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Columnista - 7 abril, 2018

Ni socialismo siglo XXI, ni continuismo santista

Las reacciones de varios candidatos presidenciales, o de voceros de fuerzas que los apoyan, a las propuestas del líder en la opinión pública, Iván Duque, evidencian con mayor claridad lo que realmente está en juego. Unos salen a decir que el acuerdo Santos-Timochenko, aquel que derrotó el pueblo colombiano en el plebiscito, hay que implementarlo […]

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Las reacciones de varios candidatos presidenciales, o de voceros de fuerzas que los apoyan, a las propuestas del líder en la opinión pública, Iván Duque, evidencian con mayor claridad lo que realmente está en juego.

Unos salen a decir que el acuerdo Santos-Timochenko, aquel que derrotó el pueblo colombiano en el plebiscito, hay que implementarlo tal como se firmó.

Poco les importa el veredicto del pueblo soberano, y siguen con el cuento de que este país está dividido entre amigos y enemigos de la paz. Quieren regresar a la estrategia polarizante y mentirosa de la campaña reeleccionista de Santos.

Con la misma soberbia de esos días, se presentan hoy, arrogantes ante los medios, a decir que el asunto es guerra o paz. Falacia, gran falacia.

Lo que busca Duque con la reforma de varios puntos del acuerdo es paz real, verdadera, duradera y estable, mediante el gran acuerdo nacional  que buscó y no se consiguió.

Por fortuna, ya la nación no les come cuento a los que amenazaban, también en forma mentirosa a los electores, cuando les decían que si el NO ganaba todo se acabaría.

De otro lado, los críticos de la idea de discutir y concertar la creación de una corte única, se sitúan en la orilla de los que creen que no hay que hacerle reformas de fondo a la justicia. No hay derecho.

Un país que reclama a gritos la transformación del poder judicial, entiende y apoya el propósito de acabar con el choque de trenes permanente, dejar atrás las decisiones contradictorias de los distintos órganos de cierre, que crean incertidumbre jurídica frente al alcance de las leyes y los derechos, y anhela que haya pronta y cumplida justicia. Allá los que quieran que todo siga igual en la rama.

Como si fuera poco, los candidatos del continuismo santista se hacen los de la vista gorda ante la realidad incuestionable de que 146 países miembros de las Naciones Unidas tienen una sola corte y apenas 1 posee más de cuatro. Ahora, con cinismo inaceptable, dicen otra mentira. Proclaman que disminuir el número de congresistas es acabar con el poder legislativo. Qué horror. Lo que desean, entonces, ¿es que el parlamento siga como está? ¿Rechazan cualquier cambio?

Pues que otros aspirantes administren el continuismo.

Duque sigue con la vista puesta en el futuro de la nación, y en las transformaciones que reclaman los colombianos. Además de negar la necesidad de las reformas necesarias, los contradictorios del próximo presidente desconocen las realidades internacionales.

Los Estados Unidos, por ejemplo, tienen 326.625.791 habitantes y 535 personas integran el Congreso. Es decir, hay 0.16 por cada 100.00 habitantes y 2 por cada millón. Japón, otro de los países más poblados, 126.451.398, cuenta con 717 personas en su parlamento. La relación es de 0.57 por cada 100.000 y 6 por cada millón.

En nuestra región, Brasil tiene 207.353.391 habitantes, 594 parlamentarios y registra, entonces, 0.29 por cada 100.000 y 3 por cada millón. Y México, que tiene  124.574.795, cuenta con 628, lo que significa 0.50 por cada 100.000 y 5 por cada millón.

En cuanto respecta a Colombia, tenemos una población de 47.698.524 y un parlamento de 268 integrantes. La relación es de 0.56 por cada 100.000 y  6 por cada millón. ¿Cuál es la bulla?

El Congreso hay que cambiarlo y la relación número, representación y población debe ser razonable. Ni hablemos del candidato que propone para Colombia el modelo que fracasó estruendosamente en el pasado y que es la fuente de dolor y tragedia para el hermano pueblo de Venezuela. En esta materia no puede haber engaños ni equivocaciones.

Para superar la desigualdad social lo que debe hacerse es generar riqueza, no profundizar la pobreza. Frente a la propuesta socialista fracasada y el continuismo santista, el camino bueno para la patria es el de la legalidad, el emprendimiento, la equidad, la ilusión, la esperanza y el futuro.

