Entre los diversos concursos, modalidades y categorías que se desarrollan en el marco del Festival de la Leyenda Vallenata, se encuentra uno, que para mí es el más bonito y el de mayor interés, no solo porque constituye la materia prima de la música, sino porque en este concurso tal vez se desarrolla la mayor […]
Entre los diversos concursos, modalidades y categorías que se desarrollan en el marco del Festival de la Leyenda Vallenata, se encuentra uno, que para mí es el más bonito y el de mayor interés, no solo porque constituye la materia prima de la música, sino porque en este concurso tal vez se desarrolla la mayor variedad y creatividad de quienes fuimos premiados por Dios y la naturaleza con el don de ser autores y compositores, pero, además, en esta modalidad se enfrentan los autores reconocidos y famosos con aquellos cuyos nombres pocos han escuchado; los veteranos y clásicos con los jóvenes y neófitos, es decir es una verdadera competencia abierta y en la cual históricamente se han dado agradables sorpresas.
En nuestra música, cuando nació este concurso en los festivales vallenatos, ganaban las canciones que más le gustaran al jurado, independientemente de si se consideraban comerciales o costumbristas; por eso tal vez triunfaron temas como el ‘Río Badillo’, de Octavio Daza (1978); ‘Voz de acordeones’, de Tomas Darío Gutiérrez (1980); ‘Paisaje de sol’, Gustavo Gutiérrez Cabello (1982), entre otras, pero poco a poco se fueron diferenciando las canciones comerciales de las costumbristas y narrativas, y nació un tipo de canción que coloquialmente denominamos en el medio como “festivaleras”, y se fue imponiendo la tesis de que para los Festivales había que hacer canciones especiales, no las que surgieran espontáneamente, por cualquier motivo, que nada tienen que ver con dicho evento; entonces, hoy en día me atrevo a afirmar que más del noventa por ciento de las canciones inéditas que participan en un festival fueron construidas con ese propósito, lo que es una camisa de fuerza, que las encasilla en las tan criticadas, con toda razón, canciones “por encargo”.
Ello implica que los compositores crearon estructuras y estrategias para conquistar a un jurado y a un público que desea escuchar algunas temáticas en las letras y melodías que suelen ser agradables en su combinación, amén de conquistarlos con una buena interpretación, sin preocuparse por que la canción tenga los ingredientes para ser ni un éxito de radio, ni un clásico de aquellos que perduran; dicho de otra manera, las canciones “festivaleras” se hacen simplemente por el triunfo del evento y una vez se acaba el festival, salvo si esta gana, es muy posible que la canción pierda importancia hasta para el mismo compositor y termine literalmente en la basura.
Desde 1986, año en el que ganó Rafael Manjarrez con la canción Ausencia Sentimental, que hoy es el himno del Festival, no hemos podido escuchar en grabaciones que sean éxito canciones ganadoras en un Festival Vallenato, porque los temas “festivaleros” son aparentemente no comerciales; eso se convirtió en un dogma.
Entonces, cuando un compositor hace una canción para participar en un Festival Vallenato, ésta se encuentra condenada a una de dos opciones: o gana, o pertenecerá a partir de esa fecha al selecto grupo de canciones que solo su autor escasamente recordará.
Esto es tan verídico que hay compositores que no desean darle cristiana sepultura a esas canciones y deciden grabarlas y ponerlas a consideración de un público que nunca las pudo escuchar porque su vida efímera solo le alcanzó para participar en el festival.
Por Jorge Nain Ruiz
Entre los diversos concursos, modalidades y categorías que se desarrollan en el marco del Festival de la Leyenda Vallenata, se encuentra uno, que para mí es el más bonito y el de mayor interés, no solo porque constituye la materia prima de la música, sino porque en este concurso tal vez se desarrolla la mayor […]
Entre los diversos concursos, modalidades y categorías que se desarrollan en el marco del Festival de la Leyenda Vallenata, se encuentra uno, que para mí es el más bonito y el de mayor interés, no solo porque constituye la materia prima de la música, sino porque en este concurso tal vez se desarrolla la mayor variedad y creatividad de quienes fuimos premiados por Dios y la naturaleza con el don de ser autores y compositores, pero, además, en esta modalidad se enfrentan los autores reconocidos y famosos con aquellos cuyos nombres pocos han escuchado; los veteranos y clásicos con los jóvenes y neófitos, es decir es una verdadera competencia abierta y en la cual históricamente se han dado agradables sorpresas.
En nuestra música, cuando nació este concurso en los festivales vallenatos, ganaban las canciones que más le gustaran al jurado, independientemente de si se consideraban comerciales o costumbristas; por eso tal vez triunfaron temas como el ‘Río Badillo’, de Octavio Daza (1978); ‘Voz de acordeones’, de Tomas Darío Gutiérrez (1980); ‘Paisaje de sol’, Gustavo Gutiérrez Cabello (1982), entre otras, pero poco a poco se fueron diferenciando las canciones comerciales de las costumbristas y narrativas, y nació un tipo de canción que coloquialmente denominamos en el medio como “festivaleras”, y se fue imponiendo la tesis de que para los Festivales había que hacer canciones especiales, no las que surgieran espontáneamente, por cualquier motivo, que nada tienen que ver con dicho evento; entonces, hoy en día me atrevo a afirmar que más del noventa por ciento de las canciones inéditas que participan en un festival fueron construidas con ese propósito, lo que es una camisa de fuerza, que las encasilla en las tan criticadas, con toda razón, canciones “por encargo”.
Ello implica que los compositores crearon estructuras y estrategias para conquistar a un jurado y a un público que desea escuchar algunas temáticas en las letras y melodías que suelen ser agradables en su combinación, amén de conquistarlos con una buena interpretación, sin preocuparse por que la canción tenga los ingredientes para ser ni un éxito de radio, ni un clásico de aquellos que perduran; dicho de otra manera, las canciones “festivaleras” se hacen simplemente por el triunfo del evento y una vez se acaba el festival, salvo si esta gana, es muy posible que la canción pierda importancia hasta para el mismo compositor y termine literalmente en la basura.
Desde 1986, año en el que ganó Rafael Manjarrez con la canción Ausencia Sentimental, que hoy es el himno del Festival, no hemos podido escuchar en grabaciones que sean éxito canciones ganadoras en un Festival Vallenato, porque los temas “festivaleros” son aparentemente no comerciales; eso se convirtió en un dogma.
Entonces, cuando un compositor hace una canción para participar en un Festival Vallenato, ésta se encuentra condenada a una de dos opciones: o gana, o pertenecerá a partir de esa fecha al selecto grupo de canciones que solo su autor escasamente recordará.
Esto es tan verídico que hay compositores que no desean darle cristiana sepultura a esas canciones y deciden grabarlas y ponerlas a consideración de un público que nunca las pudo escuchar porque su vida efímera solo le alcanzó para participar en el festival.
Por Jorge Nain Ruiz