Era una noche demasiada fría para poder pensar. Caminábamos a paso acelerado desde el metro para llegar a tiempo al partido, mientras los primeros acuses del invierno nos calaban hasta el alma y el gélido viento nos soplaba por dentro para recordarnos que no somos de aquí. Entonces, justo frente a la puerta del estadio, […]
Era una noche demasiada fría para poder pensar. Caminábamos a paso acelerado desde el metro para llegar a tiempo al partido, mientras los primeros acuses del invierno nos calaban hasta el alma y el gélido viento nos soplaba por dentro para recordarnos que no somos de aquí. Entonces, justo frente a la puerta del estadio, por una jugada del azar, las vimos. Cinco grandes cruces blancas plantadas sobre el andén se alzaban en la mitad de aquel cruce vehicular en el barrio Tribeca y, junto al árbol más cercano, colgaba inmortal la camiseta albiazul de Leonel Messi, ondeándose digna como un estandarte que resistiría a la muerte misma.
Sin planearlo esa noche habíamos terminado junto al homenaje póstumo de la ciudad de Nueva York a los cinco argentinos asesinados por Sayfullo Saipov, terrorista al servicio del Estado Islámico, durante la persecución y posterior tiroteo que protagonizó en Halloween. Adornadas con corazones de cartulina roja otoñal, osos de peluche llevados por niños entusiastas y ramos de flores que se acumulaban como ofrendas bajo las fotos de las víctimas, aquellas cruces se habían convertido en un altar a la vida. Un “We are sorry and we love you” era el epitafio final que se leía sobre aquellas tumbas ficticias de unos amigos que llegaron a la ciudad para celebrar su amistad y terminaron muriendo como hermanos en una guerra que no es suya.
Siempre habrá oportunidad para sobresaltarse por lo efímera que es la vida. Con solo pensar que días antes sobre ese mismo asfalto caían los inocentes cuerpos baleados de esos amigos argentinos, que bien podrían haber sido cualquiera de nosotros ubicados en el lugar y el momento equivocados, te entra un retorcijón en los riñones y uno de esos vacíos en el pecho que no logras explicar. A pesar de haber nacido en una época y un país donde las bombas y los atentados eran un evento relativamente familiar, uno nunca se termina de acostumbrar a la violencia ni la crueldad.
Ese martes la noticia se regó como pólvora. Los celulares vibraban con alertas de breaking news y recomendaciones de no caminar por esa zona del centro. Salí a dar una vuelta para tomarle el pulso a la calle y me encontré con la sorpresiva resiliencia de la ciudad. Lo que yo esperaba que fuera un paraje desolado por el miedo campante, era un festival de disfraces y risas. Decenas de niños con sus padres, de tienda en tienda, haciendo trueque de trick-or-treat al que se atravesara, paseaban de la mano mientras los televisores reportaban segundo a segundo los avances en la investigación.
En medio de mi sorpresa comprendí que había subestimado tontamente la capacidad de Nueva York para reponerse a lo imperdonable. Una ciudad que ha visto el terror en primera fila y alta definición tiene toda la fuerza para volver sobre sus cicatrices, levantarse, quitarse el polvo y seguir luchando. Entonces esas cinco cruces blancas ganaron otro significado para mí. Eran la manifestación de rebeldía de un pueblo dispuesto a seguir adelante.
Por Fuad Gonzalo Chacón
[email protected]
@FuadChacon
Era una noche demasiada fría para poder pensar. Caminábamos a paso acelerado desde el metro para llegar a tiempo al partido, mientras los primeros acuses del invierno nos calaban hasta el alma y el gélido viento nos soplaba por dentro para recordarnos que no somos de aquí. Entonces, justo frente a la puerta del estadio, […]
Era una noche demasiada fría para poder pensar. Caminábamos a paso acelerado desde el metro para llegar a tiempo al partido, mientras los primeros acuses del invierno nos calaban hasta el alma y el gélido viento nos soplaba por dentro para recordarnos que no somos de aquí. Entonces, justo frente a la puerta del estadio, por una jugada del azar, las vimos. Cinco grandes cruces blancas plantadas sobre el andén se alzaban en la mitad de aquel cruce vehicular en el barrio Tribeca y, junto al árbol más cercano, colgaba inmortal la camiseta albiazul de Leonel Messi, ondeándose digna como un estandarte que resistiría a la muerte misma.
Sin planearlo esa noche habíamos terminado junto al homenaje póstumo de la ciudad de Nueva York a los cinco argentinos asesinados por Sayfullo Saipov, terrorista al servicio del Estado Islámico, durante la persecución y posterior tiroteo que protagonizó en Halloween. Adornadas con corazones de cartulina roja otoñal, osos de peluche llevados por niños entusiastas y ramos de flores que se acumulaban como ofrendas bajo las fotos de las víctimas, aquellas cruces se habían convertido en un altar a la vida. Un “We are sorry and we love you” era el epitafio final que se leía sobre aquellas tumbas ficticias de unos amigos que llegaron a la ciudad para celebrar su amistad y terminaron muriendo como hermanos en una guerra que no es suya.
Siempre habrá oportunidad para sobresaltarse por lo efímera que es la vida. Con solo pensar que días antes sobre ese mismo asfalto caían los inocentes cuerpos baleados de esos amigos argentinos, que bien podrían haber sido cualquiera de nosotros ubicados en el lugar y el momento equivocados, te entra un retorcijón en los riñones y uno de esos vacíos en el pecho que no logras explicar. A pesar de haber nacido en una época y un país donde las bombas y los atentados eran un evento relativamente familiar, uno nunca se termina de acostumbrar a la violencia ni la crueldad.
Ese martes la noticia se regó como pólvora. Los celulares vibraban con alertas de breaking news y recomendaciones de no caminar por esa zona del centro. Salí a dar una vuelta para tomarle el pulso a la calle y me encontré con la sorpresiva resiliencia de la ciudad. Lo que yo esperaba que fuera un paraje desolado por el miedo campante, era un festival de disfraces y risas. Decenas de niños con sus padres, de tienda en tienda, haciendo trueque de trick-or-treat al que se atravesara, paseaban de la mano mientras los televisores reportaban segundo a segundo los avances en la investigación.
En medio de mi sorpresa comprendí que había subestimado tontamente la capacidad de Nueva York para reponerse a lo imperdonable. Una ciudad que ha visto el terror en primera fila y alta definición tiene toda la fuerza para volver sobre sus cicatrices, levantarse, quitarse el polvo y seguir luchando. Entonces esas cinco cruces blancas ganaron otro significado para mí. Eran la manifestación de rebeldía de un pueblo dispuesto a seguir adelante.
Por Fuad Gonzalo Chacón
[email protected]
@FuadChacon