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Columnista - 23 diciembre, 2017

Esta es la Noche

Sentado en la esquina del parque principal de Media Luna, lejos de mi familia, de mis amigos más entrañables y con la nostalgia de mis días infantiles en mi terruño Badillo, miro el cielo hermoso de esta noche y contemplo esa preciosa Luna llena que desde lo alto me habla en silencio y en secreto […]

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Sentado en la esquina del parque principal de Media Luna, lejos de mi familia, de mis amigos más entrañables y con la nostalgia de mis días infantiles en mi terruño Badillo, miro el cielo hermoso de esta noche y contemplo esa preciosa Luna llena que desde lo alto me habla en silencio y en secreto sin pronunciar ni una palabra. La brisa es más fría que lo habitual, la gente sonríe con mayor facilidad; otros sin embargo, no pueden ocultar su tristeza, los niños corren por las calles y felices exhiben sus regalos y juguetes; en el aire se confunden las canciones ante tantas parrandas familiares, pero en esta noche, todo eso se vale.

Porque hoy no es cualquier noche, hoy es la gran y sublime noche, esa noche en que el Cielo se unió con la Tierra en un pacto tan sólido que ya nada ni nadie lo podrá quebrantar. Esta es la noche, en que el Eterno se hizo Temporal, el impasible quiso por amor a nosotros, padecer; el que es universal asumió un rostro particular y concreto; el Todopoderoso se limitó en nuestro Espacio y Tiempo; esta es la noche en que la grandeza divina, no se avergonzó de la fragilidad y pequeñez humana; esta es la noche, en que la misericordia de Dios abrazó para siempre la miseria de cada hombre. Noche santa y gloriosa, sólo ella conoció la bendita hora en que nació: El Salvador, Cristo nuestro Señor.

Esta es la noche que da sentido y razón de ser a todos lo que fuimos, somos y deseamos ser. Esta es la noche, en que se revela ante nuestros ojos que Jesús es Dios con nosotros y nosotros con Dios. Esta es la noche, en la que sabemos que Jesús es Navidad. Sin luces, sin guirnaldas, sin pesebres, sin parrandas, sin arbolitos, sin sancochos y demás comilonas, sin estrenar ropa, casa o carro nuevo, hasta sin pintar la casa, sin probar una gota de licor, sin un juguete, sin pólvora, sin natillas y buñuelos, sin todo eso, habría Navidad. Pero sin Jesús, nada de lo anterior tendría razón de ser. Sin Jesús en nuestros corazones, sin Él, no hay alegría, todo es pasajero, nada llena, todo es vano. Sin Jesús no hay Navidad. Esta es la noche en que Jesús vuelve a nacer en cada hombre que se abre al amor de Dios: “Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna”: Juan 3, 16. Esta es la noche en que se nos da a cada uno el regalo más grande, no ha habido, no hay ni habrá otro más grande, ese regalo, tiene un nombre, un rostro y una voz: Jesús de Nazaret.

Esta es la noche de Jesús, esta es la noche de Dios, esta es la noche del hombre, esta es la noche de la nueva creación. Esta es la noche del 24 de diciembre, en esta noche no celebramos una fecha, sino un acontecimiento, el más grande de la historia: la Encarnación del Hijo de Dios. Esta es la noche en que se canta y se escucha, tal vez el más bello villancico, cuya letra fue realizada por el sacerdote austriaco Joseph Mohr e interpretado por primera vez el 24 de diciembre de 1818 en la iglesia de San Nicolás de Oberndorf, Austria: “Noche de paz, noche de amor, Todo duerme alrededor, entre los astros que esparcen su luz, viene anunciando al niño Jesús. Brilla la estrella de paz. Brilla la estrella de paz”. Esta es la noche de paz, la noche de amor, esta es la noche de la alegría en que decimos y deseamos a los demás: ¡Feliz Navidad!

Columnista
23 diciembre, 2017

Esta es la Noche

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Juan Carlos Mendoza

Sentado en la esquina del parque principal de Media Luna, lejos de mi familia, de mis amigos más entrañables y con la nostalgia de mis días infantiles en mi terruño Badillo, miro el cielo hermoso de esta noche y contemplo esa preciosa Luna llena que desde lo alto me habla en silencio y en secreto […]


Sentado en la esquina del parque principal de Media Luna, lejos de mi familia, de mis amigos más entrañables y con la nostalgia de mis días infantiles en mi terruño Badillo, miro el cielo hermoso de esta noche y contemplo esa preciosa Luna llena que desde lo alto me habla en silencio y en secreto sin pronunciar ni una palabra. La brisa es más fría que lo habitual, la gente sonríe con mayor facilidad; otros sin embargo, no pueden ocultar su tristeza, los niños corren por las calles y felices exhiben sus regalos y juguetes; en el aire se confunden las canciones ante tantas parrandas familiares, pero en esta noche, todo eso se vale.

Porque hoy no es cualquier noche, hoy es la gran y sublime noche, esa noche en que el Cielo se unió con la Tierra en un pacto tan sólido que ya nada ni nadie lo podrá quebrantar. Esta es la noche, en que el Eterno se hizo Temporal, el impasible quiso por amor a nosotros, padecer; el que es universal asumió un rostro particular y concreto; el Todopoderoso se limitó en nuestro Espacio y Tiempo; esta es la noche en que la grandeza divina, no se avergonzó de la fragilidad y pequeñez humana; esta es la noche, en que la misericordia de Dios abrazó para siempre la miseria de cada hombre. Noche santa y gloriosa, sólo ella conoció la bendita hora en que nació: El Salvador, Cristo nuestro Señor.

Esta es la noche que da sentido y razón de ser a todos lo que fuimos, somos y deseamos ser. Esta es la noche, en que se revela ante nuestros ojos que Jesús es Dios con nosotros y nosotros con Dios. Esta es la noche, en la que sabemos que Jesús es Navidad. Sin luces, sin guirnaldas, sin pesebres, sin parrandas, sin arbolitos, sin sancochos y demás comilonas, sin estrenar ropa, casa o carro nuevo, hasta sin pintar la casa, sin probar una gota de licor, sin un juguete, sin pólvora, sin natillas y buñuelos, sin todo eso, habría Navidad. Pero sin Jesús, nada de lo anterior tendría razón de ser. Sin Jesús en nuestros corazones, sin Él, no hay alegría, todo es pasajero, nada llena, todo es vano. Sin Jesús no hay Navidad. Esta es la noche en que Jesús vuelve a nacer en cada hombre que se abre al amor de Dios: “Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna”: Juan 3, 16. Esta es la noche en que se nos da a cada uno el regalo más grande, no ha habido, no hay ni habrá otro más grande, ese regalo, tiene un nombre, un rostro y una voz: Jesús de Nazaret.

Esta es la noche de Jesús, esta es la noche de Dios, esta es la noche del hombre, esta es la noche de la nueva creación. Esta es la noche del 24 de diciembre, en esta noche no celebramos una fecha, sino un acontecimiento, el más grande de la historia: la Encarnación del Hijo de Dios. Esta es la noche en que se canta y se escucha, tal vez el más bello villancico, cuya letra fue realizada por el sacerdote austriaco Joseph Mohr e interpretado por primera vez el 24 de diciembre de 1818 en la iglesia de San Nicolás de Oberndorf, Austria: “Noche de paz, noche de amor, Todo duerme alrededor, entre los astros que esparcen su luz, viene anunciando al niño Jesús. Brilla la estrella de paz. Brilla la estrella de paz”. Esta es la noche de paz, la noche de amor, esta es la noche de la alegría en que decimos y deseamos a los demás: ¡Feliz Navidad!