que el astrofísico Hawking dijo una vez y contradijo otra, acerca de la existencia de Dios. Este tema es realmente apasionante y una vida reflexiva no puede descuidarlo. De allí que en medio de la barahúnda de los días ordinarios es bueno encontrar un rato y un espacio para contemplarlo.
Lo suele hacer más gente de la que pudiera creerse, aunque mucho menos de lo que sería deseable. Qué bueno sería para la comunidad humana que sus orientadores (no sólo los hombres de religión, sino también los políticos) no se empeñaran únicamenteen el pan de cada día (de sus dirigidos) y de la construcción de obras monumentales de progreso material, sino también, y por sobretodo, en los aspectos fundamentales de la instrucción y la educación del espíritu, de convivencia para la fraternidad y la paz, que no proviene real y sinceramente sino del pensamiento y la convicción de tener todos un Padre común, de cuya existencia increada podamos comprender, mediante el uso de la razón, el fundamento sólido de toda la creación.
Un pensamiento así, centra en la sustancia de la vida y nos compromete existencialmente con todo lo creado y su desarrollo evolutivo, con la ciencia y la tecnología, con la cultura y el folclor, en términos de conservación física y espiritual del ser humano y su hábitat, pues contrariamente lo que conseguimos es depredaciones y destrucciones. Al punto, que en la actualidad el hombre no es un ser pro-humano sino in-humano.
Por consiguiente, sí es muy importante a la existencia individual y colectiva, la enseñanza de principios supremos explicativos de lo qué nuestras mentes quieren entender y comprender, y cómo preservarlo y salvaguardarlo.
De modo que cuando aprendemos y tratamos de enseñar ciencia y tecnología, filosofía y teología, la moral, no lo hacemos solamente para satisfacernos intelectualmente, sino también para aprender y aprehender el conocimiento de lo que es básico para conservar y disfrutar los bienes de la naturaleza y de la vida, sin cuya sabiduría, todo se vuelve simple publicidad mercantilista.
Por todo ello es por lo que, según mi entender, hay que conocer y enseñar, divulgar y fomentar, que la idea de Dios, hacedor de todo lo bueno personal y socialmente, no es vaguedad, sino una certeza racional, la que se puede completar o complementar con la fe religiosa, como quiera que el Espíritu de Dios es el autor de ambas facultades de la mente.
Afirman los teólogos que a Dios lo conocemos a través de lo que hace, a través de la obra de la creación y de la revelación. Mi observación al respecto, es que la creación, en su dimensión de efecto, es razonable; en cambio, solamente por la fe, aceptamos la revelación.