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Columnista - 1 octubre, 2017

El cielo

En el corazón humano late el deseo de eternidad, y no hay nada que le haga estremecer tanto como la certeza de la muerte. El inexorable “tic tac” del reloj nos recuerda que no somos eternos y que cada día nos acercamos a la tumba. Nadie quiere morir, pero todos debemos enfrentarnos a la realidad […]

En el corazón humano late el deseo de eternidad, y no hay nada que le haga estremecer tanto como la certeza de la muerte. El inexorable “tic tac” del reloj nos recuerda que no somos eternos y que cada día nos acercamos a la tumba. Nadie quiere morir, pero todos debemos enfrentarnos a la realidad de la muerte.

La certeza de la vida eterna da al ser humano una visión diferente sobre su existencia. Nuestro destino no se haya aquí, nuestra esperanza no termina en el sepulcro, la muerte es simplemente un paso que, aunque de manera dolorosa, nos conduce a una mejor realidad: el cielo.

Algunos han entendido el cielo como un mero concepto y la más grande de las alienaciones posibles; una pseudo realidad que se instala en la mente de las personas para que vivan con la ilusión del “más allá” y se desentiendan del presente; un estímulo condicionado que busca propiciar una respuesta, principal modo de proceder en la concepción conductista de una farsa que se llama religión; una ilusión infantil, la proyección de los deseos y aspiraciones inalcanzadas del ser humano, el deseo del hombre de estar pegado eternamente a las enaguas de su madre.

¿Qué es el cielo? ¿Dónde queda? ¿Hay que esperar morirse para ser feliz?

Aunque en esta vida terrena encontremos motivos –y los hay de sobra– para sentirnos alegres, encontramos también situaciones que frustran el deseo de felicidad que late en nuestro interior.

El cielo, como realidad trascendente que liberará nuestro ser de las limitaciones del espacio y del tiempo, debe entenderse como la felicidad perfecta, el estado en el que se posee todo lo que se desea y no se repudia nada de lo que se tiene. Aquí experimentamos alegrías y felicidades parciales, allá seremos eterna y perfectamente felices.

Por otra parte, hemos de recordar que el cielo no es una mera abstracción, ni tampoco un lugar físico entre las nubes, sino un estado de alegría y paz perfectas, el abrazo de la creatura con el Creador, la plenitud de vida de quien, tarde o temprano, experimentará que lleva en su interior el profundo deseo de algo que sobrepasa la materia y el tiempo… Feliz domingo.

Por Marlon Domínguez

 

Columnista
1 octubre, 2017

El cielo

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Marlon Javier Domínguez

En el corazón humano late el deseo de eternidad, y no hay nada que le haga estremecer tanto como la certeza de la muerte. El inexorable “tic tac” del reloj nos recuerda que no somos eternos y que cada día nos acercamos a la tumba. Nadie quiere morir, pero todos debemos enfrentarnos a la realidad […]


En el corazón humano late el deseo de eternidad, y no hay nada que le haga estremecer tanto como la certeza de la muerte. El inexorable “tic tac” del reloj nos recuerda que no somos eternos y que cada día nos acercamos a la tumba. Nadie quiere morir, pero todos debemos enfrentarnos a la realidad de la muerte.

La certeza de la vida eterna da al ser humano una visión diferente sobre su existencia. Nuestro destino no se haya aquí, nuestra esperanza no termina en el sepulcro, la muerte es simplemente un paso que, aunque de manera dolorosa, nos conduce a una mejor realidad: el cielo.

Algunos han entendido el cielo como un mero concepto y la más grande de las alienaciones posibles; una pseudo realidad que se instala en la mente de las personas para que vivan con la ilusión del “más allá” y se desentiendan del presente; un estímulo condicionado que busca propiciar una respuesta, principal modo de proceder en la concepción conductista de una farsa que se llama religión; una ilusión infantil, la proyección de los deseos y aspiraciones inalcanzadas del ser humano, el deseo del hombre de estar pegado eternamente a las enaguas de su madre.

¿Qué es el cielo? ¿Dónde queda? ¿Hay que esperar morirse para ser feliz?

Aunque en esta vida terrena encontremos motivos –y los hay de sobra– para sentirnos alegres, encontramos también situaciones que frustran el deseo de felicidad que late en nuestro interior.

El cielo, como realidad trascendente que liberará nuestro ser de las limitaciones del espacio y del tiempo, debe entenderse como la felicidad perfecta, el estado en el que se posee todo lo que se desea y no se repudia nada de lo que se tiene. Aquí experimentamos alegrías y felicidades parciales, allá seremos eterna y perfectamente felices.

Por otra parte, hemos de recordar que el cielo no es una mera abstracción, ni tampoco un lugar físico entre las nubes, sino un estado de alegría y paz perfectas, el abrazo de la creatura con el Creador, la plenitud de vida de quien, tarde o temprano, experimentará que lleva en su interior el profundo deseo de algo que sobrepasa la materia y el tiempo… Feliz domingo.

Por Marlon Domínguez