Una de las cosas más positivas de la campaña por el Plebiscito ha sido la vinculación de millones de colombianos, de todas las edades y estratos sociales, a la política. Digo a la política, así con mayúsculas, no a la politiquería electorera que degrada y corrompe nuestra precaria democracia. Nunca antes las palabras guerra y […]
Una de las cosas más positivas de la campaña por el Plebiscito ha sido la vinculación de millones de colombianos, de todas las edades y estratos sociales, a la política. Digo a la política, así con mayúsculas, no a la politiquería electorera que degrada y corrompe nuestra precaria democracia.
Nunca antes las palabras guerra y paz, serena o apasionadamente, habían acaparado el debate público, las tertulias familiares y de amigos, tanto en la ciudad como en el campo. Pocas personas han podido marginarse de este torbellino de ideas y opiniones que revitaliza y oxigena la democracia.
Sin embargo, la manipulación perversa, apoyada en la débil formación política del grueso de la población y su poco conocimiento de la historia del país, ha hecho que el odio y la intolerancia, más que la razón ponderada, dominen la discusión. De tal suerte, que llegaremos al 2 de octubre divididos en dos bandos irreconciliables.
Los defensores del No, abrumados por los resultados de las encuestas y el amplio respaldo mundial al SI, que va desde Obama, la Unión Europea, Naciones Unidas, el Papa, hasta intelectuales como Vargas Llosa, inclasificable como castrochavista, no han dudado en recurrir al engaño, la mentira y el irrespeto a los generales de la República y a los jerarcas de la iglesia católica.
Su incapacidad para interpretar el momento histórico los hace atacar incluso a los que ayer consideraban sus firmes aliados ideológicos. Recurren al “todo vale”, a la estrategia del miedo, porque se han quedado sin argumentos convincentes y mantienen su oposición al Acuerdo de Paz pensando solo en las elecciones del 2018.
Saben que un triunfo apabullante del SI afectará el futuro político del Centro Democrático, sobre todo cuando sus precandidatos a la presidencia desaparecieron en el vendaval de la campaña opacados por el protagonismo del senador Uribe. Pero ignoran que la guerra solo es popular entre el puñado de personas que se benefician de ella.
Las ofertas que la presidencia de Uribe hizo a las Farc, hacen pensar que, de no mediar la animadversión personal contra Santos, la controversia sería sobre la aplicación del Acuerdo y el diseño del paquete legislativo para su implementación. Y, hoy, tendríamos a un país unido que apoyaría masivamente el Plebiscito, algo que no solo legitimaría el Acuerdo sino que obligaría a las partes a su riguroso cumplimiento.
No ha sido así. La historia no le perdonará a Uribe su adrede equivocación y mezquindad. Pero queda aún la posibilidad de que, aprobado el Plebiscito, se convoque a un gran pacto nacional entre todos los partidos políticos, movimientos sociales y sector privado, para construir un amplio consenso sobre las reformas del posconflicto, para que la paz sea estable y duradera.
Las víctimas, en cambio, han mostrado mayor generosidad y capacidad de perdón que los que han vivido la guerra desde la comodidad de sus casas. Y, este domingo saldrán con millones de personas a votar SI por la paz. Yo también lo haré. Por Colombia y por mis hijos.
Una de las cosas más positivas de la campaña por el Plebiscito ha sido la vinculación de millones de colombianos, de todas las edades y estratos sociales, a la política. Digo a la política, así con mayúsculas, no a la politiquería electorera que degrada y corrompe nuestra precaria democracia. Nunca antes las palabras guerra y […]
Una de las cosas más positivas de la campaña por el Plebiscito ha sido la vinculación de millones de colombianos, de todas las edades y estratos sociales, a la política. Digo a la política, así con mayúsculas, no a la politiquería electorera que degrada y corrompe nuestra precaria democracia.
Nunca antes las palabras guerra y paz, serena o apasionadamente, habían acaparado el debate público, las tertulias familiares y de amigos, tanto en la ciudad como en el campo. Pocas personas han podido marginarse de este torbellino de ideas y opiniones que revitaliza y oxigena la democracia.
Sin embargo, la manipulación perversa, apoyada en la débil formación política del grueso de la población y su poco conocimiento de la historia del país, ha hecho que el odio y la intolerancia, más que la razón ponderada, dominen la discusión. De tal suerte, que llegaremos al 2 de octubre divididos en dos bandos irreconciliables.
Los defensores del No, abrumados por los resultados de las encuestas y el amplio respaldo mundial al SI, que va desde Obama, la Unión Europea, Naciones Unidas, el Papa, hasta intelectuales como Vargas Llosa, inclasificable como castrochavista, no han dudado en recurrir al engaño, la mentira y el irrespeto a los generales de la República y a los jerarcas de la iglesia católica.
Su incapacidad para interpretar el momento histórico los hace atacar incluso a los que ayer consideraban sus firmes aliados ideológicos. Recurren al “todo vale”, a la estrategia del miedo, porque se han quedado sin argumentos convincentes y mantienen su oposición al Acuerdo de Paz pensando solo en las elecciones del 2018.
Saben que un triunfo apabullante del SI afectará el futuro político del Centro Democrático, sobre todo cuando sus precandidatos a la presidencia desaparecieron en el vendaval de la campaña opacados por el protagonismo del senador Uribe. Pero ignoran que la guerra solo es popular entre el puñado de personas que se benefician de ella.
Las ofertas que la presidencia de Uribe hizo a las Farc, hacen pensar que, de no mediar la animadversión personal contra Santos, la controversia sería sobre la aplicación del Acuerdo y el diseño del paquete legislativo para su implementación. Y, hoy, tendríamos a un país unido que apoyaría masivamente el Plebiscito, algo que no solo legitimaría el Acuerdo sino que obligaría a las partes a su riguroso cumplimiento.
No ha sido así. La historia no le perdonará a Uribe su adrede equivocación y mezquindad. Pero queda aún la posibilidad de que, aprobado el Plebiscito, se convoque a un gran pacto nacional entre todos los partidos políticos, movimientos sociales y sector privado, para construir un amplio consenso sobre las reformas del posconflicto, para que la paz sea estable y duradera.
Las víctimas, en cambio, han mostrado mayor generosidad y capacidad de perdón que los que han vivido la guerra desde la comodidad de sus casas. Y, este domingo saldrán con millones de personas a votar SI por la paz. Yo también lo haré. Por Colombia y por mis hijos.