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Columnista - 2 abril, 2017

Él se enamoró de mí

Cuando el ser humano decidió romper drásticamente el lazo que le unía a su Creador, y constituirse a sí mismo fundamento del bien y del mal, Dios no le abandonó a su oscuro destino, sino que, en el momento mismo en el que enumeraba las consecuencias de la transgresión, trazó el plan que conduciría a […]

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Cuando el ser humano decidió romper drásticamente el lazo que le unía a su Creador, y constituirse a sí mismo fundamento del bien y del mal, Dios no le abandonó a su oscuro destino, sino que, en el momento mismo en el que enumeraba las consecuencias de la transgresión, trazó el plan que conduciría a la redención. En el libro del Génesis, dirigiéndose a la serpiente (personificación del mal), Dios afirma: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo, ella te herirá la cabeza mientras tú acechas su talón”.

Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios cumplió aquella promesa: el Verbo eterno se hizo hombre, con sus palabras y su vida mostró al ser humano la grandeza de su vocación, y con su muerte y resurrección abrió las puertas del paraíso que se encontraban cerradas a causa del pecado. ¿Cómo pudo esto ser posible? Dios lo puede todo. ¿Era esta la única opción? Por supuesto que no. ¿Por qué Dios lo quiso así? Escapa a nuestra inteligencia. ¿Lo sabremos algún día? Es posible que sí.

Lo cierto es que en la persona del carpintero de Nazaret se unieron de manera armoniosa y perfecta la naturaleza humana y la naturaleza divina, de la misma manera que en la mariposa están articuladas sus dos preciosas alas. El Verbo no dejó nunca de ser Dios, mientras que al mismo tiempo se hizo verdadero hombre.

Durante siglos se ha pretendido mostrar a Jesús como una especie de superhombre, exento de todo aquello que podría considerarse debilidad. Con frecuencia se piensa que el Maestro era ajeno a las carencias humanas. Pero no es así. Jesús de Nazaret es verdadero Dios y verdadero hombre y las Sagradas Escrituras así lo atestiguan: se fatigaba, sentía hambre y sed, experimentaba la cólera, la soledad, la tristeza y la angustia, amaba, sentía…

Precisamente el relato del Evangelio que se lee en la Misa de hoy, nos muestra a un Jesús cercano y amigo, que sufre cuando sufren los suyos, y que derrama abundantes lágrimas por la muerte de un ser querido. El Maestro que se hizo llamar a sí mismo la resurrección y la vida, caminó taciturno y sollozante hacia el sepulcro de su amigo, con la profunda certeza de que había de devolverlo a la vida, pero también derramando lágrimas de dolor por su partida…

Este es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre, éste es “aquél a quien los profetas anunciaron, Juan lo proclamó ya próximo, la virgen esperó con indecible amor de madre”, éste es el que extendió sus brazos en la cruz y de cuyo costado nació la Iglesia, de la misma manera que del costado de Adán, dormido en el paraíso, nació Eva. Éste es el hombre que llora de dolor y al mismo tiempo el Dios que resucita, éste es el Jesús que amo y del que pretendo estar toda la vida enamorado, porque aún sin merecerlo, él se enamoró de mí.

Por Marlon Domínguez

[email protected]

Columnista
2 abril, 2017

Él se enamoró de mí

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Marlon Javier Domínguez

Cuando el ser humano decidió romper drásticamente el lazo que le unía a su Creador, y constituirse a sí mismo fundamento del bien y del mal, Dios no le abandonó a su oscuro destino, sino que, en el momento mismo en el que enumeraba las consecuencias de la transgresión, trazó el plan que conduciría a […]


Cuando el ser humano decidió romper drásticamente el lazo que le unía a su Creador, y constituirse a sí mismo fundamento del bien y del mal, Dios no le abandonó a su oscuro destino, sino que, en el momento mismo en el que enumeraba las consecuencias de la transgresión, trazó el plan que conduciría a la redención. En el libro del Génesis, dirigiéndose a la serpiente (personificación del mal), Dios afirma: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo, ella te herirá la cabeza mientras tú acechas su talón”.

Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios cumplió aquella promesa: el Verbo eterno se hizo hombre, con sus palabras y su vida mostró al ser humano la grandeza de su vocación, y con su muerte y resurrección abrió las puertas del paraíso que se encontraban cerradas a causa del pecado. ¿Cómo pudo esto ser posible? Dios lo puede todo. ¿Era esta la única opción? Por supuesto que no. ¿Por qué Dios lo quiso así? Escapa a nuestra inteligencia. ¿Lo sabremos algún día? Es posible que sí.

Lo cierto es que en la persona del carpintero de Nazaret se unieron de manera armoniosa y perfecta la naturaleza humana y la naturaleza divina, de la misma manera que en la mariposa están articuladas sus dos preciosas alas. El Verbo no dejó nunca de ser Dios, mientras que al mismo tiempo se hizo verdadero hombre.

Durante siglos se ha pretendido mostrar a Jesús como una especie de superhombre, exento de todo aquello que podría considerarse debilidad. Con frecuencia se piensa que el Maestro era ajeno a las carencias humanas. Pero no es así. Jesús de Nazaret es verdadero Dios y verdadero hombre y las Sagradas Escrituras así lo atestiguan: se fatigaba, sentía hambre y sed, experimentaba la cólera, la soledad, la tristeza y la angustia, amaba, sentía…

Precisamente el relato del Evangelio que se lee en la Misa de hoy, nos muestra a un Jesús cercano y amigo, que sufre cuando sufren los suyos, y que derrama abundantes lágrimas por la muerte de un ser querido. El Maestro que se hizo llamar a sí mismo la resurrección y la vida, caminó taciturno y sollozante hacia el sepulcro de su amigo, con la profunda certeza de que había de devolverlo a la vida, pero también derramando lágrimas de dolor por su partida…

Este es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre, éste es “aquél a quien los profetas anunciaron, Juan lo proclamó ya próximo, la virgen esperó con indecible amor de madre”, éste es el que extendió sus brazos en la cruz y de cuyo costado nació la Iglesia, de la misma manera que del costado de Adán, dormido en el paraíso, nació Eva. Éste es el hombre que llora de dolor y al mismo tiempo el Dios que resucita, éste es el Jesús que amo y del que pretendo estar toda la vida enamorado, porque aún sin merecerlo, él se enamoró de mí.

Por Marlon Domínguez

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