La noche del 23 de abril se presentó en Corferias un pequeño libro de papel periódico, con bellas ilustraciones a una tinta, con ganchos. Nos regalaban el libro al entrar al salón. Adentro, micrófono en mano, el editor John Naranjo, dueño de Rey Naranjo Editores, anunciaba con gran complacencia que el libro tenía un tiraje […]
La noche del 23 de abril se presentó en Corferias un pequeño libro de papel periódico, con bellas ilustraciones a una tinta, con ganchos. Nos regalaban el libro al entrar al salón. Adentro, micrófono en mano, el editor John Naranjo, dueño de Rey Naranjo Editores, anunciaba con gran complacencia que el libro tenía un tiraje de veinte mil ejemplares de distribución gratuita. Nunca había yo entrado a la Filbo con semejante anuncio. El patrocinador generoso era Promigas y ahí estaba Antonio Celia, su presidente, y el autor era Alonso Sánchez Baute, el título ‘Las formas del odio’.
Este libro, y ya no hablo del físico sino del contenido, me recuerda el valor que supone la escritura cuando se adentra en los grandes temas de la condición humana y el escritor, en este caso Sánchez Baute, se convierte en un valiente cuya aventura consiste en mostrar de cara y sin tapujos una de las tormentas que, casi como la sangre, corre por las venas de este país: el odio. Y ya lo sé, somos capaces también del amor que, por fortuna, no es lo contrario del odio. Lo contrario del amor, dicen, es la indiferencia. Con diez textos breves la mirada del autor se convierte en una especie de voz consciente pública con la que nos enrostra como sociedad la gran capacidad de odiar que desde siempre ha tenido Colombia. Odiamos a los homosexuales, a las mujeres, usamos el gregarismo no como forma de avance y proyección de lo colectivo, sino como infantería para promover algún odio fundamental. Odiamos por no poder reconocer la envidia y entonces el otro se vuelve nuestra diana, odiamos a los pobres mientras somos indiferentes frente a la pobreza. Los políticos se aprovechan de la indignación para crear indignados donde siembran el odio, igual es tierra fértil. Y así, en medio de otros temas, recorremos con estos textos, expuestos con gran sencillez y contundencia, aristas del odio que hemos desarrollado como si no fuéramos comunes los unos a los otros, como si la apariencia nos hiciera tan distintos y tan distantes, como si solo existiéramos frente al espejo.
Me ha conmovido enormemente este libro que proviene de una serie de columnas publicadas en El Heraldo y que yo iba leyendo cada semana como si asistiera a una lectura del evangelio, donde hay una realidad cuyo mensaje nos llama. Textos así son indispensables, pues la reflexión sobre las honduras del hombre y su despliegue en la conformación de la sociedad, esconde las explicaciones primarias del desarrollo de esa sociedad y habla claramente del atraso o la evolución de la misma en torno a su economía, sus desarrollos investigativos, el talento y la calidad de vida de su gente, su relación con la política y un largo etc.
Es un libro que merece gratitud. Así que gracias ‘Loncho’, por voltear el espejo contra la pared y dejarnos los unos frente a los otros para ver si somos capaces de vernos solo con la luz de los ojos.
La noche del 23 de abril se presentó en Corferias un pequeño libro de papel periódico, con bellas ilustraciones a una tinta, con ganchos. Nos regalaban el libro al entrar al salón. Adentro, micrófono en mano, el editor John Naranjo, dueño de Rey Naranjo Editores, anunciaba con gran complacencia que el libro tenía un tiraje […]
La noche del 23 de abril se presentó en Corferias un pequeño libro de papel periódico, con bellas ilustraciones a una tinta, con ganchos. Nos regalaban el libro al entrar al salón. Adentro, micrófono en mano, el editor John Naranjo, dueño de Rey Naranjo Editores, anunciaba con gran complacencia que el libro tenía un tiraje de veinte mil ejemplares de distribución gratuita. Nunca había yo entrado a la Filbo con semejante anuncio. El patrocinador generoso era Promigas y ahí estaba Antonio Celia, su presidente, y el autor era Alonso Sánchez Baute, el título ‘Las formas del odio’.
Este libro, y ya no hablo del físico sino del contenido, me recuerda el valor que supone la escritura cuando se adentra en los grandes temas de la condición humana y el escritor, en este caso Sánchez Baute, se convierte en un valiente cuya aventura consiste en mostrar de cara y sin tapujos una de las tormentas que, casi como la sangre, corre por las venas de este país: el odio. Y ya lo sé, somos capaces también del amor que, por fortuna, no es lo contrario del odio. Lo contrario del amor, dicen, es la indiferencia. Con diez textos breves la mirada del autor se convierte en una especie de voz consciente pública con la que nos enrostra como sociedad la gran capacidad de odiar que desde siempre ha tenido Colombia. Odiamos a los homosexuales, a las mujeres, usamos el gregarismo no como forma de avance y proyección de lo colectivo, sino como infantería para promover algún odio fundamental. Odiamos por no poder reconocer la envidia y entonces el otro se vuelve nuestra diana, odiamos a los pobres mientras somos indiferentes frente a la pobreza. Los políticos se aprovechan de la indignación para crear indignados donde siembran el odio, igual es tierra fértil. Y así, en medio de otros temas, recorremos con estos textos, expuestos con gran sencillez y contundencia, aristas del odio que hemos desarrollado como si no fuéramos comunes los unos a los otros, como si la apariencia nos hiciera tan distintos y tan distantes, como si solo existiéramos frente al espejo.
Me ha conmovido enormemente este libro que proviene de una serie de columnas publicadas en El Heraldo y que yo iba leyendo cada semana como si asistiera a una lectura del evangelio, donde hay una realidad cuyo mensaje nos llama. Textos así son indispensables, pues la reflexión sobre las honduras del hombre y su despliegue en la conformación de la sociedad, esconde las explicaciones primarias del desarrollo de esa sociedad y habla claramente del atraso o la evolución de la misma en torno a su economía, sus desarrollos investigativos, el talento y la calidad de vida de su gente, su relación con la política y un largo etc.
Es un libro que merece gratitud. Así que gracias ‘Loncho’, por voltear el espejo contra la pared y dejarnos los unos frente a los otros para ver si somos capaces de vernos solo con la luz de los ojos.