En San Diego de las Flores, nace José Antonio Murgas, el poeta de la prosodia y la fuerza imaginante del espíritu. Los caminos mestizos de llanuras sonámbulas con ojos de lluvia y sol radiante tropical, entrelazan en su memoria, el eco tribal de los indomables Tupes y la voz apacible, soñadora y vegetal de sus […]
En San Diego de las Flores, nace José Antonio Murgas, el poeta de la prosodia y la fuerza imaginante del espíritu. Los caminos mestizos de llanuras sonámbulas con ojos de lluvia y sol radiante tropical, entrelazan en su memoria, el eco tribal de los indomables Tupes y la voz apacible, soñadora y vegetal de sus paisanos sandieganos.
Perfecta Murgas Puche, su madre, excelsa mujer consagrada a los ritos del evangelio católico, perfila su infancia por las rutas de la responsabilidad y el estudio; ya en los años de bachiller en el Liceo Celedón de Santa Marta se destacaba en los centros literarios por su oratoria poética, y luego en la Universidad Nacional de Bogotá es reconocido por su participación en el movimiento estudiantil contra la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla. En su vida pública: insigne abogado, congresista en representación del Magdalena Grande, y su histórica obra: autor del proyecto de Ley de la creación del departamento del Cesar (Ley 25 de 1967). Después fue gobernador del Cesar, ministro de Trabajo, embajador de Colombia ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y rector de la Universidad Popular del Cesar. Estas dignidades lo erigen como un personaje de la historia del Cesar; pero hay otra dimensión que lo eterniza en el podio del arte, y es su obra poética; los que la han leído, no dudan en calificarlo como un poeta mayor. Además, es virtuoso declamador.
El ser humano es un inmensurable soñador y creador, y si consagra la vocación por la poesía se propone a dibujar el mundo en palabras. José Antonio Murgas en sus 88 años se ha poblado de imágenes provincianas y universales, de pájaros pincelando el viento con los colores de su canto, de nubes en la celebración transparente de la lluvia, de los ríos en la arboleda perfumada de colores, de las montañas melificadas en la fértil estación de las semillas, de las calles de la ciudad abrazadas a la solitaria compañía de la nostalgia, de los monumentos que guardan las gestas de las tradiciones, de los amores que conquistaron la geografía de su alma. Escucha a los rapsodas con los heraldos de sus ancestros, la procelosa negra que baila excitada en los estambres del palenque, la magia del maíz que convoca a las mujeres vallenatas al ritmo de piloneras; pero también escucha las palabras luminosas de los filósofos, y tiene como Jorge Luis Borges: “el siempre enrevesado enigma de la vastedad del universo, que devanea a sabios y literatos”.
Para el poeta siempre existe un diálogo entre la razón y la emoción, la prudencia para pensar antes de hablar. Cultiva las orquídeas que pimpollean la aurora en la concordia vital de los aconteceres. Recorre con claridad hermenéutica los logos de la filosofía, la política, la historia y la literatura; de ahí nutre su elocuencia aforada en la acústica luminosa de la poesía. José Antonio Murgas ha forjado en la liturgia de la meditación y en las horas de largos silencios, la epopeya secular de los libros, extensión ritual de la imaginación y la memoria. Así nació su libro: Creación del Cesar, Memorias de una gesta.
NOTA. Mis deseos para todos: salud, armonía, trabajo y paz. Regresó con mi columna después del 10 de enero. Les regalo estos versos: Ya la estrella de Belén, alumbra en la inmensidad/ anuncia la navidad, que ha llegado para el bien/ Los salmos son un edén, son un follaje de amor/ ha nacido El Redentor en un humilde pesebre/ Los creyentes cual orfebre, brillan de fe en el albor.
En San Diego de las Flores, nace José Antonio Murgas, el poeta de la prosodia y la fuerza imaginante del espíritu. Los caminos mestizos de llanuras sonámbulas con ojos de lluvia y sol radiante tropical, entrelazan en su memoria, el eco tribal de los indomables Tupes y la voz apacible, soñadora y vegetal de sus […]
En San Diego de las Flores, nace José Antonio Murgas, el poeta de la prosodia y la fuerza imaginante del espíritu. Los caminos mestizos de llanuras sonámbulas con ojos de lluvia y sol radiante tropical, entrelazan en su memoria, el eco tribal de los indomables Tupes y la voz apacible, soñadora y vegetal de sus paisanos sandieganos.
Perfecta Murgas Puche, su madre, excelsa mujer consagrada a los ritos del evangelio católico, perfila su infancia por las rutas de la responsabilidad y el estudio; ya en los años de bachiller en el Liceo Celedón de Santa Marta se destacaba en los centros literarios por su oratoria poética, y luego en la Universidad Nacional de Bogotá es reconocido por su participación en el movimiento estudiantil contra la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla. En su vida pública: insigne abogado, congresista en representación del Magdalena Grande, y su histórica obra: autor del proyecto de Ley de la creación del departamento del Cesar (Ley 25 de 1967). Después fue gobernador del Cesar, ministro de Trabajo, embajador de Colombia ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y rector de la Universidad Popular del Cesar. Estas dignidades lo erigen como un personaje de la historia del Cesar; pero hay otra dimensión que lo eterniza en el podio del arte, y es su obra poética; los que la han leído, no dudan en calificarlo como un poeta mayor. Además, es virtuoso declamador.
El ser humano es un inmensurable soñador y creador, y si consagra la vocación por la poesía se propone a dibujar el mundo en palabras. José Antonio Murgas en sus 88 años se ha poblado de imágenes provincianas y universales, de pájaros pincelando el viento con los colores de su canto, de nubes en la celebración transparente de la lluvia, de los ríos en la arboleda perfumada de colores, de las montañas melificadas en la fértil estación de las semillas, de las calles de la ciudad abrazadas a la solitaria compañía de la nostalgia, de los monumentos que guardan las gestas de las tradiciones, de los amores que conquistaron la geografía de su alma. Escucha a los rapsodas con los heraldos de sus ancestros, la procelosa negra que baila excitada en los estambres del palenque, la magia del maíz que convoca a las mujeres vallenatas al ritmo de piloneras; pero también escucha las palabras luminosas de los filósofos, y tiene como Jorge Luis Borges: “el siempre enrevesado enigma de la vastedad del universo, que devanea a sabios y literatos”.
Para el poeta siempre existe un diálogo entre la razón y la emoción, la prudencia para pensar antes de hablar. Cultiva las orquídeas que pimpollean la aurora en la concordia vital de los aconteceres. Recorre con claridad hermenéutica los logos de la filosofía, la política, la historia y la literatura; de ahí nutre su elocuencia aforada en la acústica luminosa de la poesía. José Antonio Murgas ha forjado en la liturgia de la meditación y en las horas de largos silencios, la epopeya secular de los libros, extensión ritual de la imaginación y la memoria. Así nació su libro: Creación del Cesar, Memorias de una gesta.
NOTA. Mis deseos para todos: salud, armonía, trabajo y paz. Regresó con mi columna después del 10 de enero. Les regalo estos versos: Ya la estrella de Belén, alumbra en la inmensidad/ anuncia la navidad, que ha llegado para el bien/ Los salmos son un edén, son un follaje de amor/ ha nacido El Redentor en un humilde pesebre/ Los creyentes cual orfebre, brillan de fe en el albor.