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Columnista - 12 marzo, 2018

El país del insulto

En una clase de Sociología Jurídica en mi primer semestre de Derecho, le escuché decir al profesor de la materia que en Colombia existía una “cultura de la violencia” y que muchos de los conflictos actuales se debían a ello. Partía de un análisis histórico en el que afirmaba que desde el inicio de la […]

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En una clase de Sociología Jurídica en mi primer semestre de Derecho, le escuché decir al profesor de la materia que en Colombia existía una “cultura de la violencia” y que muchos de los conflictos actuales se debían a ello. Partía de un análisis histórico en el que afirmaba que desde el inicio de la era republicana siempre el país había estado en medio de algún enfrentamiento armado. En términos jocosos afirmaba que una vez se superara la guerra con las guerrillas y paramilitares, combatirían los seguidores del Éxito con los de Carrefur.

No le faltaba razón, toda vez que en el diario vivir de los colombianos se vive en la mitad del fuego cruzado -no en el sentido literal propiamente-, puesto que en todos los sectores de la sociedad se toma partido por algo y se insulta por ello. Hinchas de equipos, políticos y hasta fanáticos de grupos vallenatos se enfrentan de una manera agresiva e irrespetuosa a quienes consideran sus contradictores. Golpes y muertos se han visto por estos hechos, muchas veces de una trivialidad absurda.

Con la visita del Papa Francisco a Colombia, de quien soy seguidor sin ser católico -además que es mi tocayo-, se vivió en el país un ambiente de paz y sosiego, unido a un mensaje de esperanza muy conmovedor e inspirador. En esos días no se habló más nada si no del Papa. Una vez se fue, le twitee a una amiga una frase que usaba Diomedes Díaz en parranda: “ay Dios mío, mete tu mano antes que se forme una machetera”… ¡volvimos a la realidad!; volvieron los escándalos, los insultos, los improperios y demás. Para mencionar un ejemplo, el Papa dijo que no nos dejáramos llevar por la cizaña, y en seguida rebautizaron al expresidente Uribe como “Cizaña”.

Es que se confunde libertad de expresión con libertad de agresión. Sin pudor tranquilamente se le dice a una persona por cualquier vía: corrupto, paramilitar, guerrillero, asesino, ladrón, uribestia, mamerto; sin que medie decisión judicial alguna que lo soporte, en tanto constituyen delitos algunas de esas aseveraciones. Los medios de comunicación y las redes sociales están llenas de frases peyorativas que catalogan personas; hasta se ha propuesto el premio al mamerto del año.

Ahora entramos en una etapa de tutelas-retractación. Quien entiende su derecho al buen nombre conculcado inicia una acción de tutela, que cuando es fallada obliga a quien profirió el insulto a retractase, por obvias razones. Destinatarios de los fallos están senadores y hasta expresidentes de la República. Quienes deben ser el faro que ilumine a la sociedad son quienes más atropellan a sus contradictores.

La pregunta que inspiró este escrito es: ¿en que le aporta al debate?, ¿cómo se construye un país de esa manera? Se está demostrando la calidad de los valores que rigen la sociedad y así es muy difícil salir del atolladero en el que estamos.

Personalmente prefiero un debate respetuoso y propositivo, que no se elija al menos malo, que permita la construcción de un país moderno, equitativo y por demás, sin ninguna clase de violencia.

Columnista
12 marzo, 2018

El país del insulto

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Francisco Iván Fuentes Calderón

En una clase de Sociología Jurídica en mi primer semestre de Derecho, le escuché decir al profesor de la materia que en Colombia existía una “cultura de la violencia” y que muchos de los conflictos actuales se debían a ello. Partía de un análisis histórico en el que afirmaba que desde el inicio de la […]


En una clase de Sociología Jurídica en mi primer semestre de Derecho, le escuché decir al profesor de la materia que en Colombia existía una “cultura de la violencia” y que muchos de los conflictos actuales se debían a ello. Partía de un análisis histórico en el que afirmaba que desde el inicio de la era republicana siempre el país había estado en medio de algún enfrentamiento armado. En términos jocosos afirmaba que una vez se superara la guerra con las guerrillas y paramilitares, combatirían los seguidores del Éxito con los de Carrefur.

No le faltaba razón, toda vez que en el diario vivir de los colombianos se vive en la mitad del fuego cruzado -no en el sentido literal propiamente-, puesto que en todos los sectores de la sociedad se toma partido por algo y se insulta por ello. Hinchas de equipos, políticos y hasta fanáticos de grupos vallenatos se enfrentan de una manera agresiva e irrespetuosa a quienes consideran sus contradictores. Golpes y muertos se han visto por estos hechos, muchas veces de una trivialidad absurda.

Con la visita del Papa Francisco a Colombia, de quien soy seguidor sin ser católico -además que es mi tocayo-, se vivió en el país un ambiente de paz y sosiego, unido a un mensaje de esperanza muy conmovedor e inspirador. En esos días no se habló más nada si no del Papa. Una vez se fue, le twitee a una amiga una frase que usaba Diomedes Díaz en parranda: “ay Dios mío, mete tu mano antes que se forme una machetera”… ¡volvimos a la realidad!; volvieron los escándalos, los insultos, los improperios y demás. Para mencionar un ejemplo, el Papa dijo que no nos dejáramos llevar por la cizaña, y en seguida rebautizaron al expresidente Uribe como “Cizaña”.

Es que se confunde libertad de expresión con libertad de agresión. Sin pudor tranquilamente se le dice a una persona por cualquier vía: corrupto, paramilitar, guerrillero, asesino, ladrón, uribestia, mamerto; sin que medie decisión judicial alguna que lo soporte, en tanto constituyen delitos algunas de esas aseveraciones. Los medios de comunicación y las redes sociales están llenas de frases peyorativas que catalogan personas; hasta se ha propuesto el premio al mamerto del año.

Ahora entramos en una etapa de tutelas-retractación. Quien entiende su derecho al buen nombre conculcado inicia una acción de tutela, que cuando es fallada obliga a quien profirió el insulto a retractase, por obvias razones. Destinatarios de los fallos están senadores y hasta expresidentes de la República. Quienes deben ser el faro que ilumine a la sociedad son quienes más atropellan a sus contradictores.

La pregunta que inspiró este escrito es: ¿en que le aporta al debate?, ¿cómo se construye un país de esa manera? Se está demostrando la calidad de los valores que rigen la sociedad y así es muy difícil salir del atolladero en el que estamos.

Personalmente prefiero un debate respetuoso y propositivo, que no se elija al menos malo, que permita la construcción de un país moderno, equitativo y por demás, sin ninguna clase de violencia.