Este lunes, hace cuatro años que los cardenales reunidos en cónclave en la Capilla Sixtina, eligieron al cardenal Jorge Mario Bergoglio, SJ, arzobispo de Buenos Aires, como sucesor de Pedro.
Este lunes, hace cuatro años que los cardenales reunidos en cónclave en la Capilla Sixtina, eligieron al cardenal Jorge Mario Bergoglio, SJ, arzobispo de Buenos Aires, como sucesor de Pedro. Una elección bajo el signo de la misericordia divina, de acuerdo a la clave de lectura programática que el Papa dio a su escudo episcopal, después pontificio.
Una elección basada en un programa elegido por los cardenales electores impresionados por la intervención del cardenal argentino en el ‘pre-cónclave’. La elección de un Papa es la elección de Dios, y los cardenales en oración fueron así guiados en su voto por el pre-discernimiento antes del cónclave.
Estos primeros cuatro años del pontificado del papa Francisco han constituido una marcha del obispo y del pueblo de Dios en la oración, en la caridad, en la confianza, para construir un mundo de fraternidad bajo la mirada de la Virgen María.
El cardenal Jean-Louis di Vaissière en su reciente libro “François dans la tempête” (Francisco en la tempestad ) dice: “El papa argentino, perfectamente fiel al dogma, trae en la Iglesia aire fresca e intenta poner en acto todo lo que en el Concilio no ha sido plenamente actuado. Da el buen ejemplo más con los gestos que con las palabras, tiene un mensaje maravilloso de esperanza: el de una Iglesia empeñada por los pobres, en la lucha por la vida de más de siete mil millones de personas”.
Sabremos sucesivamente que en las asambleas generales antes del cónclave en la que participaron 161 cardenales entre electores y no electores, se hizo camino el nombre de Bergoglio después de un discurso que él realizó. El cardenal arzobispo hoy emérito de La Habana, Jaime Ortega, pidió después al cardenal Bergoglio si podía tener lo que había dicho. Bergoglio escribió así de puño y letra apuntes para su colega cubano, quien tras de su elección como Papa le pidió poder publicarlo.
Para el cardenal Ortega fue un discurso “magistral, perspicaz, atrayente y auténtico”, que reflejaba en cuatro puntos una evaluación de la situación de la Iglesia.
Coraje y celo por la evangelización: Bergoglio afirmaba que “la Iglesia tiene que salir de sí misma y buscar las periferias”, no solamente geográficas pero también humanas y existenciales, que es necesario ir a los más pequeños, acercando a las personas cuando manifiestan el pecado, el dolor, la injusticia y la ignorancia.
Las ‘enfermedades’ de la Iglesia cuando no evangeliza consisten en la autoreferencialidad, en el “narcisismo teológico”, lejos de la mirada del mundo y “pretendiendo tener a Jesucristo, sin salir afuera”.
Francisco pide discernir entre Iglesia evangelizadora, “la del ‘Dei Verbum religiose audiens et fidenter proclamans’ (la Iglesia que religiosamente escucha fielmente proclama la palabra de Dios”, y de otro lado “la Iglesia mundana que vive en sí, de sí misma y para sí”. Este discernimiento “tienen que iluminar los posibles cambios y reformas que es necesario realizar para la salvación de las almas”.
Último punto: “Pensando al próximo Papa: un hombre que, a través la contemplación de Jesucristo y la adoración de Jesucristo, ayude a la Iglesia a salir de sí misma hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de la dulce y confortante alegría de evangelizar”.
Este es el programa al cual se confiaron los electores que eligieron a Jorge Mario Bergoglio. Y esta reforma realizada bajo el signo de la misericordia, como demuestra también la sorpresa del Jubileo extraordinario, ha encontrado en él un padre espiritual: él ha querido de algún modo favorecer a la Iglesia y al mundo con su experiencia de misericordia que ha marcado su vocación y lo ha acompañado en la tempestades de la historia, haciendo parte de él como ancla de salvación.
Cada cristiano -la gente y especialmente los jóvenes, en vista del sínodo dedicado a ellos en el 2018- puede a su vez vivir la ‘misericordia’ todos los días. Y la unión entre misericordia y evangelización marca los viajes papales, incluido el próximo a Fátima, con motivo del centenario de las apariciones, en mayo próximo.
