“Porque todas las promesas de Dios son en él sí y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios”. 2°Corintios 1,20 La palabra amén es tan común en nuestra liturgia y uso devocional que a veces perdemos de vista su significado. En el idioma hebreo, lehamén es el infinitivo del verbo […]
“Porque todas las promesas de Dios son en él sí y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios”. 2°Corintios 1,20
La palabra amén es tan común en nuestra liturgia y uso devocional que a veces perdemos de vista su significado. En el idioma hebreo, lehamén es el infinitivo del verbo creer, emuná es fe. Cuando decimos amén a algo o alguien, estamos afirmando que creemos en eso. Es como decir: Yo lo creo, que así sea, está hecho.
Pero es más que un deseo de que eso ocurra. Cuando los eruditos judíos en Alejandría hicieron la traducción de las Escrituras del hebreo al griego, la equivalencia que encontraron para la palabra amén fue: Que esto se haga realidad. Que exista. Que suceda ahora.
Amados amigos, cuando expresamos amén en nuestras conversaciones u oraciones, estamos declarando nuestra fe en aquello que se afirma e invocamos el poder creativo de Dios para que él actúe.
Cuando oramos, y cerramos nuestra oración con un amén, estamos declarando que no dudamos que Dios haya escuchado. ¡Es una declaración de confirmación!
Amén es otro de los títulos adjudicados a nuestro Señor en las Escrituras: “El Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios…”. Cristo es en vedad, la palabra última de Dios para nosotros, él es el ¡así sea! de Dios. En medio de la convulsión en que vivimos, creer que Jesús es nuestro amén es reconocerle como la autoridad máxima de cada situación o circunstancia que enfrentemos. Amén es creer que Cristo establece, asegura, arregla y ordena cada situación de nuestras vidas. Cuando oramos el Padre Nuestro: “…Porque tuyo es el Reino, el poder y la gloria, por todos los siglos. Amén”, estamos colocando la voluntad de Dios en su lugar.
El amén es como un reflejo de la finalidad de Cristo, se hace algo más que un simple y concluyente término para ponerle punto final a la oración. Llega a ser la declaración de confianza de que al final, el poder de Dios determinará el resultado de todas las situaciones.
Cada promesa de Dios es impartida en la persona de Cristo y puesto que Cristo en la Palabra encarnada, cuando oramos en su nombre, él llega a ser para nosotros esa Palaba confirmada de Dios.
Mi invitación es a que oremos en el nombre de Jesús, nuestro Amén, siendo conscientes de que solamente Cristo es la autoridad suprema en todos aquellos asuntos por los cuales oramos. El amén es la certeza de que todas nuestras peticiones, conforme con la voluntad de Dios, son escuchadas y “si sabemos que Dios nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”.
Lo que hemos pedido conforme con su voluntad, es definitivo y está hecho. Lo asegura el Nombre de Cristo y lo confirma el soberano Amén de Dios.
Un fuerte abrazo con el amén de Dios sobre tu vida.
Por Valerio Mejía
“Porque todas las promesas de Dios son en él sí y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios”. 2°Corintios 1,20 La palabra amén es tan común en nuestra liturgia y uso devocional que a veces perdemos de vista su significado. En el idioma hebreo, lehamén es el infinitivo del verbo […]
“Porque todas las promesas de Dios son en él sí y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios”. 2°Corintios 1,20
La palabra amén es tan común en nuestra liturgia y uso devocional que a veces perdemos de vista su significado. En el idioma hebreo, lehamén es el infinitivo del verbo creer, emuná es fe. Cuando decimos amén a algo o alguien, estamos afirmando que creemos en eso. Es como decir: Yo lo creo, que así sea, está hecho.
Pero es más que un deseo de que eso ocurra. Cuando los eruditos judíos en Alejandría hicieron la traducción de las Escrituras del hebreo al griego, la equivalencia que encontraron para la palabra amén fue: Que esto se haga realidad. Que exista. Que suceda ahora.
Amados amigos, cuando expresamos amén en nuestras conversaciones u oraciones, estamos declarando nuestra fe en aquello que se afirma e invocamos el poder creativo de Dios para que él actúe.
Cuando oramos, y cerramos nuestra oración con un amén, estamos declarando que no dudamos que Dios haya escuchado. ¡Es una declaración de confirmación!
Amén es otro de los títulos adjudicados a nuestro Señor en las Escrituras: “El Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios…”. Cristo es en vedad, la palabra última de Dios para nosotros, él es el ¡así sea! de Dios. En medio de la convulsión en que vivimos, creer que Jesús es nuestro amén es reconocerle como la autoridad máxima de cada situación o circunstancia que enfrentemos. Amén es creer que Cristo establece, asegura, arregla y ordena cada situación de nuestras vidas. Cuando oramos el Padre Nuestro: “…Porque tuyo es el Reino, el poder y la gloria, por todos los siglos. Amén”, estamos colocando la voluntad de Dios en su lugar.
El amén es como un reflejo de la finalidad de Cristo, se hace algo más que un simple y concluyente término para ponerle punto final a la oración. Llega a ser la declaración de confianza de que al final, el poder de Dios determinará el resultado de todas las situaciones.
Cada promesa de Dios es impartida en la persona de Cristo y puesto que Cristo en la Palabra encarnada, cuando oramos en su nombre, él llega a ser para nosotros esa Palaba confirmada de Dios.
Mi invitación es a que oremos en el nombre de Jesús, nuestro Amén, siendo conscientes de que solamente Cristo es la autoridad suprema en todos aquellos asuntos por los cuales oramos. El amén es la certeza de que todas nuestras peticiones, conforme con la voluntad de Dios, son escuchadas y “si sabemos que Dios nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”.
Lo que hemos pedido conforme con su voluntad, es definitivo y está hecho. Lo asegura el Nombre de Cristo y lo confirma el soberano Amén de Dios.
Un fuerte abrazo con el amén de Dios sobre tu vida.
Por Valerio Mejía