 

 

 

Columnista
7 abril, 2018

Ni socialismo siglo XXI, ni continuismo santista

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Carlos Holmes Trujillo

Las reacciones de varios candidatos presidenciales, o de voceros de fuerzas que los apoyan, a las propuestas del líder en la opinión pública, Iván Duque, evidencian con mayor claridad lo que realmente está en juego. Unos salen a decir que el acuerdo Santos-Timochenko, aquel que derrotó el pueblo colombiano en el plebiscito, hay que implementarlo […]


Las reacciones de varios candidatos presidenciales, o de voceros de fuerzas que los apoyan, a las propuestas del líder en la opinión pública, Iván Duque, evidencian con mayor claridad lo que realmente está en juego.

Unos salen a decir que el acuerdo Santos-Timochenko, aquel que derrotó el pueblo colombiano en el plebiscito, hay que implementarlo tal como se firmó.

Poco les importa el veredicto del pueblo soberano, y siguen con el cuento de que este país está dividido entre amigos y enemigos de la paz. Quieren regresar a la estrategia polarizante y mentirosa de la campaña reeleccionista de Santos.

Con la misma soberbia de esos días, se presentan hoy, arrogantes ante los medios, a decir que el asunto es guerra o paz. Falacia, gran falacia.

Lo que busca Duque con la reforma de varios puntos del acuerdo es paz real, verdadera, duradera y estable, mediante el gran acuerdo nacional  que buscó y no se consiguió.

Por fortuna, ya la nación no les come cuento a los que amenazaban, también en forma mentirosa a los electores, cuando les decían que si el NO ganaba todo se acabaría.

De otro lado, los críticos de la idea de discutir y concertar la creación de una corte única, se sitúan en la orilla de los que creen que no hay que hacerle reformas de fondo a la justicia. No hay derecho.

Un país que reclama a gritos la transformación del poder judicial, entiende y apoya el propósito de acabar con el choque de trenes permanente, dejar atrás las decisiones contradictorias de los distintos órganos de cierre, que crean incertidumbre jurídica frente al alcance de las leyes y los derechos, y anhela que haya pronta y cumplida justicia. Allá los que quieran que todo siga igual en la rama.

Como si fuera poco, los candidatos del continuismo santista se hacen los de la vista gorda ante la realidad incuestionable de que 146 países miembros de las Naciones Unidas tienen una sola corte y apenas 1 posee más de cuatro. Ahora, con cinismo inaceptable, dicen otra mentira. Proclaman que disminuir el número de congresistas es acabar con el poder legislativo. Qué horror. Lo que desean, entonces, ¿es que el parlamento siga como está? ¿Rechazan cualquier cambio?

Pues que otros aspirantes administren el continuismo.

Duque sigue con la vista puesta en el futuro de la nación, y en las transformaciones que reclaman los colombianos. Además de negar la necesidad de las reformas necesarias, los contradictorios del próximo presidente desconocen las realidades internacionales.

Los Estados Unidos, por ejemplo, tienen 326.625.791 habitantes y 535 personas integran el Congreso. Es decir, hay 0.16 por cada 100.00 habitantes y 2 por cada millón. Japón, otro de los países más poblados, 126.451.398, cuenta con 717 personas en su parlamento. La relación es de 0.57 por cada 100.000 y 6 por cada millón.

En nuestra región, Brasil tiene 207.353.391 habitantes, 594 parlamentarios y registra, entonces, 0.29 por cada 100.000 y 3 por cada millón. Y México, que tiene  124.574.795, cuenta con 628, lo que significa 0.50 por cada 100.000 y 5 por cada millón.

En cuanto respecta a Colombia, tenemos una población de 47.698.524 y un parlamento de 268 integrantes. La relación es de 0.56 por cada 100.000 y  6 por cada millón. ¿Cuál es la bulla?

El Congreso hay que cambiarlo y la relación número, representación y población debe ser razonable. Ni hablemos del candidato que propone para Colombia el modelo que fracasó estruendosamente en el pasado y que es la fuente de dolor y tragedia para el hermano pueblo de Venezuela. En esta materia no puede haber engaños ni equivocaciones.

Para superar la desigualdad social lo que debe hacerse es generar riqueza, no profundizar la pobreza. Frente a la propuesta socialista fracasada y el continuismo santista, el camino bueno para la patria es el de la legalidad, el emprendimiento, la equidad, la ilusión, la esperanza y el futuro.