El término evolución tiene varias connotaciones; en la evolución de la especie humana, p.ej., se hace referencia a la adaptación a los cambios ambientales; en la evolución de la cultura se consideran cambios en las costumbres, credos, valores, lenguaje, herramientas, tecnología, etc. Por lo general la evolución busca estrados superiores. La misma naturaleza le da […]
El término evolución tiene varias connotaciones; en la evolución de la especie humana, p.ej., se hace referencia a la adaptación a los cambios ambientales; en la evolución de la cultura se consideran cambios en las costumbres, credos, valores, lenguaje, herramientas, tecnología, etc.
Por lo general la evolución busca estrados superiores. La misma naturaleza le da comportamientos más eficaces a sus fenómenos; así, el agua contenida en las partículas atmosféricas al desplazarse toma formas esféricas y esto no es gratuito; la esfera es el cuerpo sólido que ocupa la menor superficie, lo que facilita un más rápido desplazamiento por una menor resistencia.
Con los cambios que se están presentando en el género “vallenato”, con la puesta en escena de tanta música comercial, se ha suscitado un debate poco profundo dentro de los folcloristas que, obviamente, son ellos los llamados a hacerlo. Los profanos en la materia solo miramos los toros detrás de la barrera, pero nos preocupa tanta verónica, término taurino. Veo con gran preocupación que tanto los entendidos en la materia así como los “payoleros”, hablen con eufemismo de la evolución del vallenato, justificando lo que podría ser una transformación, más no una evolución, presionada por la globalización de los mercados, ubicándola por encima de la autóctona cultura popular.
Muchos lo harán, quizás, para no perder la gracia con algunos de los cantantes de moda, situados en el pináculo del paraninfo, ya por su talento, ya por otras externalidades; a veces dicen unas cosas, después doran la píldora; ni chicha ni limoná. ¿Celestinaje? Pese a las limitaciones que tengo para sentar cátedra sobre este asunto, me atrevería a afirmar que no existe la tal evolución sino involución o retroceso. En la mayoría de esos conjuntos que conservan parte de la instrumentación de la vieja música vallenata, ya no ejecutan los ritmos tradicionales, ni tienen el mensaje de la juglaría, esencia de nuestra autenticidad musical; el viejo vallenato era una poesía que describía las costumbres de una comarca, parte de su cultura. ¿Por qué ese cambio, si el vallenato clásico conquistaba, incluso al público internacional? ¿Acaso Carlos Vives no comenzó con esta matriz? ¿Por qué la abandonó?
El género vallenato tiene tanta fuerza que recogió casi todo el pentagrama de Colombia, cuya música no tenía futuro; este era un país pobre musicalmente, solo guabinas y bambucos que le dieron a Ibagué el título de capital musical; esos ritmos hoy están en extinción, pese a su belleza.
En la década del 50 surgió con fuerza la música pelayera, de mucho calado en el Caribe colombiano, pero luego sucumbió. La compositora argentina Claudia Brent dice que lamenta la involución de la música latina y que los artistas están obligados a trabajar presionados por las descargas de la música de internet. La mayoría de las agrupaciones musicales hacen canciones por encargo, parecidas a las que “pegaron”, dice. Nosotros tenemos el espejo de México, cuyo folclor llegó a dominar la audiencia latinoamericana y parte de España. Su sepultura comenzó a cavarse cuando César Costa y Enrique Guzmán gravaron baladas y culminó con la muerte de José Alfredo Jiménez. Ese es nuestro espejo. Iván Ovalle tiene la razón.
El término evolución tiene varias connotaciones; en la evolución de la especie humana, p.ej., se hace referencia a la adaptación a los cambios ambientales; en la evolución de la cultura se consideran cambios en las costumbres, credos, valores, lenguaje, herramientas, tecnología, etc. Por lo general la evolución busca estrados superiores. La misma naturaleza le da […]
El término evolución tiene varias connotaciones; en la evolución de la especie humana, p.ej., se hace referencia a la adaptación a los cambios ambientales; en la evolución de la cultura se consideran cambios en las costumbres, credos, valores, lenguaje, herramientas, tecnología, etc.
Por lo general la evolución busca estrados superiores. La misma naturaleza le da comportamientos más eficaces a sus fenómenos; así, el agua contenida en las partículas atmosféricas al desplazarse toma formas esféricas y esto no es gratuito; la esfera es el cuerpo sólido que ocupa la menor superficie, lo que facilita un más rápido desplazamiento por una menor resistencia.
Con los cambios que se están presentando en el género “vallenato”, con la puesta en escena de tanta música comercial, se ha suscitado un debate poco profundo dentro de los folcloristas que, obviamente, son ellos los llamados a hacerlo. Los profanos en la materia solo miramos los toros detrás de la barrera, pero nos preocupa tanta verónica, término taurino. Veo con gran preocupación que tanto los entendidos en la materia así como los “payoleros”, hablen con eufemismo de la evolución del vallenato, justificando lo que podría ser una transformación, más no una evolución, presionada por la globalización de los mercados, ubicándola por encima de la autóctona cultura popular.
Muchos lo harán, quizás, para no perder la gracia con algunos de los cantantes de moda, situados en el pináculo del paraninfo, ya por su talento, ya por otras externalidades; a veces dicen unas cosas, después doran la píldora; ni chicha ni limoná. ¿Celestinaje? Pese a las limitaciones que tengo para sentar cátedra sobre este asunto, me atrevería a afirmar que no existe la tal evolución sino involución o retroceso. En la mayoría de esos conjuntos que conservan parte de la instrumentación de la vieja música vallenata, ya no ejecutan los ritmos tradicionales, ni tienen el mensaje de la juglaría, esencia de nuestra autenticidad musical; el viejo vallenato era una poesía que describía las costumbres de una comarca, parte de su cultura. ¿Por qué ese cambio, si el vallenato clásico conquistaba, incluso al público internacional? ¿Acaso Carlos Vives no comenzó con esta matriz? ¿Por qué la abandonó?
El género vallenato tiene tanta fuerza que recogió casi todo el pentagrama de Colombia, cuya música no tenía futuro; este era un país pobre musicalmente, solo guabinas y bambucos que le dieron a Ibagué el título de capital musical; esos ritmos hoy están en extinción, pese a su belleza.
En la década del 50 surgió con fuerza la música pelayera, de mucho calado en el Caribe colombiano, pero luego sucumbió. La compositora argentina Claudia Brent dice que lamenta la involución de la música latina y que los artistas están obligados a trabajar presionados por las descargas de la música de internet. La mayoría de las agrupaciones musicales hacen canciones por encargo, parecidas a las que “pegaron”, dice. Nosotros tenemos el espejo de México, cuyo folclor llegó a dominar la audiencia latinoamericana y parte de España. Su sepultura comenzó a cavarse cuando César Costa y Enrique Guzmán gravaron baladas y culminó con la muerte de José Alfredo Jiménez. Ese es nuestro espejo. Iván Ovalle tiene la razón.