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Columnista - 28 enero, 2018

Claribel Alegría, por siempre

Era una tarde maravillosa y también lluviosa en Bogotá, un 6 de septiembre del año 2012. Esa primera semana de septiembre es el tiempo de Las Líneas de su mano, el festival de poesía y de narradores del Gimnasio Moderno en Bogotá, donde celebraré siempre mi amistad con Federico Diaz-Granados. Pero esa tarde, todo era […]

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Era una tarde maravillosa y también lluviosa en Bogotá, un 6 de septiembre del año 2012. Esa primera semana de septiembre es el tiempo de Las Líneas de su mano, el festival de poesía y de narradores del Gimnasio Moderno en Bogotá, donde celebraré siempre mi amistad con Federico Diaz-Granados. Pero esa tarde, todo era brillante. La inigualable Claribel Alegría iba a conversar con Federico y era, tal vez, la sesión más esperada del festival. De pronto, yo salí de la oficina de la biblioteca y la sala estaba desocupada. Abajo del escenario la vi, en la silla de ruedas, con una gran sonrisa. Bajé los cuatro escalones que nos separaban y Federico me la presentó, pero además me la recomendó un momento mientras él se ocupaba de algo. Ocuparse de Claribel fue mi regalo del día. Le sostuve su aromática y conversamos un poco del evento y de Bogotá y el clima, al final me preguntó si estaba bien peinada. No había podido ser mejor la conversación, ni más dulce.

Me perdonan mi falta de pudor por contar esta anécdota personal, pero se trata de ella, a quien había leído y admirado, a quien ahora conocía tan familiarmente. La salvadoreña es uno de los clásicos de la poesía en español, galardonada a lo largo y ancho del mundo, escapa a cualquier marco que uno se atreva a darle a su obra. La poesía de Claribel es su vida misma, sus búsquedas, la saudade de su vida y la alegría, es también el testimonio del horror de la guerra en Salvador y su cercanía con la misma, además de representar una estimable ruptura del lenguaje. Ese día habló de la poesía como su gran pasión, como su oficio de todos los días, incluso de su ejercicio de escribir a sus años ya de anciana, aun cuando ya no quería publicar más libros. Dijo que la vida ya era otra cosa, que se sentía en un campo de muchas mariposas donde alguna se posaba encima de ella. Al final leyó un poema inédito titulado Testamento, que había escrito a sus hijos.

Se los dejo como una pequeñísima muestra de esta grande, que nos abandonó el mismo día que nació Virginia Woolf hace 136 años, este 25 de enero. Entre poetas estas coincidencias solo son un guiño de almas extraordinarias.

Les dejo una escalera tambaleante, inconclusa
tiene peldaños rotos, otros están podridos
y más de alguno entero,
repárenla, elévenla
suban por ella, suban, hasta tocar la luz.

Columnista
28 enero, 2018

Claribel Alegría, por siempre

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
María Angélica Pumarejo

Era una tarde maravillosa y también lluviosa en Bogotá, un 6 de septiembre del año 2012. Esa primera semana de septiembre es el tiempo de Las Líneas de su mano, el festival de poesía y de narradores del Gimnasio Moderno en Bogotá, donde celebraré siempre mi amistad con Federico Diaz-Granados. Pero esa tarde, todo era […]


Era una tarde maravillosa y también lluviosa en Bogotá, un 6 de septiembre del año 2012. Esa primera semana de septiembre es el tiempo de Las Líneas de su mano, el festival de poesía y de narradores del Gimnasio Moderno en Bogotá, donde celebraré siempre mi amistad con Federico Diaz-Granados. Pero esa tarde, todo era brillante. La inigualable Claribel Alegría iba a conversar con Federico y era, tal vez, la sesión más esperada del festival. De pronto, yo salí de la oficina de la biblioteca y la sala estaba desocupada. Abajo del escenario la vi, en la silla de ruedas, con una gran sonrisa. Bajé los cuatro escalones que nos separaban y Federico me la presentó, pero además me la recomendó un momento mientras él se ocupaba de algo. Ocuparse de Claribel fue mi regalo del día. Le sostuve su aromática y conversamos un poco del evento y de Bogotá y el clima, al final me preguntó si estaba bien peinada. No había podido ser mejor la conversación, ni más dulce.

Me perdonan mi falta de pudor por contar esta anécdota personal, pero se trata de ella, a quien había leído y admirado, a quien ahora conocía tan familiarmente. La salvadoreña es uno de los clásicos de la poesía en español, galardonada a lo largo y ancho del mundo, escapa a cualquier marco que uno se atreva a darle a su obra. La poesía de Claribel es su vida misma, sus búsquedas, la saudade de su vida y la alegría, es también el testimonio del horror de la guerra en Salvador y su cercanía con la misma, además de representar una estimable ruptura del lenguaje. Ese día habló de la poesía como su gran pasión, como su oficio de todos los días, incluso de su ejercicio de escribir a sus años ya de anciana, aun cuando ya no quería publicar más libros. Dijo que la vida ya era otra cosa, que se sentía en un campo de muchas mariposas donde alguna se posaba encima de ella. Al final leyó un poema inédito titulado Testamento, que había escrito a sus hijos.

Se los dejo como una pequeñísima muestra de esta grande, que nos abandonó el mismo día que nació Virginia Woolf hace 136 años, este 25 de enero. Entre poetas estas coincidencias solo son un guiño de almas extraordinarias.

Les dejo una escalera tambaleante, inconclusa
tiene peldaños rotos, otros están podridos
y más de alguno entero,
repárenla, elévenla
suban por ella, suban, hasta tocar la luz.