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Columnista - 11 noviembre, 2017

Croniquilla. En una calle de San Juan

Las tropas “nuñistas” que se aproximaban oyeron el canto lánguido de un gallo que se vino en el aire desde algún traspatio de San Juan. Tres días con paso redoblado llevaban tras derrotar en San Pablo a los pelotones gobiernistas del general Felipe Farías, que a duras penas se había refugiado en esa población de […]

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Las tropas “nuñistas” que se aproximaban oyeron el canto lánguido de un gallo que se vino en el aire desde algún traspatio de San Juan. Tres días con paso redoblado llevaban tras derrotar en San Pablo a los pelotones gobiernistas del general Felipe Farías, que a duras penas se había refugiado en esa población de la provincia.

Ahora como punta de lanza las avanzadas nuñistas que venían acosándolo estaban ya a dos tiros de fusil de los primeros patios de allí, cuando se toparon con una mujer montada en un burro con un niño en ancas. Ella dio la información que cuando salía de San Juan los soldados “parristas” del gobierno, comandados por Farías, se disponían a salir del lugar por el camino que llevaba a Valle Dupar. Instantes después les llegó el eco de un clarín mandando la retirada que confirmaba lo dicho por la mujer del burro, quien dijo apodarse Tinda, y Paulino el niño de ancas. Cuando pudo, ella mandó al niño por otro camino disimulado para que avisara a Farías de la proximidad de la tropa que llegaba.

Seguro de la desocupación del pueblo, Manuel Joaquín Santa Isabel Riascos, general de los nuñistas, dio orden de entrar en él sin previsión alguna. Era el 7 de agosto de 1875.

Riascos, civilista y guerrero, según la ocasión, era conocido en toda la costa Caribe con un nombre de alta fama.

Presidente del Estado Soberano del Magdalena, también había sido Presidente de los Estados Unidos de Colombia por cuarenta y tres días, porque juró ese cargo cuando se supo en el Litoral Caribe que el gran general Mosquera había disuelto el Congreso y mandaba la República como dictador, y que ni el general Santos Gutiérrez, ni el general Santos Acosta, Primero y Segundo Designado habían ocupado la silla presidencial. Entonces él, como Tercer Designado, al llegarle tales noticias había jurado la primera magistratura del país cuando además supo que al dictador Mosquera lo sorprendieron dormido en su alcoba de Palacio y lo encarcelaron en el viejo edifico del Observatorio Astronómico en Bogotá.

Ahora estaba aquí en sus bravos partidarios dando cara al gobierno de Santiago Pérez porque éste había convocado a una reunión en palacio para pedir a los militares de alto rango que le metieran el hombro a la candidatura de Aquileo Parra, como su sucesor en el mando del gobierno nacional. Esa postura indecorosa y de dados cargados a favor de un candidato liberal y en disfavor de otro candidato liberal como lo era Rafael Núñez, hizo que él, Joaquín Riascos, se alzara en armas contra el gobierno central de Pérez. Además los parristas del Magdalena habían querido quitarle la vida en una ocasión de un viaje a caballo entre Ciénaga y Santa Marta y que gracias a un aviso anónimo que llegó a sus manos, supo a tiempo del complot para asesinarlo.

Trataría ahora de cortarle la retirada a Farías para impedirle recibir por vía de Valle Dupar, un cargamento de 300 fusiles Remington que desde El Banco le enviaba Daniel Delgado, general gobiernista.

Pero Farías, cambiando de opinión por la información del niño Paulino, resolvió apostarse en la población para sorprender a Riascos. Éste, entonces, entró a la población por la Calle del Embudo. Un trecho más adelante quedó atrapado por un nutrido tiroteo que salía de las casas en las que se había escondido la gente de Farías. En ese apurado trance sus auxiliares le aconsejaron incendiar la población, a lo que se negó para no exponer las vidas de mujeres, ancianos y niños del lugar. El día 8 una bala atravesó su pecho cuando se cubría detrás de un árbol. Al saberse la tragedia donde hubo más de 350 muertos, Aquileo Parra envió con el peor de los sarcasmos un telegrama de aviso al presidente Pérez que decía: “Murió Riascos, viva la Republica”.

En desagravio del caído de aquella burla grosera, el poeta Joaquín Posada en el camafeo de Rafael Núñez, años después, estampó la siguiente cuarteta: “Y por él, con noble afán / cometiendo un desacierto / Joaquín Riascos cayó muerto / bueno y valiente en San Juan”.

