El país se esta gestando una crisis institucional de enormes proporciones, a consecuencia de la corrupción que, como afirmó el Papa Francisco en su visita a Paraguay “es la gangrena de un pueblo”, que ha hecho metástasis, comprometiendo tanto al sector público – a todos los niveles – como al privado y está corroyendo los […]
El país se esta gestando una crisis institucional de enormes proporciones, a consecuencia de la corrupción que, como afirmó el Papa Francisco en su visita a Paraguay “es la gangrena de un pueblo”, que ha hecho metástasis, comprometiendo tanto al sector público – a todos los niveles – como al privado y está corroyendo los cimientos de la democracia, la degradación de la política y la polarización política. Además de sus estragos en la política y en la ética, la corrupción afecta el desempeño de la economía. Según un estudio reciente subir un punto en el Índice de percepción de corrupción, cuya escala es de 1 a 10, baja la tasa de crecimiento del PIB per cápita 0.86%.
Y de contera, la corrupción generalizada da pábulo para que se incube una crisis de confianza en las instituciones, que a poco andar, deriva en una pérdida de gobernabilidad y si ella no se detiene a tiempo puede conducir a la pérdida de la legitimidad de las instituciones, que es el principio del fin de una democracia. Así empezó Guatemala y el pueblo terminó eligiendo a un payaso profesional (Jimmy Morales), ahora cuestionado, también él, por actos de corrupción y así empezó también la tragedia de Venezuela con el asalto a su democracia por parte de Chávez y vean por dónde vamos. Bien se ha dicho que el pueblo le perdona a sus líderes, a sus dirigentes, que metan las patas, pero lo imperdonable para él es que metan las manos en donde no deben.
Quienes viven con la monserga del “castrochavismo” a flor de labios no se han dado cuenta que con sus actitudes y sus diatribas en contra de la Justicia, el ejecutivo y el Congreso están cavando su propia sepultura. El desapego del pueblo por sus maltrechas y denostadas instituciones, por puro malpecho, lo puede llevar a embarcarse en la aventura del populismo de cualquier signo. Este fenómeno lo caracterizó muy bien el sociólogo argentino Guillermo O´Donnell y lo denominó acertadamente como la “democracia delegativa” o de “baja intensidad”, producto del desencanto ciudadano, que lo lleva a delegar todo el poder de decisión en las manos de un líder carismático, providencial y mesiánico, que lo lleve a cualquier parte. Y bien sabemos que, como lo dijo The Economist, “los populistas prometen a las gentes quitarles de encima a las tensiones que causan las restricciones institucionales”, desembarazarse de ellas. Como corolario podemos decir que los riesgos de caer en los abismos del populismo no están en lo acordado con las FARC, como se ha pretendido hacer creer interesadamente, sino en la corrupción y en la degradación de la política.
El desprestigio de la política y de los partidos políticos ha llegado a tal punto que en una de las más recientes encuestas, la del Pulso País, la imagen desfavorable de ellos registró un 77%, al tiempo que la Encuesta de Cifras y Conceptos revela que el 57% de los consultados no se identifica con partido alguno, lo cual muestra la gran aversión que se tiene a los mismos. De allí que tantos aspirantes a la Presidencia, en número de 26 y tantísimos aspirantes al Congreso de la República, prefieran recoger firmas a buscar el aval de sus partidos para inscribirse ante la autoridad electoral de cara a las próximas elecciones. Claro está que ello se ha convertido en un juego de prestidigitación para engañar incautos, tratando de fingir independencia con respecto a los denostados partidos políticos, al amparo de los cuales han pelechado por años muchos de ellos, desmarcándose de ellos. Pero, los electores no son tontos y saben que aunque la mona se vista de seda mona se queda.
Por todas las razones anteriores, debemos levantar la bandera, no banderiza, ni partidista, sino ciudadana, de la lucha frontal, de una guerra sin cuartel, en contra de la corrupción y por la dignificación del ejercicio de la política, así como para rescatar el prestigio y la credibilidad en la Justicia. Se debe evitar a todo trance que la lucha en contra de la corrupción se convierta en una bandera política, en un arma arrojadiza entre contrarios para descalificarse unos a otros, por que ello la desvirtúa. Y en ello está llamado a cumplir un papel muy importante la ciudadanía a través del control social, que es el mejor antídoto contra la corrupción. Karl Popper dijo que “no necesitamos tantos buenos hombres como buenas instituciones”, pero no hablaba de Colombia, pues aquí necesitamos tanto de buenos hombres y mujeres y también de buenas instituciones!