ZENIT – Madrid
Este lunes, hace cuatro años que los cardenales reunidos en cónclave en la Capilla Sixtina, eligieron al cardenal Jorge Mario Bergoglio, SJ, arzobispo de Buenos Aires, como sucesor de Pedro.
Este lunes, hace cuatro años que los cardenales reunidos en cónclave en la Capilla Sixtina, eligieron al cardenal Jorge Mario Bergoglio, SJ, arzobispo de Buenos Aires, como sucesor de Pedro. Una elección bajo el signo de la misericordia divina, de acuerdo a la clave de lectura programática que el Papa dio a su escudo episcopal, después pontificio.
Una elección basada en un programa elegido por los cardenales electores impresionados por la intervención del cardenal argentino en el ‘pre-cónclave’. La elección de un Papa es la elección de Dios, y los cardenales en oración fueron así guiados en su voto por el pre-discernimiento antes del cónclave.
Estos primeros cuatro años del pontificado del papa Francisco han constituido una marcha del obispo y del pueblo de Dios en la oración, en la caridad, en la confianza, para construir un mundo de fraternidad bajo la mirada de la Virgen María.
El cardenal Jean-Louis di Vaissière en su reciente libro “François dans la tempête” (Francisco en la tempestad ) dice: “El papa argentino, perfectamente fiel al dogma, trae en la Iglesia aire fresca e intenta poner en acto todo lo que en el Concilio no ha sido plenamente actuado. Da el buen ejemplo más con los gestos que con las palabras, tiene un mensaje maravilloso de esperanza: el de una Iglesia empeñada por los pobres, en la lucha por la vida de más de siete mil millones de personas”.
Sabremos sucesivamente que en las asambleas generales antes del cónclave en la que participaron 161 cardenales entre electores y no electores, se hizo camino el nombre de Bergoglio después de un discurso que él realizó. El cardenal arzobispo hoy emérito de La Habana, Jaime Ortega, pidió después al cardenal Bergoglio si podía tener lo que había dicho. Bergoglio escribió así de puño y letra apuntes para su colega cubano, quien tras de su elección como Papa le pidió poder publicarlo.
Para el cardenal Ortega fue un discurso “magistral, perspicaz, atrayente y auténtico”, que reflejaba en cuatro puntos una evaluación de la situación de la Iglesia.
Coraje y celo por la evangelización: Bergoglio afirmaba que “la Iglesia tiene que salir de sí misma y buscar las periferias”, no solamente geográficas pero también humanas y existenciales, que es necesario ir a los más pequeños, acercando a las personas cuando manifiestan el pecado, el dolor, la injusticia y la ignorancia.
Las ‘enfermedades’ de la Iglesia cuando no evangeliza consisten en la autoreferencialidad, en el “narcisismo teológico”, lejos de la mirada del mundo y “pretendiendo tener a Jesucristo, sin salir afuera”.
Francisco pide discernir entre Iglesia evangelizadora, “la del ‘Dei Verbum religiose audiens et fidenter proclamans’ (la Iglesia que religiosamente escucha fielmente proclama la palabra de Dios”, y de otro lado “la Iglesia mundana que vive en sí, de sí misma y para sí”. Este discernimiento “tienen que iluminar los posibles cambios y reformas que es necesario realizar para la salvación de las almas”.
Último punto: “Pensando al próximo Papa: un hombre que, a través la contemplación de Jesucristo y la adoración de Jesucristo, ayude a la Iglesia a salir de sí misma hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de la dulce y confortante alegría de evangelizar”.
Este es el programa al cual se confiaron los electores que eligieron a Jorge Mario Bergoglio. Y esta reforma realizada bajo el signo de la misericordia, como demuestra también la sorpresa del Jubileo extraordinario, ha encontrado en él un padre espiritual: él ha querido de algún modo favorecer a la Iglesia y al mundo con su experiencia de misericordia que ha marcado su vocación y lo ha acompañado en la tempestades de la historia, haciendo parte de él como ancla de salvación.
Cada cristiano -la gente y especialmente los jóvenes, en vista del sínodo dedicado a ellos en el 2018- puede a su vez vivir la ‘misericordia’ todos los días. Y la unión entre misericordia y evangelización marca los viajes papales, incluido el próximo a Fátima, con motivo del centenario de las apariciones, en mayo próximo.
ZENIT – Madrid