Rodolfo Ortega Montero

Columnista
11 noviembre, 2017

Croniquilla. En una calle de San Juan

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Rodolfo Ortega Montero

Las tropas “nuñistas” que se aproximaban oyeron el canto lánguido de un gallo que se vino en el aire desde algún traspatio de San Juan. Tres días con paso redoblado llevaban tras derrotar en San Pablo a los pelotones gobiernistas del general Felipe Farías, que a duras penas se había refugiado en esa población de […]


Las tropas “nuñistas” que se aproximaban oyeron el canto lánguido de un gallo que se vino en el aire desde algún traspatio de San Juan. Tres días con paso redoblado llevaban tras derrotar en San Pablo a los pelotones gobiernistas del general Felipe Farías, que a duras penas se había refugiado en esa población de la provincia.

Ahora como punta de lanza las avanzadas nuñistas que venían acosándolo estaban ya a dos tiros de fusil de los primeros patios de allí, cuando se toparon con una mujer montada en un burro con un niño en ancas. Ella dio la información que cuando salía de San Juan los soldados “parristas” del gobierno, comandados por Farías, se disponían a salir del lugar por el camino que llevaba a Valle Dupar. Instantes después les llegó el eco de un clarín mandando la retirada que confirmaba lo dicho por la mujer del burro, quien dijo apodarse Tinda, y Paulino el niño de ancas. Cuando pudo, ella mandó al niño por otro camino disimulado para que avisara a Farías de la proximidad de la tropa que llegaba.

Seguro de la desocupación del pueblo, Manuel Joaquín Santa Isabel Riascos, general de los nuñistas, dio orden de entrar en él sin previsión alguna. Era el 7 de agosto de 1875.

Riascos, civilista y guerrero, según la ocasión, era conocido en toda la costa Caribe con un nombre de alta fama.

Presidente del Estado Soberano del Magdalena, también había sido Presidente de los Estados Unidos de Colombia por cuarenta y tres días, porque juró ese cargo cuando se supo en el Litoral Caribe que el gran general Mosquera había disuelto el Congreso y mandaba la República como dictador, y que ni el general Santos Gutiérrez, ni el general Santos Acosta, Primero y Segundo Designado habían ocupado la silla presidencial. Entonces él, como Tercer Designado, al llegarle tales noticias había jurado la primera magistratura del país cuando además supo que al dictador Mosquera lo sorprendieron dormido en su alcoba de Palacio y lo encarcelaron en el viejo edifico del Observatorio Astronómico en Bogotá.

Ahora estaba aquí en sus bravos partidarios dando cara al gobierno de Santiago Pérez porque éste había convocado a una reunión en palacio para pedir a los militares de alto rango que le metieran el hombro a la candidatura de Aquileo Parra, como su sucesor en el mando del gobierno nacional. Esa postura indecorosa y de dados cargados a favor de un candidato liberal y en disfavor de otro candidato liberal como lo era Rafael Núñez, hizo que él, Joaquín Riascos, se alzara en armas contra el gobierno central de Pérez. Además los parristas del Magdalena habían querido quitarle la vida en una ocasión de un viaje a caballo entre Ciénaga y Santa Marta y que gracias a un aviso anónimo que llegó a sus manos, supo a tiempo del complot para asesinarlo.

Trataría ahora de cortarle la retirada a Farías para impedirle recibir por vía de Valle Dupar, un cargamento de 300 fusiles Remington que desde El Banco le enviaba Daniel Delgado, general gobiernista.

Pero Farías, cambiando de opinión por la información del niño Paulino, resolvió apostarse en la población para sorprender a Riascos. Éste, entonces, entró a la población por la Calle del Embudo. Un trecho más adelante quedó atrapado por un nutrido tiroteo que salía de las casas en las que se había escondido la gente de Farías. En ese apurado trance sus auxiliares le aconsejaron incendiar la población, a lo que se negó para no exponer las vidas de mujeres, ancianos y niños del lugar. El día 8 una bala atravesó su pecho cuando se cubría detrás de un árbol. Al saberse la tragedia donde hubo más de 350 muertos, Aquileo Parra envió con el peor de los sarcasmos un telegrama de aviso al presidente Pérez que decía: “Murió Riascos, viva la Republica”.

En desagravio del caído de aquella burla grosera, el poeta Joaquín Posada en el camafeo de Rafael Núñez, años después, estampó la siguiente cuarteta: “Y por él, con noble afán / cometiendo un desacierto / Joaquín Riascos cayó muerto / bueno y valiente en San Juan”.

Rodolfo Ortega Montero