Amylkar D. Acosta M
El país se esta gestando una crisis institucional de enormes proporciones, a consecuencia de la corrupción que, como afirmó el Papa Francisco en su visita a Paraguay “es la gangrena de un pueblo”, que ha hecho metástasis, comprometiendo tanto al sector público – a todos los niveles – como al privado y está corroyendo los […]
El país se esta gestando una crisis institucional de enormes proporciones, a consecuencia de la corrupción que, como afirmó el Papa Francisco en su visita a Paraguay “es la gangrena de un pueblo”, que ha hecho metástasis, comprometiendo tanto al sector público – a todos los niveles – como al privado y está corroyendo los cimientos de la democracia, la degradación de la política y la polarización política. Además de sus estragos en la política y en la ética, la corrupción afecta el desempeño de la economía. Según un estudio reciente subir un punto en el Índice de percepción de corrupción, cuya escala es de 1 a 10, baja la tasa de crecimiento del PIB per cápita 0.86%.
Y de contera, la corrupción generalizada da pábulo para que se incube una crisis de confianza en las instituciones, que a poco andar, deriva en una pérdida de gobernabilidad y si ella no se detiene a tiempo puede conducir a la pérdida de la legitimidad de las instituciones, que es el principio del fin de una democracia. Así empezó Guatemala y el pueblo terminó eligiendo a un payaso profesional (Jimmy Morales), ahora cuestionado, también él, por actos de corrupción y así empezó también la tragedia de Venezuela con el asalto a su democracia por parte de Chávez y vean por dónde vamos. Bien se ha dicho que el pueblo le perdona a sus líderes, a sus dirigentes, que metan las patas, pero lo imperdonable para él es que metan las manos en donde no deben.
Quienes viven con la monserga del “castrochavismo” a flor de labios no se han dado cuenta que con sus actitudes y sus diatribas en contra de la Justicia, el ejecutivo y el Congreso están cavando su propia sepultura. El desapego del pueblo por sus maltrechas y denostadas instituciones, por puro malpecho, lo puede llevar a embarcarse en la aventura del populismo de cualquier signo. Este fenómeno lo caracterizó muy bien el sociólogo argentino Guillermo O´Donnell y lo denominó acertadamente como la “democracia delegativa” o de “baja intensidad”, producto del desencanto ciudadano, que lo lleva a delegar todo el poder de decisión en las manos de un líder carismático, providencial y mesiánico, que lo lleve a cualquier parte. Y bien sabemos que, como lo dijo The Economist, “los populistas prometen a las gentes quitarles de encima a las tensiones que causan las restricciones institucionales”, desembarazarse de ellas. Como corolario podemos decir que los riesgos de caer en los abismos del populismo no están en lo acordado con las FARC, como se ha pretendido hacer creer interesadamente, sino en la corrupción y en la degradación de la política.
El desprestigio de la política y de los partidos políticos ha llegado a tal punto que en una de las más recientes encuestas, la del Pulso País, la imagen desfavorable de ellos registró un 77%, al tiempo que la Encuesta de Cifras y Conceptos revela que el 57% de los consultados no se identifica con partido alguno, lo cual muestra la gran aversión que se tiene a los mismos. De allí que tantos aspirantes a la Presidencia, en número de 26 y tantísimos aspirantes al Congreso de la República, prefieran recoger firmas a buscar el aval de sus partidos para inscribirse ante la autoridad electoral de cara a las próximas elecciones. Claro está que ello se ha convertido en un juego de prestidigitación para engañar incautos, tratando de fingir independencia con respecto a los denostados partidos políticos, al amparo de los cuales han pelechado por años muchos de ellos, desmarcándose de ellos. Pero, los electores no son tontos y saben que aunque la mona se vista de seda mona se queda.
Por todas las razones anteriores, debemos levantar la bandera, no banderiza, ni partidista, sino ciudadana, de la lucha frontal, de una guerra sin cuartel, en contra de la corrupción y por la dignificación del ejercicio de la política, así como para rescatar el prestigio y la credibilidad en la Justicia. Se debe evitar a todo trance que la lucha en contra de la corrupción se convierta en una bandera política, en un arma arrojadiza entre contrarios para descalificarse unos a otros, por que ello la desvirtúa. Y en ello está llamado a cumplir un papel muy importante la ciudadanía a través del control social, que es el mejor antídoto contra la corrupción. Karl Popper dijo que “no necesitamos tantos buenos hombres como buenas instituciones”, pero no hablaba de Colombia, pues aquí necesitamos tanto de buenos hombres y mujeres y también de buenas instituciones!
Amylkar D. Acosta M